La transformación de la persona convertida en mercancía. La sociedad del espectáculo. Parte I – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Presentación del tema – Para encuadrar la investigación

Un primer punto de referencia es el desarrollo de lo que se ha conocido como Modernidad. Podemos definirlo como un camino de la cultura burguesa europea transitado entre los siglos XVI al XVIII, en una primera etapa: la recuperación de la centralidad de lo humano. Sus promesas se fueron desvaneciendo por el fuerte impacto del modo de producción capitalista, impulsor de la Revolución Industrial.  La transformación cultural posterior configuró lo que ha sido calificado por especialistas como la sociedad de masas. Su comienzo, en el siglo XVIII se dio en Europa y se extendió luego a los Estados Unidos; desde allí, hacia el resto del mundo occidental: adquirió una fuerte incidencia después de la Segunda Posguerra Mundial. Este fenómeno de masas ha sido la condición necesaria para comprender la posibilidad de los manejos que estoy intentando analizar.

Parte I

Un muy interesante pensador e investigador, filósofo, escritor y cineasta francés, Guy Debord (1931–1994), planteó un análisis de la cultura del siglo XX desde un ángulo muy novedoso. Publicó un libro, muy importante en esas décadas: La Sociedad del espectáculo (1967). En líneas generales, su teoría propuso explicar las causas de lo que juzgaba como la alienación [1] del  ciudadano, las condiciones fueron:

«El debilitamiento de las capacidades espirituales en el curso de la modernización de las esferas tanto privadas como públicas de la vida cotidiana… La fuerza de las transformaciones capitalistas, imponiendo una cultura de mercado, se hicieron sentir, con mayor intensidad,  durante la modernización de Europa tras la Segunda Guerra Mundial».

La alienación del ciudadano de a pie pudo ser explicada, entonces, por el impacto de la mercantilización y su fuerza invasiva: la naturaleza seductora del capitalismo consumista [2]. Las conclusiones de Debord dirigieron su crítica contra la idea de la mercantilización que trasmitían los medios masivos de comunicación: La alienación  fue un resultado histórico provocado por el capitalismo. El investigador propone ver el desarrollo de la sociedad moderna a través de la óptica que denuncia:

«Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación: del ser al tener y del tener simplemente al parecer… es el momento histórico en el  que la mercancía completa su colonización de la vida social… El espectáculo es la imagen invertida de la sociedad en la cual las relaciones entre mercancías han suplantado las relaciones entre las personas, en quienes la identificación pasiva con el espectáculo suplanta la actividad genuina… es una relación social entre las personas mediada por las imágenes».

La mercantilización de la vida del ciudadano de a pie es la consecuencia del mecanismo de tener que venderse para trabajar, midiendo su precio por la oferta y la demanda en el mercado, y cotizarse, entonces, por su capacidad productiva. Todo ello sumerge la vida humana en un mar de mercancías hasta convertir a la persona en una mercancía más. La sabiduría popular ha denunciado: «Tanto tienes, tanto vales», vales el valor de lo que tienes.

Recuperemos la ecuación planteada: «del ser al tener y del tener al simplemente parecer» que muestra el proceso de transformación de la vida cotidiana: del ser  llegamos al parecer, a ser sólo una imagen. Se entiende así que, en una sociedad de mercado, la imagen es también una mercancía más, ésta también se adquiere y se consume, pero queda desnuda al mostrar que carece de contenido. La imagen es puro vacío, es sólo lo que parece ser. La persona alienada es otra ante sí misma, sólo se reconoce y valora por lo que aparenta: esto permite comenzar, aunque sea sólo en parte, el proceso del papel de la droga.

El paso necesario que se fue acentuando en las décadas de los sesenta y setenta fue ir trasformando las relaciones entre las personas en una relación entre imágenes aparentes, mientras la subjetividad se fue aislando hacia el mundo de lo estrictamente privado, de allí el padecer la soledad. El ser de cada persona, en tanto tal, se desliza en una bruma angustiosa, mientras exhibe su apariencia en el mercado de las relaciones. La cultura Occidental apeló, para resolver este problema, al alcohol y/o la droga o sustitutos menos dañosos [3], pero al mismo tiempo, menos eficaces. La importancia de la imagen radica, para este análisis, en la denuncia de su vacío interior: es nada más que apariencia. Las relaciones entre las apariencias son un juego fatuo, trivial y evanescente, por lo tanto, altamente insatisfactorio y muy desgastante. Éste termina vaciando de contenido espiritual a la persona, como lo define Debord. Se podría pensar en la metáfora de las mascaritas en el Carnaval.

Debord califica ese tipo de vida como una sociedad del espectáculo. Recurramos a la  Academia de la lengua para entender mejor este concepto:

«Espectáculo: función o diversión pública celebrada en un teatro, en un circo o en cualquier otro edificio o lugar en que se congregan las personas para presenciarla. Cosa que se ofrece a la vista o a la contemplación y es capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles».

La etimología de la palabra nos dice: «El vocablo espectáculo viene del latín “spectaculum”, apelativo nominal del verbo “spectare”, “mirar”, “contemplar”, “observar atentamente”. El espectador es un sujeto pasivo en ese juego. Sin embargo, Debord da un paso más y hace de la vida cotidiana un escenario en el que cada quien re-presenta el papel que elige (dentro de sus posibilidades), por lo cual es para los otros sólo lo que aparenta ser: Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmenso escenario que  acumula espectáculos.

