Alemania vuelve al ruedo: ¿preludio de guerra en Europa? – Por Marcelo Ramírez

Alemania vuelve al ruedo: ¿preludio de guerra en Europa?
Por Marcelo Ramírez

No se trata de Ucrania. No se trata siquiera de la cacareada “agresión rusa”. El verdadero conflicto está detrás del decorado, donde las sombras del poder mueven las piezas y construyen un escenario que huele, cada vez más, a pólvora. Y no es cualquier confrontación. Esta vez, es Alemania la que vuelve a ocupar el lugar del ariete, como en los viejos tiempos. La historia se repite, primero como tragedia, luego como farsa… y ahora como un peligro nuclear con todas las letras.

Putin lo ve venir. No porque tenga una bola de cristal, sino porque, como siempre, Moscú escucha cuando los demás hablan y observa mientras los demás duermen. No hace mucho, el presidente ruso condecoró a Serguéi Lavrov con la Orden de San Andrés, la más alta distinción del Estado. No fue un gesto vacío. Lo hizo al mismo tiempo que Lavrov pronunciaba un discurso que dejó, al que quiso oírlo, helado. Dijo, entre otras cosas, que no se podía dejar a la población rusoparlante bajo el régimen de Kiev. No habló de Zelenski, sino de “la junta de Zelenski”. La advertencia era clara: el objetivo no es una figura, es el aparato entero. Y sobre ese aparato ya no hay más ilusiones: lo que queda de Ucrania no será soberano, ni mucho menos independiente. Eso se terminó.

Cuando Rusia habla de “desmilitarizar y desnazificar”, los tontos útiles en Occidente se ríen, pero la profundidad de la fórmula es quirúrgica: desmilitarizar implica destrozar el aparato armado ucraniano e impedir su integración a la OTAN. Desnazificar significa decapitar políticamente a quienes hoy controlan Ucrania. No hay ambigüedad posible. Y no hay vuelta atrás.

Rusia juega con tiempo. Sabe que cada día que pasa es uno menos para la ventana de oportunidad de sus enemigos. Usa a Lavrov para enviar guiños a Trump, para mostrar que aún se pueden sentar a hablar, para dejar en claro que Moscú no fue quien cerró las puertas a la paz. Pero eso no es debilidad: es diplomacia con la pistola en la mesa. Porque el objetivo está trazado: retomar el control sobre las regiones históricamente rusas, quitar de en medio al gobierno títere de Kiev y advertir al resto del mundo que con Rusia no se juega.

El problema, claro, es la legitimidad. Zelenski ya ni siquiera disimula: su mandato expiró hace tiempo, y debió haber cedido el poder según la constitución ucraniana. Es un presidente ilegal, un usurpador. ¿Qué valor puede tener entonces un eventual acuerdo firmado por él? Ninguno. Y, sin embargo, Rusia mantiene abierta la puerta, sabiendo que lo importante no es el papel firmado, sino lo que pueda consolidar en el terreno.

Mientras tanto, la máquina occidental sigue en piloto automático. Europa canta alabanzas a la democracia mientras prohíbe el idioma ruso en Ucrania, reprime la Iglesia ortodoxa y silencia cualquier intento de mediación real. El Vaticano quiso meter la cuchara, claro, pero Moscú le contestó con elegancia —quizás demasiada—: “es poco elegante”. Traducción: su mediación no será aceptada. Ni por afinidad cultural ni por neutralidad real.

En este panorama, reaparece Alemania. Y no como un actor pasivo, sino como protagonista del rearme. No es una exageración. La industria alemana —sí, la misma que producía autos de lujo— se está reconvirtiendo en una maquinaria bélica. Las autopartes dejan paso a blindados. La Bundeswehr —el ejército alemán— se proyecta como el mayor de Europa, con aumentos presupuestarios que rozan el delirio: hasta un 5% del PBI. Y todo esto, en nombre de la seguridad europea, claro. Seguridad que, según el guion, está amenazada por Rusia.

Pero lo que realmente amenaza a Alemania no es Rusia. Es su propia élite política. Una élite que ha aceptado con entusiasmo suicida la subordinación a los intereses anglosajones. Ursula von der Leyen y Friedrich Merz han sido claros: se oponen incluso a reactivar los gasoductos Norstream que podrían devolverle a Alemania la energía barata que necesita desesperadamente. Prefieren congelarse y destruir su industria antes que comprarle gas a Moscú. Una locura, sí, pero con lógica… si entendemos que Alemania ha vuelto a ser la herramienta de otro.

