Argentina: la trama de poder detrás de la secta protegida por políticos, famosos y organismos de DDHH – Por Carlos Balmaceda

Por Carlos Balmaceda

Espejo ominoso de la sociedad argentina, la Escuela de Yoga funcionó por casi cuarenta años con la complicidad de los medios y de poderosos lobbys de la política nacional e internacional.

Surgida en 1986, por iniciativa de las esposas de tres uniformados que conocieron a Juan Percowicz en el Círculo Militar, la secta, desbaratada en las últimas horas, es un fractal de la Argentina donde, como en “Cambalache”, la clase política, los empresarios, la farándula, las organizaciones de derechos humanos, el Senado de los Estados Unidos y hasta el propio Bill Clinton andan “en un mismo lodo, todos manoseaos”.

COSA E´MANDINGA

Viviana Gorbato, autora de “La Argentina embrujada” nos describe cuáles fueron los palenques en que se rascó esta organización criminal para convertirse en un grupo influyente y reconocido, que a la vista de todos perpetró los crímenes más aberrantes: “Funcionarios como Carlos Ruckauf, Raúl Granillo Ocampo, Deolindo Bittel, Carlos Grosso,
José Luis Manzano, Moisés Ikonicoff y el propio presidente Menem auspiciaron o participaron en varias de las iniciativas culturales promovidas por la escuela entre 1991 y 1994. Enrique Pavón Pereyra, biógrafo de Perón y ex director de la Biblioteca Nacional, que sigue creyendo en la inocencia del grupo, llegó a calificarlo de “batallón sagrado” de la cultura occidental”.

Ya se trate de ingenuos embaucados, o de corruptos cínicos, todos estos notables dieron pábulo al santón que embarcó a miles en una experiencia de la que hay que hacerse cargo. Porque tanto pibe abusado, tanta manipulación, tanta estafa, traza una patente correspondencia con nuestra caída como sociedad.

HISTORIANDO

Desde por lo menos 1991, la secta dirigida por Juan Percowicz ha sido denunciada por abusos, reducción a la servidumbre, y corrupción de mayores y menores, entre otros tantos delitos.

La obscenidad impune con que se manejó es un hilo del que habrá que tirar para entender qué nos pasó desde que se le abrieron las puertas a la “new age” –con grupos como éste hasta, en los últimos tiempos, el “Arte de vivir” macrista-, y comprender el modo en el que -al decir de Dostoievsky- decidimos “vivir sin Dios”, es decir, librados a la crueldad
mezquina y hedonista, para finalmente dejarnos permear por cualquier ideología ajena a nuestro sedimento espiritual, hoy notoriamente encarnada en la importación de la agenda del capital financiero global.

LOS NOVENTA

En términos jurídicos, la impunidad de la Escuela de Yoga estaba asegurada durante aquel período oscuro que fueron los noventa.

El juez Mariano Bergés, que dictó condena a la secta por corrupción de mayores en 1996, renunció a su cargo y a la consecución de la causa por presiones sufridas, y quien lo sucedió, el juez Muratore, no solo dejó sin efecto las acusaciones, sino que restituyó a la organización el edificio allanado hace unos pocos días.

Envueltos en la bruma de la cooptación o en la complicidad de los miembros que después de cumplir “tareas” para el líder, accedieron a jerarquías dentro de la cofradía, nadie nunca vio ni dijo nada.

Como si la hipnosis del uno a uno, el “deme dos”, la ilusión de una convertibilidad que parecía eterna se fraguara en la forja a escala de la secta, todos sus componentes por temor, conveniencia, estupidez, masificación o lascivia, callaron lo visto y sufrido. Para más inri, el único que se animó a escapar de allí, denunciar lo que vio, señalar a los culpables, fue un niño, al que nunca nadie le creyó: Pablo Salum.

Hoy se ha convertido en un luchador anti sectas, pero en su niñez, Pablo sufrió abusos, indecibles golpizas, abandono, presenció cómo sus amigos eran iniciados sexualmente por sus padres, y aun así se mantuvo incólume durante treinta años para hoy poder dar su testimonio.

Ibsen decía que el hombre más poderoso del mundo es el que está solo. Es posible, pero en la Argentina es una desgracia, y un clásico.