El avance de la concentración de los medios de información, en las condiciones que ofrece la sociedad de masas, convierte la vida social en noticia: es esta la fuente mayor, casi excluyente, de información. La vida es percibida como una representación acorde con la información recibida. La realidad percibida, pensada y vivida es nada más que la realidad comunicada, mediatizada, en tanto tal editada y reinterpretada desde una propuesta homogeneizadora:

«El espectáculo no debe entenderse como el abuso de un mundo visual, es el producto de las técnicas de difusión masiva de imágenes. Es más bien una cosmovisión que ha llegado a ser efectiva, a traducirse materialmente. Es una visión del mundo que se ha objetivado».

La opinión de los investigadores

En una entrevista que le realizó Julia Goldenberg al profesor François Jost [4], de la Sorbonne Nouvelle-Paris III, éste afirmó que «la televisión sigue siendo un discurso potente y con plena vigencia». Constituye un dispositivo que debe ser analizado detenidamente, ya que es el vehículo mediante el cual se afirma la banalidad de la televisión. Este medio habla de sus más profundas aspiraciones, de su lógica y de su función social. Nos encontramos ahora ante una mirada diferente pero convergente con lo que estamos estudiando. Veamos cómo lo plantea:

«Yo no hablo en mi libro sobre lo banal, sino sobre el culto de lo banal. Es decir, sobre el hecho de que a lo largo del siglo XX se ha reivindicado lo banal. Cuando digo que se ha “banalizado lo banal” me remito al inicio del siglo XX, cuando Marcel Duchamp comenzó a exponer objetos triviales en un museo, como por ejemplo un mingitorio al que llamó Fuente. Lo hizo con el objetivo de enfrentarse a una concepción del arte y de los artistas inscriptos en instituciones rígidas. Luego establezco una serie con obras de Andy Warhol, quien filmó gente durmiendo y comiendo para romper con una concepción de la alta cultura y para valorizar lo “ordinario-ordinario”, es decir, el espectáculo más banal».

Nos advierte sobre la transformación de lo que comenzó como una protesta, y hoy se ha convertido en un valor cultural, es el modo dominante de la programación televisiva. Por ello, subraya que todos estos artistas mencionados promovieron el culto de lo banal, como una protesta para rebelarse contra concepciones tradicionales y conservadoras: el museo, el genio artístico, el gran arte, etc. Es decir, todo eso fue pensado desde una intención provocadora y corrosiva. Hoy la televisión ha banalizado la protesta, le da un lugar central a la banalidad, pero sin ningún tipo de objetivo y lo banal se justifica a sí mismo. Es decir, parece que la gente tiene derecho de mostrar lo más trivial, pero sin ningún tipo de objetivo contestatario, revolucionario o provocador. Esto no lleva a derribar valores o discursos conservadores; los esquiva, no los enfrenta; comenta el profesor François Jost:

«Bueno, lo que intento demostrar, justamente en el capítulo sobre Warhol, es que la separación entre “la alta cultura” y “la cultura popular” se ha borrado. Para Warhol, los medios de comunicación también son una forma artística. Creo que si pensamos en la televisión como una continuación en la línea de Warhol, se puede admitir que en el fondo la televisión es hija del arte contemporáneo y es heredera del arte del siglo XX. Si Warhol filmaba a un hombre durmiendo durante seis horas no podemos sorprendernos cuando vemos en Gran Hermano exactamente lo mismo».

Consultado sobre dónde colocaría el comienzo de este proceso, afirma:

«Lo cierto es que en Francia teníamos una televisión enteramente pública, no existía la televisión privada. Desde el momento en que la televisión se privatizó, todas las cadenas televisivas intentaron seducir al público, buscaban darle un lugar protagónico. El espectador era el protagonista. En los años ’90 comenzó esta dinámica, cuando se pusieron de moda los reality shows, que en Francia los llamamos “telerrealidad”. La televisión, con una estrategia populista (¡no popular!) ubicó al individuo como protagonista de la escena televisiva. Incluso hubo un programa en los ‘90 que se llamaba Salgo en la tele. Es decir, salir en la tele se convirtió en el objetivo fundamental».

El sistema dominante completó el proceso de alienación, convirtiendo al ciudadano (entendiendo este concepto como una persona consciente de sus derechos) en un espectador (una persona pasiva, vaciada en su interioridad), esto fue un paso más en la tarea de la dominación de los pueblos.

[1] Procedente del adjetivo alienus (lo de otro, lo extraño a uno, lo ajeno); el término alienación se emplea en distintos sentidos y en diversas disciplinas. Hace referencia a un proceso en el cual las personas pierden la relación consigo mismas para ser vividas como una relación con otro abstracto; alienado en psicología se refiere a la persona que pierde o se altera la relación consigo mismo.

[2] Se puede consultar en la página www.ricardovicentelopez.com.ar mi trabajo La codicia es buena; es necesaria y funciona, para una lectura con mayor detalle.

[3] Quienes vean películas o series, sobre todo de los EEUU, podrán observar el papel de las sustancias o el alcohol en los encuentros sociales, parece un invitado obligado.

[4] Semiólogo francés, profesor emérito de ciencias de la información y la comunicación en la Universidad Sorbonne-Nouvelle; dirigió el laboratorio de Comunicación de Información de Medios.

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