Peinado los despeina – Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada

En alguna ocasión he recordado a las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan un chiste sarcástico y cruel que, siendo todavía niño, escuché contar al genial Gila. Cuando lo escuché por primera vez, más que reír, me hizo pensar mucho, porque creo que esconde en su meollo un conocimiento muy profundo de la naturaleza humana; o siquiera de los recovecos más miserables y gregarios de la naturaleza humana. El chiste rezaba así poco más o menos: «La otra noche salía yo del cine con mi mujer. Había tres individuos como tres armarios pegándole una paliza a un pequeñajo. Le digo a mi mujer: «¿Qué hago? ¿Me meto? ¿No me meto?». Al final me metí… ¡Cómo lo dejamos entre los cuatro!».

Me vino de nuevo el chiste de Gila a la cabeza hace unos días, cuando accidentalmente me tropecé en televisión con una entrevista a un modorro del partido de Estado. La locutora hacía las preguntas exactas que convenían, para que el modorro pudiera tranquilamente endosarnos la alfalfa de consignas oficiales sin tener siquiera que pensar; pero lo más gracioso eran las caras de intensita que ponía la locutora, como si estuviese protagonizando un diálogo platónico. En un momento dado, la locutora fue un poco más allá, preguntándole al modorro por el juez Peinado, que se atreve –¡oh réprobo!– a investigar a la catedrática Begoñísima «en contra del criterio de la Fiscalía y de la abogacía de Estado» y que no había visto el «delito de malversación cuando le presentaron la demanda». Me sorprendió mucho que la locutora tratase por un lado de presentar como anomalías lo que no son sino vicisitudes habituales en la instrucción de una causa (que el juez, a medida que investiga, descubra comportamientos delictivos que en un primer momento, le pasaron inadvertidos); y que por otro lado tratase de presentar anomalías como vicisitudes habituales, nombrando específicamente la oposición de la Fiscalía y de la Abogacía del Estado a las actuaciones del juez, que si algo prueba es la colonización de las instituciones, puestas al servicio del demagogo que las utiliza en beneficio personal.

El modorro del partido de Estado entreabrió entonces un ojo, advirtiendo que la locutora se estaba empleando a fondo en defensa de sus amos: «¿A qué achaca la actitud del juez Peinado? –preguntaba la locutora con encono–. ¿Qué justificaría la actitud del juez Peinado? ¿Cree que hay una persecución judicial al Gobierno?». El modorro del partido de Estado entendió que se le estaba solicitando el mismo grado de adhesión ciega y vileza que la locutora había mostrado con sus preguntas; y entonces aseguró que el juez Peinado estaba haciendo una campaña «por tierra, mar y aire contra el presidente del Gobierno»; y que al final la Justicia les daría la razón. Esta apostilla última me resultó chistosa, pues en efecto no hay ninguna duda –hace algún tiempo lo explicamos en un artículo jocoso titulado ‘Escenarios para Begoñísima’– de que la catedrática Begoñísima no sólo acabará impune, sino encumbrada como una mártir de la democracia.

Pero el diálogo entre aquellos dos bellacos me recordó el chiste de Gila que recordaba al principio de este artículo. Peinado es un modesto juez de primera instancia, más solo que la una, que como la inmensa mayoría de jueces trabaja con medios muy limitados y precarios, desbordado de trabajo y sometido a presiones constantes. Y enfrente tiene a unos abusones que han colonizado las instituciones y las han puesto al servicio de sus intereses personales; que disponen de una maquinaria comunicativa apabullante (sólo en Moncloa seiscientos apesebrados) encargada de diseñar campañas de desprestigio del juez Peinado; que cuentan con multitud de medios afines dependientes de sus limosnas a los que no tienen ni siquiera que molestarse en venderles consignas, porque antes ellos ya las han comprado. Y no contentos con esa desproporción monstruosa de fuerzas, no contentos con convertir a un juez desvalido en diana de todos sus anatemas, pretenden presentarlo como un archivillano todopoderoso que organiza «por tierra, mar y aire» campañas contra un Gobierno desvalido. Es decir, tratan aberrantemente de presentarse a sí mismos y a las instituciones colonizadas a su servicio y a los medios lacayos como víctimas vulnerables que necesitan el apoyo del pueblo para que ese maldito juez Peinado no los despeine.

Evidentemente, lo que esta patulea trata de hacer, utilizando al juez Peinado como payaso de las bofetadas, es intimidar a los jueces, sometiendo a mil angustias y asechanzas su existencia, para que cumplir con su deber se convierta en un sacrificio ímprobo. Para que los jueces se abstengan de perseguir el delito cuando se cocine en palacio, para instaurar la plena irresponsabilidad en el ejercicio del poder, para que sus cónyuges chonis y sus hermanitos chupópteros puedan rapiñar a mansalva los recursos públicos, puedan amañar las oposiciones, puedan recomendar a sus amiguetes en las licitaciones ministeriales, puedan servirse gratuitamente de personal adscrito a la administración pública en sus chanchullos y chiringuitos personales. Y para instaurar esa situación que les permita delinquir a mansalva cuentan con periodistas lacayos que arriman el hombro en la estrategia de hostigamiento, estigmatización y descrédito de un juez. Más valiese a los jueces salir en tromba en defensa de su compañero, antes de que ellos también sean hostigados, estigmatizados y desacreditados como lo está siendo Peinado; pero algunos, en el colmo de la miseria humana, hacen como el protagonista del chiste de Gila.

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