Pedro Sánchez y el espionaje de Pegasus – Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada

Desde hace semanas, nos están dando un tabarrón horroroso con el espionaje que han sufrido más de sesenta indepes, cuyos móviles han sido ‘pinchados’ por un ingenio denominado Pegasus, que escruta los mensajes de guasap y las fotopollas. Esta violación masiva de la intimidad ha causado una consternación tremenda entre los demócratas panolis, que no quieren aceptar que un gobierno de progreso haya perpetrado tal atropello sin autorización judicial; y prefieren pensar (‘risum teneatis’) que lo han perpetrado anacletos descontrolados del CNI o policías de las cloacas. En cierta ocasión, Rubalcaba le soltó a un adversario político: «Yo oigo todo lo que dices y veo todo lo que haces». Y si un demócrata insigne como Rucalcaba era lechuzo de vidas ajenas, como aquel Diablo Cojuelo que por las noches levantaba los tejados de Madrid como si fuesen de hojaldre, haciendo de los secretos de sus habitantes ‘pepitoria humana’, no veo por qué el doctor Sánchez, que además de demócrata insigne tiene más jeta que un tapir, no pueda hacer pepitoria con los indepes y con quien le salga del toto.

Antaño, los espías viajaban en el Transiberiano y se hospedaban en hoteles de lujo con señoras estupendísimas (que, a su vez, eran también espías) con muchos velos y muchos echarpes echados al cuello (y a veces, incluso, alguna serpiente, como Mata-Hari) y un pomo de arsénico escondido en el canalillo. Eran entonces los espías una raza privilegiada, que aspiraba los divinos perfumes de la aventura galante y el peligro de muerte; pues, además de beneficiarse de señoras estupendísimas, corrían el riesgo de que los fusilaran, si los descubrían; en cambio al Anacleto de hogaño, si lo descubren, lo fichan como ‘experto’ en cualquier programilla cutre de la tele, para que nos cuente con la voz distorsionada bulos delirantes sobre la guerra de Ucrania o los ligues del Emérito.

Con el desarrollo de la tecnología, Mata-Hari ha sido sustituida por unos anacletos que escrutan en un cuchitril inmundo (porque el sueldo birrioso no les da para hoteles de lujo) las fotopollas de los indepes, mientras se zampan un triángulo de pizza grasienta (y tal vez se casquen una gayola, si el Anacleto es entusiasta de su trabajo). La tecnología, que ha destruido todas las actividades poéticas, ha matado también el espionaje, convirtiéndolo en un oficio casposo, cobardón y sórdido. Los indepes espiados, aparte de lloriquear un poco (que siempre viene bien, para pillar cacho), deberían anunciar al doctor Sánchez lo mismo que Gila anunciaba en uno de sus chistes bélicos, en los que fingía hablar por teléfono con el enemigo: «Su espía de ustedes ya llegó; ahora le mandaremos nosotros al nuestro». Así, si los amenazan con sacarles las fotopollas del móvil, los indepes podrían defenderse como hacían en aquel pequeño país centroamericano donde todos sus habitantes eran poetas, y cuando se encontraban dos amigos en la calle, ambos sacaban unas cuartillas del bolso y decían al unísono: «Si me lees, te leo».

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