Por Marcelo Ramírez*
No decimos nada inesperado, novedoso, si aseguramos que estamos en tiempos difíciles y que se aceleran. Septiembre llegó con fuertes novedades en Sudamérica. Esta región, según un estudio publicado por Nature que indica que la misma, y en especial Argentina, es uno de las zonas más seguras del mundo y que se mantendrían a salvo de las horrorosas consecuencias de una conflagración nuclear fruto de la confrontación entre las grandes potencias militares del planeta.
Sin embargo, el optimismo ante tan temible escenario duró poco, y la Argentina se conmovió con el intento de asesinato de la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner, quien presidió dos veces el país sucediendo a su esposo en el cargo.
Un ciudadano brasileño, aunque su llegada al país fue de pequeño y se crió en la Argentina, hijo de madre chilena y padre argentino, colocó una pistola cerca de la cabeza de la vicepresidente y presionó dos veces la cola del disparador, sin que la bala saliera. Pericias posteriores parecen indicar, y hablamos en potencial porque aún priman los trascendidos, que no había munición en la recámara del arma.
Una cosa ha quedado claro, la ineficiencia de la custodia que no reaccionó como corresponde a un cuerpo de seguridad, demuestra que el nivel de seriedad en la Nación es bastante bajo. Es inaceptable en esta situación global y local que un extraño pueda acercarse a centímetros de un alto funcionario empuñando un arma sin que nadie se lo impida.
El debate actual sobre las razones del intento de homicidio es casi inexistente en el país, la dirigencia en su conjunto ha denunciado el hecho como el resultado de una política de ‘odio’, mientras que la oposición manifiesta su profundo rechazo a lo sucedido, pero mientras tanto denuncia el intento del oficialismo de obtener ventajas políticas.
El presidente de la Nación, una figura casi ausente del devenir político del país, después de la asunción del nuevo superministro Sergio Massa, reaparece en escena decretando un feriado nacional “para que, en paz y armonía, el pueblo argentino pueda expresarse en defensa de la vida, de la democracia, y en solidaridad con nuestra vicepresidenta”. Unas pocas horas después, decenas de miles de manifestantes ocuparon la Plaza de Mayo y adyacencias en una amplia movilización que contrastó con las raquíticas manifestaciones de protestas por la situación judicial de la expresidente. Esto se realizó con una celeridad y organización desacostumbradas en estos tiempos, movilizando grandes columnas de militantes, pero con una notable indiferencia de la sociedad en general.
Este divorcio entre la clase política y los medios de comunicación con el conjunto de la sociedad no es nuevo y refleja que la misma no se siente representada por Cristina Fernández como así tampoco por la oposición.
Curiosidad y comentarios sarcásticos dieron un marco de escepticismo a la muestra política de movilización oficialista, aun cuando la oposición macrista se ha solidarizado. Esto es una señal preocupante para el sistema argentino porque confirma que las grandes mayorías no se sienten contenidas con el propio sistema y sus representantes. Todo el mundo Occidental parece ubicarse en esos parámetros de descrédito, cuando la nave insignia de la democracia liberal, los EE. UU., sondean en su opinión pública un rechazo creciente a las instituciones y a las figuras políticas que las encabezan.
La miopía y las mezquindades de la política entendida como los actores que definen los rumbos de las democracias actuales, al menos en lo formal, termina por cosechar la indiferencia, mínimamente, de sus pueblos.
Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, puso el dedo en la llaga mencionada diciendo que se solidarizaba con Cristina Fernández, pero recordó que cuando él mismo fue herido de una cuchillada en su abdomen durante la campaña presidencial, que lo terminó por encumbrar en el liderazgo del mayor país de la región, no recibió muestras de solidaridad. Bolsonaro expuso la doble vara moral que hace que aún hoy los sectores oficialistas en la Argentina pongan en duda la veracidad del atentado en Brasil y aseguren que fue una maniobra para ganar votos. La vida tiene giros impredecibles muchas veces y hoy quien es atacada es una referente de ese mismo sector que ahora exige muestras de solidaridad rechazando cualquier duda sobre lo sucedido.
Esta es solo una muestra de las inconsistencias que impulsan a las democracias liberales occidentales a desgastarse ante la opinión pública. ¿O acaso hace falta describir las múltiples muestras de hipocresía de la “comunidad internacional” en sus condenas contra países que no se pliegan a sus intereses?
