El Modelo Agroexportador: contexto internacional en la Segunda Revolución Industrial (Parte I)

Por Ignacio Drubich*

Avances tecnológicos

El salto tecnológico de la economía capitalista en el último cuarto del s.XIX será de una naturaleza mucho más espectacular que el inaugurado en los albores de la Revolución Industrial a fines del XVIII. La principal diferencia estribó en el grado de su complejidad. Los cambios introducidos entre 1760 y 1800 se debieron a invenciones realizadas por artesanos habilidosos que no poseían un instrumental técnico-científico demasiado sofisticado. En esta segunda instancia, las aplicaciones fueron desarrolladas por científicos teóricos e ingenieros cada vez más especializados en diversas ramas del conocimiento, en pleno auge de la ciencia positivista. La proliferación de innovaciones técnicas se dio en múltiples áreas que por motivos de extensión no llegaré a presentar en este artículo (la electricidad, la química y el motor a combustión lideraron los avances). Sin perder el eje que analiza el impacto del contexto internacional en la economía argentina, presentaré dos esferas que considero de gran importancia en este sentido.

  1. Transportes terrestres: el desarrollo intensivo de las redes ferroviarias no solamente será el arquetípico emblema inglés de la Primera Revolución Industrial, sino que aparecerán grandes redes continentales tanto en Estados Unidos como en Rusia. También se construyeron una gran cantidad de túneles que unieron, por ejemplo, a Italia con Francia y a Alemania con Suiza. La construcción del metro de Londres en 1863 fue el punto de partida para la rápida instauración de un nuevo medio de transporte colectivo en el subsuelo de las ciudades. Después del metro de Londres, vinieron muchos más, como el de París, Viena, Estocolmo, Washington, Glasgow, etc. En Estados Unidos, entre 1869 y 1871, se abrieron dos túneles bajo el río de la ciudad de Chicago. La nitroglicerina se utilizaba por primera vez en la excavación del túnel de Hoosac y el túnel de Saint-Clair, construido a finales del siglo XIX, que implicó una perforación en la que se utilizó la técnica del escudo por debajo del río Saint Clair, que une EE. UU con Canadá, con un diámetro de 6,45 m.

  2. Navegación marítima: En 1807, Robert Fulton construyó el North River Steamboat, el primer barco de vapor comercial. La navegación a vapor como medio de transporte marítimo para el comercio internacional fue una verdadera revolución. Los antiguos barcos a vela, aunque eficientes, fueron reemplazados progresivamente. En sus comienzos, estos barcos suponían muchos problemas técnicos y averías y, además, necesitaban de un elevado consumo de carbón, lo que hacía que buena parte del espacio destinado al almacenaje se deba usar para el combustible. Este tipo de inconvenientes serían superados en el mediano plazo con nuevas tecnologías como las hélices y las máquinas compuestas, que tornaron más eficiente al medio de transporte. La construcción del Canal de Suez, entre 1859 y 1869, que permitió la comunicación entre Europa y el sur de Asia a través de Egipto, achicó la distancia entre los continentes y aceleró el comercio. Estos cambios hicieron que se abarate el costo del transporte de mercaderías y personas y favoreció ostensiblemente la internacionalización de los mercados. Además, se debe tener en cuenta la importancia del transporte en el proceso de difusión de la información, fundamentalmente la de carácter comercial: en 1867 se construyen las primeras redes telegráficas y más tarde surgirán los experimentos con señales telefónicas. A finales del siglo, se van a generar las primeras emisiones radiofónicas, germen del primer medio de comunicación masiva que tendrá gran importancia en las primeras décadas del Siglo XX: la radio.

Como añadido a estos grandes saltos en la revolución tecnológica, cabe destacar las implicancias que tuvo en la transformación del mercado, que progresivamente se fue nutriendo de algunos bienes de consumos antes impensados. En La era del Imperio, Hobsbawm dice: “En la vida moderna aparece el teléfono, el fonógrafo y el cine, el automóvil y el aeroplano, la aspiradora (1908), la aspirina (1899), la cocina a gas, la bicicleta y el modesto plátano, cuyo consumo era prácticamente inexistente antes de 1880”.

Internacionalización de la economía

La “segunda industrialización” producirá una ruptura progresiva en el marco de las relaciones económicas mundiales, basado en la hegemonía británica como centro de poder político y acumulación tecnológica. La principal novedad será el surgimiento de nuevas economías que disputarán esa centralidad en la esfera de la innovación y la producción industrial. Este cambio se expresará en la exportación de manufacturas, espacio en el que Gran Bretaña irá perdiendo gravitación en sectores claves como la siderurgia, la química y la electricidad. El principal sector –de la economía real- en el que los ingleses conservarán su poderío será en la producción y exportación de productos textiles. Si bien se pueden apuntar diversas causas, la principal será la obsolescencia en el equipamiento, debido al escaso interés por la inversión en la formación técnica del “capital humano”. Por otro lado, la ausencia de una banca de inversiones, como sí la había en Alemania y Norteamérica, va desacelerar el flujo de capitales destinado a estimular las innovaciones.