Como Santiago Pinetta, aquel periodista que denunció el caso IBM y luego sobrevivió pidiendo limosna en el subte, o la propia Olga Aredez, la mujer que durante la dictadura giraba alrededor de la plaza en un pueblito de Jujuy, sola, pidiendo justicia por su marido desaparecido, Pablo dio vueltas por treinta años, obligándonos a fingir sorpresa frente al espanto.

Volvamos al libro de Gorbato, que hoy se convierte en un testimonio de enorme valor: “Cuando yo llegué, lo primero que me impactó fue que las mujeres se daban besos en la boca. La esposa de Pozzobón estaba franeleando con cualquier hombre, y el esposo estaba ahí enfrente. Por ejemplo, le decían a un hombre que era frío y le vendría bien mi sensualidad, y entonces el hombre venía y me decía que le habían dado como tarea tener relaciones conmigo por mi sensualidad y las teníamos. No había seducción alguna. También se incitaba al lesbianismo. A Virginia, mi hermana, le dieron la tarea de ser la maestra sexual de Marcelo, el hijo de Juan. Marcelo era asqueroso, pero Virginia tomó la tarea y la hizo, porque Marcelo tenía la numeración alta.”

El relato, publicado a mediados de los noventa, es un espejo que adelanta: hoy, regimentado por una ideología machacada desde los medios de comunicación, el desenfreno sin seducción ni topes, se justifica en el “poliamor”, el combate al “amor romántico”, las relaciones light, la absoluta falta de compromiso en cualquier vínculo. Como si se tratara de una introducción, una suerte de ventana de Overton, el lesbianismo como novedad e imposición de la “deconstrucción” encontró un carné con el que autorizarse: el testimonio de un colega nos anoticia que en la división escolar de una de sus hijas, el ochenta por ciento de las adolescentes declaró sentirse bisexuales, una
estadística que desafía cualquier lógica de un mundo que sigue siendo mayoritariamente heterosexual.

En este sentido, la Escuela de Yoga parece un experimento: cuánta estupidez, cuánto abuso puede inficionarse a una comunidad, a medida que se implosionan sus valores espirituales, hasta encontrar una ideología oficial que reemplace lo que alguna vez fue delirio mesiánico y charlatanería.

LOS ARGENTINOS SOMOS DERECHOS Y HUMANOS

El slogan se le ocurrió a un publicista contratado por la dictadura. Es un juego de palabras perverso y eficaz, pero que indica que el par se había divulgado incluso en el silencio sepulcral del “Proceso”.

De las organizaciones de derechos humanos surgirán referentes y líderes que en algunos casos alcanzarán una considerable estatura moral, tal el caso de Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz.

Dolorosamente, hoy comprobamos que estos próceres coincidían con los jerarcas menemistas que declaraban de interés nacional los libros de Percowicz y asistían a los encuentros de la secta.

Julio Bárbaro admite en “La Argentina embrujada” haber concurrido a varias reuniones y confirma la metodología de cooptación de notables a través de la prostitución VIP. Carlos Ruckauf dará dos charlas en una de las sedes, lo que minimiza a continuación destacando que durante la campaña presidencial de 1995 desarrolló doscientas conferencias.

Sin embargo, admitirá que a la Escuela de Yoga “iba a hacer gimnasia”. Cuando le hacen notar que ha dicho la palabra secta para referirse a la organización, aclara “antes no la consideraba así, ahora sí”.

La metodología de la Escuela de Yoga, el comportamiento de sus miembros, la cooptación era, como se ve, un secreto a voces, sin embargo, los defensores de los derechos humanos no solo coincidían con sus némesis políticas, sino que incluso defendieron con más ahínco a la secta.

El caso más aberrante es el de Nora Cortiñas, que no solo comparó la “persecución” sufrida por los miembros de la secta con la ejercida contra militantes políticos en los setenta, sino que además estuvo presente en el debate que se dio en el Senado de los Estados Unidos, donde se defendió a rajatabla a esta organización criminal.

Estela de Carlotto no le irá en zaga: “firmó la documentación atacando y acusando a los padres que eran las víctimas”, según testimonia el propio Pablo Salum.

