El globalismo anglosajón no se resigna a perder el control mundial y se prepara para la guerra total – Por Marcelo Ramírez

Por Marcelo Ramírez*

La guerra entre Rusia y el conjunto Ucrania – OTAN ha cambiado de fase. Podemos indicar una primera etapa a partir de la expansión de la OTAN posterior a la Guerra Fría avanzando sobre las fronteras rusas. La OTAN, es decir, los EE. UU., había decidido, en consonancia con el viejo proyecto británico, desmembrar a Rusia en pequeños Estados fáciles de manipular y de saquear sus recursos naturales enormes. Sin embargo, algo ha salido mal en estos planes. La llegada de Putin al liderazgo comenzó una etapa de consolidación del país que vivía una caída libre en todos los planos imaginables.

A pesar de estas circunstancias de debilidad extrema, Rusia tuvo fuerzas suficientes para frenar el proceso de destrucción de la Federación que comenzaba a tomar cuerpo con las tensiones desde la independencia de Georgia y la hostilidad contra enclaves rusoparlantes como los de Osetia del Sur y Abjasia. Georgia fue derrotada en la guerra con Rusia, quien garantizaba la seguridad de los habitantes de ese origen en los territorios mencionados. Tal vez un error de cálculo o la intención de comprobar la voluntad y capacidad de Rusia para defender puntos estratégicos claves, permitió a los rusos controlar a un alto costo esos territorios y darle una señal a Occidente de que podrían estar débiles, pero no por ello se someterían a la voluntad de sus antiguos enemigos.

Una anécdota contada por el ex militar y analista Scott Ritter en el canal de Nova Resistencia, un grupo nacionalista brasileño, explica que Joe Biden, en ese momento vicepresidente de Barack Obama, había viajado a Moscú para advertirles a los rusos que debían seguir bajo el liderazgo del presidente Medvédev. En ese momento, Putin había cedido el liderazgo del país para pasar a ocupar el cargo de primer ministro, o como era el cargo formal, presidente del Gobierno de la Federación de Rusia.

Biden les señalaba a las autoridades y al pueblo rusos sobre las consecuencias de insistir en votar a Vladímir Putin, quien se preparaba para retomar su antiguo cargo luego del mandato de Medvédev. La negativa de los rusos ante la descarada interferencia en los asuntos internos de su país cerraron el diálogo amistoso que Obama quería iniciar con Medvédev para tentarlo a rebelarse contra el ya por entonces muy popular Putin.

A partir de aquel momento, la respuesta del mundo anglosajón fue endurecer sus acciones, si no se conseguía por las buenas, el avance se haría por las malas y la consecuencia directa sería, entonces, enfocarse en el otro punto innegociable ruso que era Ucrania. Las presiones de la OTAN derivaron en la historia ya más conocida del derrocamiento del presidente Yanukóvich, el golpe nazi del Euromaidán y la preparación para la guerra contra Rusia.

Esta vez la OTAN estaba decidida a intervenir activamente para que no se repitiera el descalabro de Georgia y el resultado fue 8 años de inversiones en adiestramiento, equipamiento y dinero para que Kiev se rearmara y enfrentara a Rusia. Para ello necesitaron el tiempo extra que le dio firmar con Rusia los acuerdo de Minsk que jamás se cumplieron pese a las reiteradas advertencias de Moscú.

El expresidente ucraniano Poroshenko fue claro al respecto, jamás tuvo Ucrania intención de implementar lo acordado y solo era una estrategia para ganar tiempo para prepararse para invadir el Donbass, el lugar donde residían los rusoparlantes.

Mientras eso sucedía, ese territorio sufrió múltiples agresiones que fueron desde prohibirles hablar su propia lengua natal hasta el asesinato de líderes y partidarios. El broche de oro sería entonces una ofensiva con al menos 60 000 hombres para aplastar todo vestigio de presencia rusa.

La respuesta de Moscú, con informes ciertos de la invasión inminente que luego continuaría con Crimea, fue la operación especial militar que está en pleno desarrollo.

El enfrentamiento entre ambos países, fue tomado de dos maneras distintas, Rusia con limitaciones propias de ser una operación militar, pero no una guerra, es decir, limitando el tipo de objetivos y de armas, mientras que Ucrania resolvió por consejo de la OTAN actuar como si fuera una guerra total.

Por ello, ha desarrollado una movilización completa en el país de hombres y mujeres y ha empleado una guerra que no ahorra costos humanos. A los enemigos les ha significado ataques a centros civiles y ejecutado atentados terroristas, y a las fuerzas propias, el sacrificio de soldados y material para conseguir terreno que luego pueda ser presentado como acciones exitosas que justifiquen la financiación occidental.

Rusia inició la contienda con el objetivo de derrumbar el gobierno de Zelensky o forzarlo a una negociación que eliminara su gobierno de elementos neonazis y garantizara la seguridad de los rusoparlantes, como así de su propio territorio. Kiev se había preparado para ello y resistió Zelensky en el poder. El resultado fue la reconsideración de la estrategia rusa, la que se concentró en asegurar las zonas rusas, avanzando lentamente en ellas, tratando de minimizar bajas y daños estructurales, aun a costo de críticas internas crecientes.

