Hozando en la pocilga de la izquierda caniche – Por Juan Manuel de Prada

Hozando en la pocilga
Por Juan Manuel de Prada

Todavía queda gente ingenua que se asombra de la chabacanería con que se desempeñan las maritornes de la izquierda caniche, de la abyección emética de sus campañas publicitarias, de la desenvoltura con que se burlan del dolor ajeno o jalean los eslóganes más sórdidos y criminales. No es la suya, sin embargo, chabacanería espontánea o irreflexivamente zafia, sino chabacanería orgullosa y engreída de sí misma que se complace y regodea en su exhibición, chabacanería «refinada» (si se nos disculpa el oxímoron) o «resabiada».

Aunque todavía restan algunos espíritus sensibles (cada vez menos) a los que esta chabacanería rampante hiere, en la mayoría de los españoles no provoca la más leve reacción de repulsa, pues ya han criado callo. Les ocurre aquello que Proust refería, al describir el clima de corrupción en que se desenvolvían sus personajes: «Desde hacía tiempo ya no se daban cuenta de lo que podía de tener de moral o inmoral la vida que llevaban, porque era la de su ambiente». La chabacanería se ha convertido en el líquido amniótico que nos nutre; somos una piara prisionera en una pocilga a la que el hedor del estiércol le parece perfume de algalia.

Pero la chabacanería es una expresión del envilecimiento. Y el envilecimiento no es sólo una debilidad, un abandono, una desidia, un ceder a la tentación por blandura o desmayo. Existen unas «técnicas de envilecimiento», que consisten en «normalizar» aquellas cosas que el pudor prefiere omitir; porque un pudor que se rinde revela una sensibilidad estragada, un gusto corrompido, una conciencia ofuscada, capaz de llamar noche al día, natural a lo aberrante, derecho al crimen. Cuando la superficie expresiva de la vida se envilece, es porque su meollo ya se ha podrido. Y contra esta degradación del meollo no vale, como piensan los ilusos, votar a otro partido que desaloje a las maritornes. Para salir la pocilga en la que hozamos no basta con renegar de los políticos que encarnan eventualmente la chabacanería; hay que renegar de los errores que la sustentan.

No es la chabacanería, sino los errores, los que corrompen a los pueblos. Hay que volver a designar la noche, la aberración, el crimen; y para ello hay que renegar de los errores de «consenso» sobre los que se asienta este Régimen. «No conozco nada más peligroso –escribía Frédéric Le Play– que las personas que comparten ideas falsas so pretexto de que la na­ción no podrá nunca renunciar a ellas. Pues, si no renunciare, morirá. Además, no hay por qué acelerar la decadencia adoptando el error. No hay otra regla de reforma que buscar la verdad y profesarla desde que se la encuentre. Porque incluso rechazada al principio, la verdad se abre camino en las almas. Y sólo la ver­dad ilustra y justifica».

Mientras no se reniegue de los errores, la chabacanería de las maritornes tiene la pitanza asegurada. Y el pueblo español seguirá hozando en la pocilga, hasta entregarse definitivamente a los satanes más bajos.

El alma de la izquierda caniche – Por Juan Manuel de Prada

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