Julio César Strassera y Eugenio Zaffaroni también se contarán entre los entusiastas defensores. Como profesionales del derecho, podían acceder a la causa y advertir de inmediato la gravedad y veracidad de las acusaciones.

En ambos casos se presume que pueden haber sido extorsionados, quizás, a través de algún “presente erótico” oportunamente dispuesto para una emergencia como ésta. Sin embargo, Salum ofrece documentación donde se prueba que Strassera fue apoderado y defensor de la secta. Lo que se dice, un tipo comprometido con la mentira.

Pérez Esquivel tendrá la conducta más miserable, corroborada hace tan solo cinco años, cuando Salum lo visite para que rectifique o ratifique lo dicho y actuado en la década de los noventa. Defendió a la Escuela de Yoga ante organismos internacionales de derechos humanos y pidió la destitución de uno de los jueces actuantes en la causa contra dos miembros de la secta.

Y todavía hizo más, “como consta en la documentación legal del juzgado,al conocer que el líder de la organización coercitiva había sido detenido, se encargó de llamar para presionar tanto a la comisaría como a la central de seguridad pidiendo que lo suelten”.

En 2017, como ya se indicó, “dijo no recordar, ni conocer a través de los medios toda la información volcada en este artículo, luego quiso deslindar sus responsabilidades culpando a los abogados de su fundación, los cuales le dijeron que era todo una persecución política, al solicitarle los apellidos de los supuestos abogados responsables, se negó diciendo que ya no estaban más en su fundación”.

DE THELMA FARDÍN A CÉSAR SIVO

El rumbo de los organismos de derechos humanos, cooptados por la agenda del capital financiero global, y al servicio de las aberraciones de moda, se ha ido convirtiendo en una nueva decepción argentina.

Estela de Carlotto podrá alegar que en la década del noventa adoleció de candidez política al defender a la Escuela de Yoga, pero un cuarto de siglo después, con un expertís importante sobre sus espaldas, alegar ingenuidad se vuelve un ejercicio de cinismo. Dos meses atrás, cuando el caso Fardín volvió a agitarse en los medios, con el lanzamiento
de una canción interpretada por la actriz, y la grabación de una serie en la que es violada por su profesor de Sociología encarnado por Dady Brieva, Carlotto acompañó a la denunciante de Juan Darthés a las Naciones Unidas.

Lo hizo en su carácter de directora del Comité Argentino de los Derechos del Niño, lo que da un giro perverso a su posición sobre la secta, donde no solo Salum fue abusado, sino tantísimos niños por los que Carlotto jamás intercedió, y aún hoy, cuando podría pedir públicamente disculpas, no parece estar dispuesta a hacerlo.

La movida de la lideresa de los derechos humanos es vidriosa, no solo por esto, sino porque –siguiendo la estrategia confusionista de lo que hemos dado en llamar femirulismo- se evoca la figura de una niña que ni siquiera era tal cuando ocurrió el presunto hecho, sino una adolescente que podría haber dado su consentimiento a la relación con un adulto.

De todos modos, todo el acting es una jugada oportunista: se dice que la justicia brasileña dilata la acción judicial, cuando en realidad solo hubo una demora por una cuestión técnica, y se concurre para difundir el episodio a uno de los altares desde el que se difunde la ideología de género: las Naciones Unidas, las mismas que promueven a través
de un consultor la existencia de 112 géneros como la meta deseable que fragmentaría definitivamente a la raza humana.

La visita de todos modos sufrió un percance serio. La anfitriona debía ser Amber Heard, alma gemela de Fardín valientemente expuesta por su ex pareja, Johnny Depp, en un juicio de trascendencia internacional.

La comprobación es dolorosa: Estela de Carlotto, infatigable buscadora de bebés apropiados por la dictadura, no solo niega toda ayuda a Pablo Salum, sino que además, brinda apoyo a quienes lo secuestraron y abusaron. Entre aquella perversión inspirada por la “new age”, importada también entonces por el imperio, y la ideología de género, Carlotto vuelve a defeccionar y se prosterna frente a la ONU.

Este parangón no es forzado ni antojadizo, la semana que pasó, en Bahía Blanca, se declaró culpable a Juan Matías Bongiovanni por tres presuntos abusos en un juicio escandaloso que desde el vamos justifica este adjetivo en la sorpresiva presencia de César Sivo, abogado marplatense llegado a último momento a la ciudad del viento.

