Rusia ha declarado la guerra a lo Woke
Por Marcelo Ramírez
Quiero compartir una perspectiva sobre uno de los temas que están marcando la pauta en el debate global actual: la declaración de Rusia en contra de la agenda WOKE. Lo que podría parecer, en un principio, una cuestión puramente cultural, tiene implicancias mucho más profundas y serias, ya que refleja una lucha ideológica y geopolítica que va mucho más allá de las fronteras rusas.
Para entender la magnitud de este enfrentamiento, es necesario que primero definamos qué es lo WOKE. Originalmente, el término surgió como una expresión de estar «despierto» o «alerta» ante las injusticias sociales, especialmente en lo relacionado con la raza, el género y otras formas de opresión. En sus primeros días, fue un estandarte para movimientos progresistas que luchaban por los derechos civiles y la igualdad, un grito de resistencia frente a los abusos históricos de ciertos sectores de poder.
Sin embargo, con el tiempo, este término ha ido evolucionando y ha tomado un significado mucho más amplio y complejo. Hoy en día, lo WOKE abarca no solo temas de justicia racial, sino que también incluye cuestiones de identidad de género, derechos de la comunidad LGTB+, políticas de inclusión, entre otros aspectos que configuran lo que podríamos llamar la «política de identidad». Y es aquí donde comienza la controversia: para muchos, esta agenda progresista se ha vuelto una herramienta de imposición cultural, que promueve cambios sociales radicales que desafían los valores y estructuras tradicionales.
En Occidente, especialmente en Estados Unidos y Europa, lo WOKE ha sido aclamado por sectores progresistas como una evolución necesaria en la lucha por los derechos humanos. Pero no todos lo ven de esa manera. Existen muchos detractores que consideran que lo WOKE va demasiado lejos, imponiendo una nueva moral que entra en conflicto con las bases culturales y sociales tradicionales. De hecho, para muchos conservadores, lo WOKE representa una agenda peligrosa, que genera división y confusión, en lugar de cohesión social.
En este contexto global, Rusia, bajo el liderazgo de Vladímir Putin, ha decidido adoptar una postura clara y directa en contra de la agenda WOKE. Putin ha sido muy claro al afirmar que Occidente está inmerso en una profunda crisis moral, y que la ideología WOKE es un síntoma de esa decadencia. Desde su perspectiva, el liberalismo progresista ha destruido los valores tradicionales, como la familia, la religión y el sentido de identidad nacional, elementos que son fundamentales para la estabilidad de una sociedad.
Lo que diferencia a Rusia de otros países es que no se limita a criticar la agenda WOKE, sino que la ha convertido en un eje central de su estrategia geopolítica. Al posicionarse como defensor de los valores tradicionales, Rusia no solo busca reafirmar su identidad frente a las presiones externas, sino también proyectar su influencia en el ámbito internacional. Como señala Putin en repetidas ocasiones, el mundo está entrando en una nueva fase, donde el relativismo cultural y el caos de roles de género promovidos por lo WOKE no tienen lugar.
Desde esta perspectiva, Rusia se convierte en un baluarte de resistencia frente a lo que percibe como una colonización cultural por parte de Occidente. Putin ha dejado claro que no está dispuesto a aceptar la imposición de valores ajenos que atenten contra la estructura social y cultural de su país. De esta manera, el rechazo a lo WOKE se transforma en una herramienta para proyectar poder blando, buscando aliados que compartan esta visión y que también estén desilusionados con las imposiciones culturales de Occidente.
No podemos analizar la postura de Rusia frente a lo WOKE sin tener en cuenta el contexto geopolítico en el que se desarrolla. La creciente confrontación entre Rusia y Occidente, que se manifiesta en diversos frentes, desde el conflicto en Ucrania hasta las sanciones económicas, tiene también una dimensión cultural y moral. El rechazo a la agenda WOKE es, en este sentido, una forma de definir su identidad en contraposición a la de Occidente. No es solo una cuestión de política interna, sino también un acto de resistencia en el escenario internacional.