Alemania, a diferencia de Gran Bretaña, experimentará un fuerte desarrollo tecnológico con altas tasas de inversión en la capacitación técnica: la preparación científica germana adoptó rasgos de la educación francesa, con la diferencia de que el número de estudiantes que pudo acceder a ese tipo de formación fue mucho más elevado que en el resto de Europa. El sistema universitario alemán fue de gran provecho para su desarrollo industrial.

Por otro lado, surgirán los primeros grandes carteles empresariales, respaldados en el constante estímulo financiero proveniente de su poderosa banca mixta, dirigida por el Reichsbank, fundado en 1875. Estos carteles acudieron a múltiples estrategias para ampliar sus fronteras productivas, impulsar sus ventas y conquistar nuevos mercados. En muchas ocasiones, llevaron adelante políticas de dumping en mercados internacionales, vendiendo por debajo de sus precios de costo, amparados en su situación de monopolio en el mercado interno. Las altas tasas de ganancias en sus mercados locales y en economías asociadas por proximidad geográfica les permitió colocar sus mercancías a un bajísimo costo en los mercados europeos. El Cártel Renano-Westfaliano del carbón es un ejemplo claro de esta estrategia de concentración, que también operó en el hierro y el acero, en la industria eléctrica y en la química. A partir de 1880, la industria pesada constituyó el motor principal de la economía alemana: ferrocarriles, flota mercante y bienes de capital. A principios del siglo XX, Alemania dominaba el 90% del mercado de colorantes sintéticos. La química sintética llegó a producir fármacos como la aspirina, la novocaína y la sacarina (el primer edulcorante sin calorías).

La estrategia de los Estados Unidos se centró en una fuerte política arancelaria de sustitución de importaciones. La protección industrial sobre los productos de sus nacientes industrias fue la clave de su desarrollo (se gravó con alto margen impositivo a los productos que provenían del exterior, fundamentalmente los de Inglaterra, principal competidor a nivel mundial). Con esta política, en menos de un siglo, Norteamérica se transformará en la cuna de la estandarización, ensamblando piezas idénticas en las líneas de montaje fordista, creando así el primer automóvil (el Ford T) y desarrollando una poderosa industria naviera y un enorme sector armamentístico. Pese a su despegue en cierta medida “autárquico”, es importante destacar los altos niveles de influencia de la economía británica aún en 1914, cuando Estados Unidos ya contaba con el nivel de vida más alto del mundo y era la nación industrial más importante. Paul Bairoch, en su libro El Tercer Mundo en la encrucijada, nos muestra que, para el inicio de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos tenía 7.2000 millones de dólares de inversiones extranjeras, principalmente inglesas, contra tan sólo 3.5000 millones de dólares de inversiones norteamericanas en el exterior. “El desarrollo económico de los Estados Unidos es también un producto del europeo, sobre todo de la gran industria inglesa. En su aspecto actual hay que considerarlo todavía como un país colonial de Europa”, afirmaba Marx en 1866.

En este contexto expansivo, no fue solamente el “mundo desarrollado” el que experimentó un crecimiento significativo de sus economías. El llamado “mundo periférico”, integrado racionalmente a la división internacional del trabajo, también se benefició de los estímulos brindados por el crecimiento del comercio y la economía mundial. Esta situación se verá reflejada en el importante desarrollo de la exportación de productos primarios en zonas templadas, provenientes de los territorios de ultramar. Canadá, Estados Unidos, Australia y Argentina serán los países que generarán los aportes más importantes en productos como el algodón, el trigo, el maíz, el lino y la carne.

Las respuestas a las crisis económicas del siglo XIX

Lo que nos interesa especialmente en este artículo no es describir ni dar detalles sobre las dos crisis (1873 y 1890) que hubo en el último cuarto de siglo, sino en mostrar los rasgos esenciales de las reacciones que los Estados tomaron frente a ellas. El “Pánico de 1873” fue la primera crisis del libre-cambio luego de la fase expansiva del proceso industrializador. Las crisis económicas, en las sociedades preindustriales, eran de escasez: las malas cosechas reducían la cantidad de productos agrarios en el mercado y, consecuentemente, se producía una subida de precios. Las crisis del nuevo sistema capitalista van a ser, por el contrario, crisis de superproducción industrial. El problema era siempre el mismo: las empresas producían por encima de las posibilidades de consumo, y, al existir en el mercado más mercancías de las que la demanda era capaz de absorber, bajaban los precios, descendían los beneficios y aumentaba el paro entre los trabajadores. Pese a los efectos negativos de la contracción del comercio, cabe destacar que se mantuvieron altos niveles de interdependencia e integración comercial hasta 1914. Veamos algunas de las respuestas más importantes.