Sivo es conocido en La Feliz como “narcoabogado”, proxeneta, dueño de un prostíbulo y defensor de Juan Pablo Offidani, implicado en la muerte de Lucía Pérez, caso que el femirulismo ha convertido en un estandarte de lucha.

Pese a estos antecedentes, Sivo no fue resistido ni mucho menos por la agrupación HIJOS, que en la persona de dos de sus representantes, Alejandra Santucho y Anahí Junquera, estuvieron presentes en todas las jornadas del proceso.

Sivo no merecería mención aquí, sino fuera porque pertenece al campo de los derechos humanos: fue referente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos en Mar del Plata, que trabajosamente lo desplazó cuando algunos señalaron la incongruencia de que defendiera al presunto abusador de un caso tan notorio.

De todos modos, Sivo sigue con su prédica por los derechos humanos, destacándose su intervención en un foro en el que participó Michelle Bachelet, comisionada por los derechos humanos por la –como no podía ser de otra manera- Organización de las Naciones Unidas.

Si el lector tiene la amabilidad de seguirnos, verá que el mapa trazado es el de la desesperanza, con organismos de derechos humanos que participan activamente en juicios en los que se violan los derechos humanos, donde, como ocurrió en el juicio contra Juan, hordas femirulas atacan al acusado y a la familia, para luego hacer el movimiento táctico y espiritual preferido del femirulaje: la victimización.

No le va en zaga la “defensora” de los derechos humanos, quien sin duda arrastró a Sivo hasta las puertas de la Patagonia, Mónica Fernández Avello; querellante en causas de la Triple A, representante legal de HIJOS Bahía Blanca y La Plata, ha demostrado una absoluta impiedad no solo para con el acusado, sino particularmente hacia las mujeres de su círculo familiar.

Como Estela de Carlotto frente a las niñas abusadas de la Escuela de Yoga, y las adultas sometidas a la esclavitud sexual, la sororidad se acaba cuando llega el cheque.

NORITA

Ya se ha dicho, no es agradable esta autopsia de nuestros próceres que alguna vez enfrentaron a la dictadura y fueron punta de lanza en el esclarecimiento de crímenes aberrantes. No es agradable pero resulta absolutamente necesario.

Veamos otra vez la correspondencia entre la defensa de la Escuela de Yoga, el desprecio por sus víctimas, y el modo en que pasados los años, esta animosidad militante se ha vuelto contra el desaparecido de nuestra época: el varón.

Cortiñas es activa defensora de Flavia Saganías, que a través de un “escrache” manda a golpear, quemar la vivienda, acuchillar y empalar al padre de su hija.

El episodio ocurrió en Cruz del Eje. Saganías sostiene que el hombre, GLF en la causa judicial, abusó de la niña de ambos. La cámara Gesell demuestra lo contrario, y en el imperio de las falsas acusaciones y las psicólogas oficiales creativas que nos depara la perspectiva de género, esto no es poca cosa.

Sin embargo, Saganías insiste: “hay un violador suelto” escribe en las redes sociales. Da su nombre, su dirección, de inmediato el hombre sufre el acoso de una turba mediática, y al día siguiente, la visita de su ex suegra, el hermano de Saganías y un sicario que, como se ha señalado, proceden a golpearlo casi hasta la muerte, y a empalarlo, claro.

Frente a esta carnicería, Cortiñas no solo no tiene la más mínima piedad, sino que cuando la autora intelectual del episodio es condenada a 23 años de cárcel, pide frente a la Casa de Córdoba por su libertad. A su lado, como no podía ser de otro modo, se ubica la inefable Thelma Fardín.

DE VUELTA A LA ESCUELA

Ahora el lector podrá comprender por qué afirmamos que la Escuela de Yoga es un fractal, es decir, un botón de muestra, un pedacito prismático de la historia argentina que ilumina la oscuridad de tanto personaje y tanto horror. Vemos un poco más.

