El reinado plutocrático mundial no acepta gobernantes antiabortistas – Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada

Parece mentira que todavía haya ceporros que lo discutan. El aborto [en España] es constitucional por la sencilla razón –explicada por Peces-Barba mientras se discutía en el Congreso el artículo 15 de la Constitución– de que sus preceptos están redactados de forma calculadamente ambigua, para que signifiquen una cosa o la contraria dependiendo de «la fuerza que esté detrás del poder político y de la interpretación de las leyes». Y, además de ser constitucional, el aborto es el crimen más emblemático del sistema político vigente. Pues la democracia liberal se funda en un principio emancipador según el cual somos más plenamente humanos cuanto más nos ‘liberamos’ de todos los ‘lastres’ o ‘cárceles’ que ‘coartan’ nuestra ‘realización personal’.

No debe extrañarnos, pues, que el líder pepero se haya declarado satisfecho de la sentencia que declara constitucional el aborto. La función de los partidos conservadores consiste en ‘conservar’ los ‘avances’ de los partidos progresistas, para que luego los partidos progresistas puedan seguir ‘avanzando’, cuando vuelven a gobernar. Durante muchos años el partido conservador contó con una mayoría holgada en el TC en la que ni siquiera faltaban meapilas de comunión diaria. Pero esta mayoría conservadora, al más puro estilo bartlebyano («Preferiría no hacerlo»), se las ingenió para ‘conservar’ las leyes aborteras de los progresistas, sin duda siguiendo instrucciones del propio partido conservador, que había presentado un recurso de inconstitucionalidad para hacer postureo ante los pánfilos, pero prefería que resolviese una mayoría progresista. Esa mayoría progresista ha resuelto de inmediato, avanzando en el reconocimiento constitucional del aborto, que el líder pepero se ha comprometido a ‘conservar’. En lo que no hace sino cumplir fielmente la función de los partidos conservadores.

Por lo demás, el líder pepero sabe que nunca podrá ser presidente del Gobierno si no acepta el aborto, pues el reinado plutocrático mundial no acepta gobernantes antiabortistas. Y también sabe que, tras casi cuarenta años, son muchos cientos de miles las mujeres que han abortado en España al abrigo de la ley; y esos cientos de miles de mujeres han generado en el círculo de sus allegados un natural movimiento de solidaridad. A estas alturas, esos círculos de allegados ya constituyen una mayoría social amplísima: pocas serán hoy las familias españolas que, en un grado de mayor o menor parentesco, no cuenten entre sus miembros con una mujer que ha abortado. Y esa mayoría social no admite que se la pueda considerar cómplice de un crimen. A la postre, el líder pepero, al reconocer el aborto como un ‘derecho de la mujer’, hace suyas las pérfidas enseñanzas del Gran Inquisidor de Dostoievski: «Les permitiremos pecar, ya que son débiles, y por esta concesión nos profesarán un amor infantil. Y nos mirarán como bienhechores al ver que nos hacemos responsables de sus pecados. Y ya nunca tendrán secretos para nosotros».

 

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