En primer lugar, surgirán procesos de concentración empresarial. En prácticamente todas las grandes crisis económicas, son las empresas medianas y pequeñas las más afectadas, ya que no pueden soportar los graves costos comerciales y financieros que supone todo proceso de desaceleración de sus ventas y la caída de la renta empresarial. En los años que siguieron a la Crisis de 1873, surge la concentración de tipo monopólica u oligopólica en las industrias más dinámicas. En acero, en armamentos y en transporte, aparecen los “trust”, que son agrupaciones de empresas que – perdiendo su personalidad jurídica- se funden en una compañía de mayor tamaño. Un ejemplo de esta situación, es el monopolio petrolero estadounidense, la Standard Oil. “La ley parecía ser el monopolio y no la libre-competencia”, decía un economista en aquellos años, señalando la contradicción con los fundamentos de la teoría económica de la época.

En segunda instancia, cabe resaltar el nuevo rol de los Estados. Cuando el mercado falla, el Estado interviene. Este será un axioma que se repetirá en todos los momentos de crisis experimentados por la economía capitalista. Cuando las soluciones no surgen de las denominadas “fallas del mercado”, debe intervenir un mecanismo exógeno, ajeno a la “naturaleza” puramente económica del fenómeno de la crisis. Las economías de la época retornarán al proteccionismo, a los aranceles, a las políticas sociales de contención, a brindar estímulos a las exportaciones, frenar las importaciones y adoptar políticas monetarias para cuidar sus balanzas de pago y contener los efectos inflacionarios. El proteccionismo se aplicará mediante la firma de tratados comerciales con aranceles elevados, lo que aumentará la intensidad de la competencia en el marco de unas nuevas relaciones de poder. Uno de los países que inició con mayor vigor estas políticas de protección fue Alemania, fundamentalmente en la producción de trigo y el sector siderúrgico. En el caso de los países centrales, fundamentalmente Inglaterra, comenzarán a imponer condiciones para un libre cambio forzado, apoyados en su gran poderío industrial y en su capacidad subordinante, con plena consciencia de que el resto del mundo dependía sensiblemente de la llegada de sus manufacturas. La convergencia entre la política y la economía era cada vez más estrecha, en palabras de Hobsbwam: “A partir de 1875 comenzó a extenderse el escepticismo sobre la eficacia de la economía de mercado autónoma y autocorrectora, la famosa “mano oculta” de Adam Smith, sin ayuda de ningún tipo de Estado y autoridades públicas. La mano era cada vez más claramente visible”.

Por último, se pusieron en marcha una serie de políticas sociales en un marco de democratización de la política, que impulsó a los renuentes gobiernos a aplicar políticas de reforma y bienestar social a grupos segmentados de nuevos votantes. En este sentido, el país que destacará será Alemania. Otto von Bismarck, ministro-presidente durante el período de 1870-1891, creará lo que se conoce como “el primer Estado de bienestar” de la historia económica mundial, otorgando a la población seguros frente a los accidentes, seguros de enfermedad y un moderno sistema de jubilaciones. Estas medidas se fueron expandiendo progresivamente por el resto de los países. Además, las nuevas legislaciones laborales comenzaron a regular el trabajo infantil (mal endémico de la época) y la cantidad de horas trabajadas pasó de 12 a 8. Esta situación de mejoras sociales derivó en la implantación y extensión del sufragio universal. Se estima que el incremento del gasto público pasó, entre 1880 y 1913, desde el 10% al 17% sobre el producto bruto interno nacional. Con el objetivo de poder cubrir los gastos sociales, aumentó la fiscalidad directa: impuestos asociados con una persona física o jurídica y que se calculan y aplican sobre el capital total de ella o sobre sus ingresos globales en un determinado período de tiempo. En suma, el Estado comenzará a gravar a sus ciudadanos en función de sus rentas, patrimonios y herencias.

Nacionalismo, imperialismo y competencia económica

El imperialismo está asociado al proceso de expansión que se desarrolló en las últimas décadas del siglo XIX y principios del siglo XX. Si bien es un término utilizado para expresar ideas y prácticas de dominación de un país sobre otro u otros (por medio de la fuerza militar, económica, política y/ o cultural), el concepto refiere específicamente a una etapa dentro del capitalismo (1870-1914). Intelectuales de izquierda posteriores a Marx, amplían esta noción: Rosa Luxemburgo –Introducción a la economía política-, Rudolf Hilferding –El capital financiero-, Fritz Stemberg –Capitalismo o socialismo– y Lenin –Imperialismo, última etapa del capitalismo-.