En la década del sesenta, David Berg creó la secta Los Niños de Dios. En 1993 fue desbaratada en Pilar, cuando se encontraron 268 pibes cautivos de la organización. Al poco tiempo, las pruebas se esfumaron: las niñas, según se dice, mantenían su virgo, y solo un puñado de aquellos cientos de niños habrían sido abusados. Habrá allanamientos y alguna condena sobre una compañía pesquera marplatense, y se minimizará la participación de la empresa SEVEL en la financiación, propiedad de Franco Macri.

Volviendo a nuestro eje, la penetración de las sectas en América Latina marcha pareja con la introducción de los cultos evangélicos. En 1969, un preocupado Nelson Rockefeller advierte sobre la influencia que la Teología de la Liberación tiene sobre los pueblos de la región. Recomienda entonces financiar grupos pentecostales, iniciativa que luego se
institucionaliza en 1975 con el Documento de Santa Fe, preparado para la campaña de Ronald Reagan.

Para fines de la década del ´70, la introducción de sectas en nuestro continente produce su consecuencia más aterradora: la Masacre de Guyana, en la que el “reverendo” Jim Jones instiga un suicidio colectivo: setecientos muertos.

Para los noventa, la colonización mental es patente. Los Niños de Dios es descubierta, como hemos visto, en 1993; la Escuela de Yoga sufre su primer traspié en 1996; antes, en 1992, en Brasil se registra el asesinato ritual de un niño. En la secta hay argentinos y brasileños.

Y ya sea que el monstruo rompe sus cadenas, o que su implantación y posterior persecución es una repetida operación de inteligencia, las historias suelen calcarse: a Jim Jones lo investigará una comisión del senado yanqui repelida a tiros en la selva de Guyana, y Los Niños de Dios serán pesquisados aquí por la desaparición de cuatro chiquitos norteamericanos.

La persistencia en el tiempo de la Escuela de Yoga tal vez sea mérito de la muñeca política de su líder. En este caso, los Estados Unidos no inician persecución alguna, sino que además interceden por la organización. Bill Clinton mandará un memo a Menem para que desactive toda causa judicial contra Percowicz y sus acólitos, y, como ya se señaló, el propio Senado de los Estados Unidos desagraviará a la secta.

En este recorrido histórico queda demostrado que el drama que se extendió durante cuarenta años se resume una vez más en una opción determinante: Patria o Colonia. Sin colonia, no hay penetración de la cultura, no se opera sobre las almas y se vuelve imposible vulnerar los valores espirituales que han sido argamasa de este pueblo.

Ni pentecostales electrónicos y gritones, ni sectas mesiánicas, como tampoco, claro, cientos de géneros con sus respectivos “freaks”. El objetivo del imperio siempre será la fragmentación, y qué más segmentado que una secta o un grupúsculo religioso con aires de universalidad.

Los clichés del imperio y su penetración cultural se repiten incluso en los argumentos que usó Percowicz para sostener la presunta “persecución”: lo tenían entre ceja y ceja solo porque era judío. Es decir, el viejo latiguillo del antisemitismo, que tan a mano siempre tiene el sionismo.

Hasta en eso la Escuela se mimetizó y quizás hasta diseñó el país que somos hoy. Su auge fue en época de los dos atentados que definitivamente colonizaron al estado y los servicios de inteligencia argentinos, ambos apreciados como dos manifestaciones “antisemitas”.

Y para coronar la mímesis con la época que le tocó en suerte, Percowicz terminó deslocalizando su marca, llevándola a Uruguay, Europa y Estados Unidos, es decir, hizo una multinacional de la superchería y la manipulación, que abrió negocios limpios para lavar su plata sucia, bien a tono con el espíritu de la época. Si hasta se habla de películas “snuff” producidas y comerciadas por la secta, ese género porno en el que las víctimas son abusadas y filmadas frente a las cámaras, otro signo más de esta era decadente: la indistinción entre ficción y realidad.

Módico Epstein de Villa Crespo, Percowicz es mucho más que un egocéntrico delirante, perverso y ridículo; si lo sabemos auscultar, quizás sea la respuesta dolorosa a este estado de cosas.

Ahora, preso, esperamos que con sus 84 años se lo considere un igual a los asesinos de lesa humanidad y que se muera en la cárcel, no sea cosa de que Carlotto, cual Lilita Carrió, pida que lo excarcelen por tratarse de un pobre viejito.

Carlos Balmaceda

 


Juan Percowicz







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