Las consecuencias políticas en Occidente eran inevitables, la política de sanciones había fracasado estruendosamente, Rusia ganaba cada vez más dinero, su economía no colapsaba y la guerra se volcaba para su lado. Más aún, diplomáticamente, y por primera vez desde el derrumbe soviético, el mundo anglosajón no conseguía alinear a los demás países que desobedecían las órdenes de dejar de comerciar con Rusia.

La propaganda no alcanzaba a ocultar el desastre en ciernes, por lo cual Occidente dio paso a la fase dos. Los aportes militares de armas antiguas, en mal estado o de escaso alcance y unos pocos “asesores” y tropas disfrazadas de “voluntarios”, no eran suficiente para cambiar el rumbo de la historia. El Occidente Colectivo apretó el acelerador y entregó armas de mayor alcance y puso en el terreno tropas propias, que en las ofensivas ucranianas alcanzaron a contarse por miles, unos 10 000 combatientes de la OTAN participaron en las acciones. Rusia a partir de julio/agosto comenzó a enfrentar ya no al ejército ucraniano apoyado por la OTAN, sino a un ejército combinado donde los mandos y las decisiones son de la OTAN, así como también muchas fuerzas especiales.

Rusia fue tentada a utilizar armas nucleares tácticas, debido a que sus fuerzas eras numéricamente muy inferiores, sin embargo, Putin hizo una estrategia distinta. Decidió retirar las fuerzas más comprometidas para evitar que sean embolsadas y cedió terreno causando enormes bajas en las filas ucranianas.

Esta acción se complementó con el llamado a una movilización interna que le permitirá enviar antes de fin de año 300.000 soldados adicionales, aunque algunos especulan con que ese número puede ascender hasta el millón. Ese millón sería apenas un 4 % de los 25 que puede Rusia movilizar en caso de ser necesario.

Este contingente cambiará la ecuación y garantizará la victoria de Rusia, por lo cual los anglosajones cambian las reglas del juego y amenazan con armas de aún mayor alcance, atentados terroristas y provocaciones, puesto que su propia capacidad interna se conmueve ante esta situación.

Putin en este último escenario decide por un endurecimiento hacia Ucrania atacando su infraestructura con el propósito de que el rigor de la guerra sea sentido en las ciudades ucranianas pro occidentales. Mientras tanto, golpea los negocios de los oligarcas ucranianos, que ahora ven como sus activos, como son las fuentes de generación de energía, son reducidos a escombros. La presión interna en Ucrania puede hacer reconsiderar el apoyo hacia Zelensky y abrir una puerta de negociación, al menos eso es lo que espera Rusia. Sin embargo, se prepara para lo peor si esto no funciona.

Un último dato demuestra cómo resulta compleja la situación, y como la presión surte efecto. Las tropas ucranianas han utilizado las conexiones a internet proporcionadas por Elon Musk a través de su empresa Starlink. Esta empresa, una división de SpaceX, opera unos 3.000 satélites, aunque el número varías según las fuentes y en su proyecto final debería alcanzar los 12.000.

Elon Musk entregó servicios y terminales por valor de $80 millones de dólares a Ucrania, estimando que esta cifra deberá seguir aumentando y que si el Pentágono no afronta ese gasto, deberá desconectar el servicio, ahogando la comunicación de las fuerzas de Kiev.

SpaceX ha realizado ya 155 lanzamientos, de los cuales en 117 ocasiones se recuperaron las primeras fases de los propulsores, tal y como sucedió en esta jornada.

Si bien Starlink es la principal empresa de este tipo del mundo, tiene competidores como la empresa resultante de la fusión de la francesa Eutelsat y la británica Oneweb, a las que se suma la china GalaxySpace, que ya posee 144 satélites, pero asegura que puede fabricar en Nantong hasta 500 satélites al año.

Las acciones rusas se han enfocado ahora en dañar los sistemas de Starlink. Musk ha decidido desandar el camino de apoyo a Ucrania, ya sea por motivos comerciales o por su cercanía a Trump, dando un golpe considerable a los intereses ucranianos.

Rusia tiene la posibilidad de utilizar sus capacidades para cegar o destruir los satélites de la OTAN, pero esto podría ser considerado como una caso de guerra equivalente a un ataque nuclear. La opción escogida por Putin disminuye esa posibilidad, pero mantiene el daño significativo a Kiev.

La guerra entra en una etapa definitoria, Rusia ya no se enfoca en Ucrania, ha entendido que si no corta de raíz el problema que es Washington y Londres, no habrá posibilidades de pacificar su vida.

El globalismo anglosajón no se resigna a perder el control global y simplemente se prepara para la guerra total, más bien, no se prepara sino que estimula la confrontación con ese objetivo.

Putin está puesto a prueba y veremos si es capaz de desarmar la bomba antes de que explote, sus pasos como ofrecerle a Turquía convertirse en un centro de distribución de energía en medio de esta crisis, es una jugada maestra. La OTAN no puede darse el lujo de perder a Ankara, sin embargo, la locura del globalismo nos hace dudar si tendrá el tiempo necesario.


*Marcelo Ramírez es analista en Geopolítica y director de AsiaTV.

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