En la actualidad, las guerras no se libran únicamente con armas y sanciones, sino también en el terreno de las ideas y los valores. Como menciono en mi análisis, la cultura y los símbolos se han convertido en herramientas poderosas en la guerra moderna. La agenda WOKE, desde la perspectiva de Rusia, no es otra cosa que un instrumento de colonización cultural, una forma de imponer un modelo social y moral que desestabiliza a las sociedades que aún mantienen una estructura tradicional.
Esta dinámica se inserta dentro de lo que se ha llamado «guerra híbrida», una combinación de tácticas militares convencionales con la guerra de información, la guerra económica y la guerra cultural. En este sentido, lo WOKE es visto por Rusia como una forma de guerra cultural que Occidente está utilizando para debilitar y desorientar a sus rivales. Esta visión refuerza la idea de que el enfrentamiento entre Rusia y Occidente no es solo militar o económico, sino también una lucha de valores.
Pero Rusia no está sola en esta cruzada contra lo WOKE. Vemos cómo otros países, como Hungría bajo Viktor Orbán, han adoptado posturas similares, enfrentándose a lo que perciben como una amenaza a los valores tradicionales. En este sentido, lo que está ocurriendo es la formación de una especie de bloque conservador, donde Rusia se presenta como un referente para aquellos gobiernos y movimientos que ven en lo WOKE una amenaza existencial.
En este punto, la batalla contra lo WOKE se entrelaza con la defensa de la soberanía cultural de los Estados frente a las imposiciones externas. Para muchos gobiernos conservadores, el rechazo a lo WOKE no solo es una cuestión de política interna, sino también una forma de proteger su autonomía frente a lo que perciben como una intromisión cultural por parte de las potencias occidentales.
Además, no podemos olvidar el auge de los movimientos populistas de derecha en Europa y América del Norte, que han abrazado muchas de las posiciones que Rusia promueve. Estos movimientos, que van desde el Brexit en el Reino Unido hasta la elección de Donald Trump en Estados Unidos, han capitalizado el malestar de grandes sectores de la población que sienten que lo WOKE y las políticas progresistas están alienando a las mayorías tradicionales.
No es solo una cuestión política o geopolítica. La lucha contra lo WOKE tiene una dimensión moral que no se puede ignorar. Para muchos en Rusia, y también en otros países conservadores, lo WOKE representa un ataque directo a los valores fundamentales de la sociedad: la familia, la religión y el orden social. En este sentido, el rechazo a lo WOKE es un acto de defensa moral frente a lo que se percibe como una amenaza a la integridad de la sociedad.
Putin ha sido claro en su crítica al «liberalismo decadente» de Occidente, que promueve valores que, según él, van en contra de la naturaleza humana. Desde su punto de vista, la promoción de políticas de género, los derechos LGBT+ y otros temas relacionados con lo WOKE son intentos de desnaturalizar a la sociedad, destruyendo las bases sobre las que se construyen las naciones. Aquí, el enfrentamiento con lo WOKE es también una lucha contra el relativismo moral que, desde la perspectiva rusa, está erosionando a Occidente desde dentro.
El papel de la religión en esta batalla es fundamental. La Iglesia Ortodoxa Rusa se ha convertido en un aliado crucial del Estado en la defensa de los valores tradicionales. Con su énfasis en la familia y la trascendencia espiritual, el cristianismo ortodoxo ofrece una alternativa a las tendencias secularistas que dominan en muchos países occidentales.
En conclusión, la guerra contra lo WOKE tiene implicancias que van mucho más allá de Rusia. Esta lucha cultural forma parte de un enfrentamiento más amplio por el futuro del orden mundial. A medida que el mundo se vuelve más multipolar, la pugna por los valores culturales y morales se convierte en un terreno crucial en la disputa por la hegemonía global.
Rusia ha decidido liderar esta resistencia, presentándose como el defensor de los valores tradicionales en un mundo cada vez más fragmentado por las ideologías progresistas. Lo que está en juego no es solo una cuestión de política cultural, sino el propio orden mundial del siglo XXI. El enfrentamiento no se libra únicamente en los campos de batalla o en los mercados económicos, sino también en las mentes y los corazones de las personas. Y en ese terreno, Rusia ha dejado en claro que no piensa ceder.
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