Por Marcelo Ramírez
Condena mundial por la muerte de Alexei Navalny. Proliferan titulares como el del medio pro occidental Infobae que reza: “Fue brutalmente asesinado por el Kremlin”.
A poco de andar, resulta que los líderes de “todo el mundo”, como dice la nota, se limitan al “occidente colectivo”: la UE, la OTAN, los británicos, y los Estados Unidos, más algunos otros socios habituales preocupados por los “derechos humanos y la libertad”. Siempre y cuando, eso sí, se pueda acusar a Putin de algo e ignorando las acusaciones inconvenientes contra los amigos como Ucrania o Israel. El resto parece que no cuenta como “mundo”, por lo visto.
La Nación, diario de derecha liberal, histórico e influyente, también describe “la alta exposición de Navalny, que denunció casos de corrupción en la cúpula del Poder Ejecutivo ruso por años, fundó partidos políticos opositores. Salió segundo en los comicios a alcalde de Moscú de 2013 e intentó ir por la presidencia en 2018 —fue vetado—, lo puso en el centro de la represión ejercida por el gobierno de Vladímir Putin”.
Claro que hay muchos detalles que se pasan por alto y son más que significativos.
Navalny estaba detenido en Rusia por diferentes acusaciones que son prácticamente desconocidas en Occidente. Entre 2000 y 2007, fue miembro del partido liberal Yabloko (manzana en ruso). Posteriormente, fue cofundador de un movimiento étnico nacionalista llamado ‘Narod’, en referencia a los Narodniks del siglo XIX, un movimiento revolucionario que buscaba movilizar a los campesinos y a las clases trabajadoras contra el régimen zarista y las estructuras socioeconómicas opresivas de esa época.
Este término se empleó para nuclear posiciones racistas. Navalny se hizo conocido por dos videos en YouTube para el grupo, uno defendiendo el derecho a portar armas para combatir “moscas y cucarachas”, mientras exhibía imágenes de insurgentes musulmanes del sur del Cáucaso. En el segundo comparaba a los inmigrantes de regiones islámicas con las caries.
La activista Yevgenia Albats señaló que había sumado a Navalny a distintas manifestaciones como una forma de aprovechar el nacionalismo étnico ruso contra el Kremlin.
Albats ha sido citada en artículos del New York Times, en temas relacionados con la política rusa y los derechos humanos, así como ha escrito artículos en The Washington Post sobre asuntos rusos. También participó en programas y entrevistas de la BBC sobre eventos y políticas en Rusia.
La CNN, ha sido otro espacio periodístico que promocionó a Albats, quien también ha participado en diversas Conferencias y Foros Internacionales en Occidente, siempre sobre la situación política en Rusia.
En 2010, Albats copatrocinaría la estancia de seis meses de Navalny en Estados Unidos a través del programa Yale World Fellows. A su regreso a Rusia, Navalny, se transformó en un bloguero mimado por Occidente que había tenido algunos problemas con la Justicia rusa.
Creó un grupo de inversiones llamado “Unión de Accionistas Minoritarios”, que intentó, según los medios rusos, extorsionar a grandes empresas como Rosneft, Gazprom, Lukoil y otras a través de su ONG, la Fundación Anticorrupción (FBK), que inició formalmente sus actividades en septiembre de 2011.
Navalny acusaba al gobierno de Moscú, a los gobernadores regionales y a las corporaciones de fraude, soborno y corrupción, aunque luego tendría problemas con las contrademandas por fraude ideológico de quienes eran demandados.
La primera condena penal de Navalny fue por malversación de fondos de Kirovles, una empresa maderera forestal de propiedad estatal, que vendía a precios notablemente inferiores a los de mercado a sus empresarios amigos, con una generosa ganancia a costas del Estado ruso.
En 2013 recibió una condena de cinco años de prisión no efectiva porque se le permitió la libertad condicional. Dados sus antecedentes y contactos con Occidente, su caso fue llevado al Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), quien sentenció en 2016 que sus acciones habían sido “indistinguibles de actividades comerciales legítimas”.
Sus problemas con la Justicia seguirían. Navalny y su hermano Oleg, enfrentaron acusaciones, una vez más, de malversación de fondos en 2012. En este caso, la sucursal rusa del gigante francés de cosméticos Yves Rocher había sido la víctima de sus acciones irregulares. Ambos fueron declarados culpables en diciembre de 2014, pero otra vez Navalny consiguió evadir la prisión y solo obtuvo una libertad condicional.
Su suerte comenzaría a cambiar en el 2019, cuando las políticas de contención de la presencia occidental a través de las ONG comenzaron a ser combatidas por el gobierno ruso. La práctica habitual de reclutamiento de “líderes juveniles”, comunicadores o estudiantes, derivaba inexorablemente en movimientos que buscaban tomar el poder, las llamadas revoluciones de color. La ONG de Navalny, de acuerdo con las nuevas normas vigentes, fue calificada como “agente extranjero”, limitando severamente sus actividades y obligando a que haya transparencia en la obtención y manejo de fondos.
El último acto fue en agosto de 2020, cuando Navalny enfermó en un vuelo de Tomsk a Moscú y fue trasladado a Alemania para recibir tratamiento. Las versiones fueron contrapuestas. Los médicos alemanes alegaron un envenenamiento por el agente nervioso ‘Novichok’, de uso militar. Occidente acusó entonces a Rusia de haber intentado matar al líder opositor.
Los médicos rusos que lo atendieron en primera instancia dijeron que en sus exámenes no había rastros de envenenamiento por esa sustancia y que en su sangre no se encontraron tóxicos que pudieran explicar el cuadro.