Con la expansión imperialista se configuró la división internacional del trabajo, caracterizada por la distinción entre aquellos países como Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos, que producían y exportaban productos industrializados y capitales, y otros países que producían y exportaban materias primas (como petróleo en el caso de México, carnes y cereales en Argentina, oro y diamantes en Sudáfrica, entre otros). La “grandeza nacional” ligada al “trabajo” y al “destino” alcanzaron en Europa una dimensión metafísica. El nacionalista Giuseppe Mazzini, apodado “el alma de Italia”, decía: “La nacionalidad es la parte que Dios asigna a un pueblo en el trabajo humanitario. Es su misión, la tarea que tiene que cumplir en la tierra, para que el pensamiento de Dios pueda realizarse en el mundo (…) Una misión especial que cumplir, un trabajo especial que hacer para el avance de la Humanidad son para mí las verdaderas, las infalibles características de las nacionalidades”.

Durante este período, la importancia del idioma, las fronteras, la cultura y la “raza” se intensificaron notablemente. La consignas nacionales y raciales formaban parte del lenguaje corriente, no solo dentro de las altas esferas del poder y la intelectualidad de la época, sino también entre la “gente de a pie”. En este sentido, Eric Hobsbawn afirma: “Todos tendían a justificar su primordial interés por su nación adoptando el papel de un mesías para todas. A través de Italia, según Mazzini, y de Polonia, según Mackiewitz, los dolientes pueblos del mundo alcanzarían la libertad…los eslavófilos rusos con sus pretensiones de hacer de la Santa Rusia una Tercera Roma, y los alemanes que llegaban a decir que el mundo pronto sería guiado por el espíritu germánico”.

El nacionalismo del siglo XIX fue un fenómeno político y social complejo y tuvo dos vertientes: una liberal y otra tradicionalista de raíces conservadoras. Pese a esta división, es fácil encontrar en muchos movimientos nacionalistas una mezcla de principios de una y otra. Respecto a la génesis y el origen de este movimiento, el Doctor en Historia Eduardo Montagut afirma lo siguiente: “Los liberales intentaron sustituir los viejos Estados absolutos de súbditos por Estados nacionales, formados por hombres libres, por ciudadanos. En la época de las guerras napoleónicas las ideas del nacionalismo comenzaron a extenderse por Europa. La oposición a la ocupación francesa y a los sistemas políticos que Napoleón impuso propició que diversos pueblos se enfrentasen al ejército napoleónico buscando su propio camino para constituirse en Estados. El Congreso de Viena y el sistema de la Restauración no respetaron los intereses de muchos pueblos europeos cuando rediseñaron el mapa de Europa, provocando que el nacionalismo se convirtiera en una fuerza opositora a este sistema de la misma importancia que el liberalismo”.

Dentro de las razones que justificaron las prácticas imperialistas, podemos mencionar la necesidad de proteger las economías locales frente a la competencia internacional. El proteccionismo no sólo recaerá sobre el ámbito económico: los flujos migratorios también se contraerán ante la actitud recelosa de los Estados. Como dijimos más arriba, imperialismo y control de territorios foráneos son fenómenos consubstanciales: en 1914 prácticamente todo el continente africano estaba en manos de las potencias coloniales europeas. El objetivo principal era la posesión de amplios territorios en las partes del “mundo no desarrollado”, donde existía una gran abundancia de materias primas y mano de obra barata. En estos territorios, no solamente se realizaba la extracción directa de mercancías a bajo costo, también se generaban las condiciones para el establecimiento de empresas que volcaban grandes inversiones y buscaban “garantías legales”. Estimuladas por esta necesidad, las potencias imperialistas brindaron marcos jurídicos para asegurar la penetración de estos flujos de inversiones. Antes de realizar desembolsos, las compañías buscaban asegurarse que los Estados asuman los costos de la administración colonial y, de esta manera, evitar perjuicios en sus niveles de rentabilidad. Más allá de las sofisticadas argucias intelectuales y teóricas de los políticos e impulsores del nacionalismo y el imperialismo, el fundamento primordial era económico y comercial.

De este modo, se configura a nivel mundial una ostensible internacionalización de los capitales, lo que implicará para la Argentina una serie de oportunidades y amenazas, que, en colisión con nuestras fortalezas y debilidades, provocará una nueva etapa dentro de nuestra historia económica: el largo ciclo del Modelo Agroexportador.

*El autor es Licenciado en Comercio Exterior. Dictó clases de Fundamentos de Economía en UNRAF (Universidad Nacional de Rafaela) y actualmente es profesor adjunto en las cátedras de Historia Económica Mundial e Historia Económica Argentina en UCES (Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales).

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