¿”Niños consentidores”? Los demonios desatados que se disponen a perpetrar este crimen – Por Juan Manuel de Prada

Niños consentidores
Por Juan Manuel de Prada

Con espléndido remango choni, una prócer gubernativa ha proclamado que los niños «tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana basadas en el consentimiento». Exhortada a retractarse, la prócer ha aducido que es víctima de una campaña persecutoria de la «ultraderecha». Un moderado y nada persecutorio editorial de este periódico concluía, sin embargo, que la prócer no parecía estar defendiendo la pederastia, aunque «su mensaje fue gravemente equívoco». Pero no creemos que en las palabras de la prócer hubiese equivocidad alguna, aunque no estuviese defendiendo la pederastia, ni ninguna otra aberración en concreto, sino algo mucho más dañino y alevoso.

La prócer del remango choni defiende sin rebozo, con una contundencia despojada por completo de equívocos, que los menores que no han alcanzado un desarrollo orgánico ni intelectual tienen en cambio conciencia de su «identidad» sexual, pudiendo «consentir» que los hormonen y posteriormente mutilen para que su «género» sea «reasignado». Y cuando se afirma tal bestialidad, se está afirmando también que los menores pueden «consentir» mantener relaciones sexuales con quien les dé la gana. Pues, ¿qué se pretende que haga un niño con su «género reasignado»? ¿Mejorar sus habilidades culinarias, tal vez, o aprender el alfabeto cirílico? Resulta evidente que se reconoce a los niños capacidad para «consentir» que les inyecten hormonas o les rebanen la polla para que puedan también «consentir» en «amar o tener relaciones sexuales con quién les dé la gana». Esto es, sin equívoco alguno, lo que nuestra prócer defiende.

Y es lógico que lo defienda; pues el mal se desenvuelve siempre con apabullante lógica. Cuando la sexualidad se trata como cosa inocente –señalaba Chesterton– ocurre inevitablemente que todas las cosas inocentes se empapan de sexualidad. Los demonios han sido desatados; y van a probarnos en qué consiste aquella «eterna enemistad» que profesan a la descendencia de la mujer. Que no consistirá sólo en que el mayor número de niños sean exterminado en el vientre de sus madres, sino también en que el mayor número de niños sobrevivientes de esta hecatombe sean pervertidos monstruosamente, para que puedan «consentir» que los demonios desatados satisfagan en sus cuerpos inermes los apetitos más bestiales, para que puedan «consentir» que sus almas trémulas sean estremecidas de las formas más diabólicas.

Naturalmente, los demonios desatados que se disponen a perpetrar este crimen todavía no lo formulan abiertamente, sino a través de eufemismos, circunloquios y equívocos (salvo cuando alguna prócer de espléndido remango choni lo suelta a bocajarro). Pero si hoy los demonios desatados se disponen a despedazar entre sus fauces a nuestros hijos es porque antes, demostrando una pasividad de alfeñiques capados, hemos permitido que envileciesen su inocencia a través de la propaganda sistémica que infesta sus vidas inermes.

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