Porque en esta obra de teatro, el guionista no vive en Berlín. Vive en Londres. El Reino Unido, como siempre, juega su rol histórico: instigador, conspirador, estratega en la sombra. No pone los muertos, pero sí pone las ideas. No lidera las ofensivas, pero las escribe. Utiliza a Ucrania, y ahora a Alemania, como carne de cañón. Mientras tanto, sus tropas no pisan el barro. Lo suyo es la inteligencia, la guerra psicológica, el control narrativo.

Y es aquí donde Rusia, que no es ninguna improvisada, empieza a mirar con otros ojos. Ya no solo a Kiev, sino a Berlín y Londres. Ya no como adversarios diplomáticos, sino como amenazas estructurales. Porque Ucrania, por más armas que reciba, no deja de ser un actor secundario. Alemania no. Alemania, con su poder industrial, su ubicación estratégica y su importancia simbólica en Europa, es otra cosa. Y si se le da el tiempo suficiente —cinco, diez años— puede convertirse en un rival peligroso de verdad.

¿Y qué hace Rusia mientras tanto? ¿Espera? ¿Se anticipa? Ahí está la gran pregunta. La historia ha demostrado que esperar puede ser letal. Alemania ha violado tratados, ha aumentado su ejército, ha participado en operaciones militares externas (algo que tenía prohibido por los acuerdos de reunificación) y ha absorbido a las fuerzas armadas de Países Bajos. ¿Qué más hace falta para que Moscú entienda que la guerra ya está en marcha?

Los medios rusos ya lo dicen abiertamente: se está conformando una nueva amenaza en Europa. Una Alemania militarizada, alentada por Londres, que actúa al servicio de un proyecto global que necesita derrotar a Rusia para mantenerse a flote. Porque eso es lo que está en juego: el poder real, ese que no se ve pero que se impone desde el dólar, desde Wall Street, desde el MI6, desde Bruselas o desde Langley.

Rusia lo sabe. Lo supo en Ucrania. Lo sabe con Alemania. Y también lo sabe con el Reino Unido. Lo que no sabemos es cuándo —no si— decidirá actuar con toda su fuerza. Porque hasta ahora, todo ha sido contención. Todo ha sido aguante. Pero nadie en Moscú es ingenuo. Nadie cree que Alemania se está rearmando por las dudas. Nadie cree que Londres es un observador inocente.

¿Será la guerra inevitable? Quizás no. Quizás Trump logre, como intentó en su momento, frenar la máquina. El vínculo entre él y Putin, las llamadas, los gestos, la diplomacia paralela, todo apunta a eso: frenar la locura antes de que sea tarde. Pero la maquinaria sigue, y la presión es enorme. Dentro de Estados Unidos, los halcones empujan por más sanciones, más armas, más guerra. Y Trump, aunque tiene fuerza, no es omnipotente.

Mientras tanto, Alemania enfrenta una recesión brutal, una fuga de ciudadanos sin precedentes (más de la mitad de los alemanes se plantean abandonar el país), un colapso energético autoinfligido, y una clase política desconectada de su propia población. Pero lejos de rectificar el rumbo, dobla la apuesta. Más inmigración, más gasto militar, más subordinación a Bruselas. Y por debajo de todo, una industria que cambia el volante por la mira telescópica.

¿De verdad creen que Rusia va a quedarse mirando?

El precedente está claro. Después de la Primera Guerra Mundial, Alemania fue desarmada, controlada, dividida. Pero el rearme llegó. Y con él, la tragedia. ¿Qué nos hace pensar que esta vez será distinto? Rusia ya ha probado la traición occidental más de una vez. No le van a vender dos veces el mismo cuento. Moscú lo sabe: si deja crecer esta nueva Alemania armada hasta los dientes, en algún momento tendrá que enfrentarse. Y tal vez para entonces sea demasiado tarde.

Por eso Ucrania no es el fin. Es apenas el prólogo. El combate real se perfila en el horizonte. Y esta vez, Alemania no será una víctima. Será protagonista. Y si nadie detiene esta locura, Europa volverá a ser, como tantas veces, el escenario de una catástrofe fabricada por sus propias élites… al servicio de intereses que hablan inglés.

Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=QfvagTyr20Y

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