Al regresar a Rusia, Navalny fue arrestado por haber violado los términos de su libertad condicional y recién entonces fue enviado a una cárcel.
Acusado de fraude y desacato al tribunal, recibió una sentencia adicional de nueve años en 2022, totalizando con las anteriores, los 19 años que menciona la prensa occidental.
Las acusaciones incluyeron fomentar, financiar y llevar a cabo actividades extremistas y “rehabilitar“ ideología nazi desde su ONG.
En diciembre del año pasado, Navalny fue trasladado a una colonia penal en la región de Yamalo-Nenets, en el norte de Siberia. La colonia ‘Lobo Polar’ que está situada a 40 kilómetros sobre el círculo polar ártico.
Sobre estos antecedentes, el gobierno ruso a través del portavoz Dmitry Peskov, quien remitió las preguntas al Servicio Penitenciario Federal y añadió que por el momento la causa no estaba clara. El abogado de Navalny, Leonid Solovyov, se negó a hacer comentarios, pero explicó que su cliente se había reunido el miércoles y hasta su reunión todo era normal.
Navalny había asumido un papel destacado en las protestas impulsadas por los liberales de 2011-2012 en Rusia, que se centraron en la plaza Bolotnaya de Moscú. Esto luego de su estadía mencionada en los Estados Unidos.
En las elecciones del 2013, alcanzó el 27 % de los votos en las elecciones a la alcaldía de Moscú, pero fue derrotado por Sergei Sobyanin, quien alcanzó el 51 % de los sufragios.
Alekséi Navalny ha construido una imagen de líder de la resistencia contra Putin. Apoyado desde Occidente, se ha mostrado junto a su esposa, con la que tiene dos hijos. Daria, de 20 años, estudia en los Estados Unidos.
Otro hecho destacable para conseguir tener un cuadro general de la situación son los sucesos del año 2021, cuando Rusia expulsó diplomáticos de Alemania, Polonia y Suecia por haber participado en una manifestación en favor del opositor encarcelado.
Esos diplomáticos, según el Kremlin, participaron en las concentraciones “ilegales el 23 de enero” en San Petersburgo y Moscú, algo que el Ministerio de Relaciones Exteriores ruso, consideró como acciones inaceptables e incompatibles con su estatuto diplomático.
Pero, en definitiva, los antecedentes no contestan qué pasó con Navalny, si su muerte fue natural o inducida, y en ese caso, por quién. Por supuesto, ya podemos adelantar que habrá dos versiones, la Occidental acusando a Putin de asesinato, y la rusa, que desmentirá ese hecho.
Veamos entonces con las herramientas que tenemos a nuestro alcance, quien puede tener los motivos para querer matarlo.
Navalny era un bloguero que en Occidente era presentado como un líder opositor que hacía temblar el poder de Putin. Antes que nada, entonces, veamos cuán cierto es esto.
Era un bloguero que nunca participó en una elección nacional.
Una encuesta realizada por el Centro Levada en enero de 2023 reveló que solo el 9 % de los encuestados tenía una opinión positiva de Alexei Navalny, mientras que el 57 % desaprobaba sus actividades. Además, el 23 % de los encuestados ni siquiera había oído hablar de él.
Parece poco para un líder opositor que hacía temblar a Putin.
Podemos sumar más datos: ¿cuán popular es Putin, qué imagen tiene la sociedad rusa de su gobierno y qué piensa de su partido político, Rusia Unida?
Los datos entregados por otra encuestadora, VCIOM, son aplastantes. La imagen de Putin es la envidia de los “democráticos” líderes occidentales, que, casi sin excepción, son repudiados en sus propias naciones. No solo sus figuras, la propia democracia liberal en Occidente está muy desgastada ante la opinión pública, todo el sistema es visto con desagrado.
Y por último veamos la evolución en los últimos años de la imagen de los principales líderes políticos rusos. ¿Tiene realmente algún sustento la idea de que Navalny era el líder de la oposición y de que su figura convocaba a las masas?
Un raquítico 1,2 % de aprobación parece poco para esa calificación, que nadie en Occidente pone en duda.
Las preguntas entonces son obvias: ¿qué ganaría Putin encarcelando a Navalny? Más aún, ¿qué gana matándolo? A un mes de las elecciones, cuando su popularidad era del 78 % contra el 1,2 % de Navalny.
Veamos el contraste de las noticias en Occidente, Macrón cancela un viaje a Ucrania porque los servicios ucranianos de Budanov iban a intentar matarlo para culpar a los rusos e iniciar una guerra directa entre un país de la OTAN como Francia y Rusia.
Esta noticia la reprodujo France24, medio insospechado de ser prorruso. Y nadie se conmovió; de hecho, la noticia virtualmente fue ignorada.
¿Podemos, entonces, creerles a estos medios? Estos mismos medios son los que callan la situación de Julian Assange, cuya detención apenas se menciona e ignoran la muerte en una prisión ucraniana de Gonzalo Lira, un periodista chileno estadounidense, que, según sus padres, ocurrió bajo tortura. ¿O qué decir de Pablo González, el periodista español encerrado en Polonia y por el cual nadie se preocupa, simplemente por ser “espía ruso”, según la acusación de los polacos?
La conclusión es bastante obvia, Putin no tenía motivos para querer muerto a Navalny y mucho menos a pocos días de su elección. No era ningún riesgo para su poder, su figura era marginal en la política rusa y solo era de interés para Occidente.
¿Le servía al Occidente Colectivo un Navalny encarcelado? Alguien, incapaz de realizar un levantamiento en Rusia, había ya agotado su potencial y su último acto del que podía Occidente sacar algún beneficio, al menos por la propaganda, era su muerte.
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