Por Juan Manuel de Prada
Sin duda, hubo ‘católicos’ infestados de ideologías perversas que, a título particular, aplaudieron la persecución a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, como ahora hay otros ‘católicos’ que aplauden las acciones criminales de Israel contra los palestinos; pero no hay razón por la que la Iglesia deba culpabilizarse institucionalmente por aquellos hechos pretéritos.
Otra cosa distinta es que la Iglesia mantenga desde sus orígenes una tensión o conflicto religioso con el judaísmo. La existencia de la Iglesia, según el dogma católico, supone la renovación de la alianza que Dios entabla con Israel, de tal modo que el Israel bíblico subsiste en la Iglesia, que es su continuación a efectos de la Historia de la Salvación. En este sentido, resulta muy ilustrativa una audiencia que el papa Pío X concedió en 1904 a Theodor Herzl, que buscaba el apoyo de la Santa Sede al proyecto sionista. Pío X rechazó tal apoyo, declarando que la Iglesia no podía reconocer las aspiraciones sionistas en Palestina, que estaban guiadas por criterios políticos, en tanto que la respuesta del Papa se fundaba en criterios teológicos. Fue el propio Herzl quien después escribiría la crónica del encuentro, narrando la escena en primera persona y dedicando a Pío X una etopeya poco favorecedora, donde lo pinta como rústico y rudo. Las palabras que Herzl pone en boca de Pío X son netamente católicas y perfectamente razonadas, realistas e históricamente responsables, aunque Herzl trate de presentarlas como imperiosas o híspidas: «No podemos favorecer vuestro movimiento. No podemos impedir a los judíos ir a Jerusalén, pero no podemos jamás favorecer vuestras pretensiones. La tierra de Jerusalén, si no ha sido sagrada, al menos ha sido santificada por la vida de Jesucristo. Como jefe de la Iglesia no puedo daros otra contestación. Los judíos no han reconocido a Nuestro Señor. Nosotros no podemos reconocer vuestro movimiento».
Herzl le replica que los sionistas que acaudilla fundan su movimiento «en el sufrimiento de los judíos, y queríamos dejar al margen todas las incidencias religiosas», tratando de convertir el asunto en una mera cuestión política. A lo que Pío X responde: «Bien, pero Nos, como cabeza de la Iglesia, no podemos adoptar la misma actitud. Se produciría que, o bien los judíos conservarán su antigua fe y continuarán esperando al Mesías (que nosotros, los cristianos, creemos que ya ha venido), en cuyo caso no los podemos ayudar, pues ustedes niegan la divinidad de Cristo; o bien irán a Palestina sin profesar ninguna religión, en cuyo caso nada tenemos que hacer con ellos. La fe judía ha sido el fundamento de la nuestra, pero ha sido superada por las enseñanzas de Cristo».
Pío X no hacía sino formular la posición católica tradicional ante el sionismo, vigente hasta que el mundo católico se infecta de ideologías de cuño protestante que siguen viendo en Israel un pueblo elegido. ¿Y qué sucedería en la Iglesia posconciliar?
(Concluirá)