El derrumbe desordenado del Occidente Colectivo tiene sus remezones en lugares distantes como la Argentina, sumida en una profunda y sempiterna crisis de la cual sus dirigencias no toman notas y creen que medidas coyunturales para salir del paso y dejar que la crisis estalle en las manos del próximo gobierno, es la mejor solución posible.
Claro que esta vez no es una crisis más de la cual el país termina saliendo casi espontáneamente. Esta vez el contexto global se ha endurecido y la disputa OTAN – Rusia/China se hace universal gradualmente.
El retroceso de los EE. UU. es inexorable, superado en casi todos los aspectos, incluido el militar, lo que lo ha llevado a tomar medidas desesperadas para tratar de ralentizar el destino final e ineludible. En estos momentos, no podemos menos que acordarnos de las ideas del analista francés Thierry Meyssan, que señalaba que EE. UU. ponía en vigencia las ideas del dúo Rumsfeld – Cebrowski, que establecían que había que dejar una estela de destrucción en los Estados cuyos recursos eran útiles para su país o simplemente para privar de su acceso a sus enemigos.
Estas ideas concordaban con las del analista militar estadounidense Thomas Barnett, quien elaboraba a principios de los 2000 una teoría que impulsaba a “desenganchar” el mundo no viable, según su visión. En definitiva no estaban estos personajes equivocados, el costo de imponer un gobierno afín en un Estado es mucho mayor que el de destruirlo, simplemente, reduciéndolo a una tierra de bandas que serían fácilmente controlables por un ejército regular.
Meyssan explicaba en una nota el medio ruso RT que ese modelo se iba a instalar en Sudamérica e iba a significar la desaparición de la mayoría de los Estados de la región. El estallido de Chile, el país más estable de Sudamérica, fue el preanuncio de que poco importaba el alineamiento geopolítico. El modelo simplemente se aplica independientemente de los gobiernos. Chile, uno de los socios más confiables de EE. UU., simplemente estalló sin previo aviso. Su economía sufre hasta hoy y su integridad territorial está amenazada por una sublevación de grupos indígenas de origen mapuche que reclaman la soberanía de una gran parte de Chile… y Argentina.
Brasil hoy está también en la mira. La llegada de Bolsonaro produjo una fractura en la sociedad brasileña. El desprestigiado PT, junto a su líder Lula, volvieron a la consideración de los medios, luego de que estos los desgastaron durante años con múltiples denuncias, especialmente en el área de corrupción. Lula, excarcelado, ha abrazado la Agenda 2030 y con ello ha puesto en riesgo la integridad territorial de Brasil, que ve como crecen las campañas globales para internacionalizar el Amazonas con la excusa de la protección del medioambiente. Esa fragmentación significaría que Brasil perdería el 60 % de su territorio y seguramente este proceso afectaría a sus vecinos con quienes comparte el Amazonas.
El modelo en marcha se combina con la participación de ONG ligadas a los intereses de Washington que enseñan a los indígenas, que representan menos del 1 % de la población del país, que son una nación soberana y que en consecuencia pueden transformarse en un país independiente.
El indigenismo que incautamente impulsa la izquierda comienza a mostrar sus verdaderas intenciones, así como en Rusia que buscan fragmentar en más de 20 estados independientes para “decolonizar” el territorio, el mismo principio se pretende aplicar en Brasil para privarlo de su soberanía rica en recursos naturales y biodiversidad.
Si le sumamos las políticas raciales de Black Lives Matter que importan de EE. UU. y el cóctel género-feminismo, la situación es complicada.
Grupos nacionalistas, muchos de los cuales se han sumado a las fuerzas de Ciro Gómes, líder histórico de Ceará, un Estado del Nordeste del Brasil, denuncian que está en marcha una revolución de color en el país.
En medio de este panorama sombrío para la región, y donde los EE. UU. pueden haber tomado la decisión de que al no ser Sudamérica parte de su anillo de seguridad nacional, lo mejor es convulsionar la región para evitar que China pueda acceder a los recursos naturales que necesita para su desarrollo. No es casualidad que Beijing hoy sea el principal socio de la región y el único que hace inversiones relevantes en infraestructura.
Finalmente, parece que las proféticas palabras de Meyssan, comienzan a cumplirse.
En medio de este cuadro es que se encuentra parada esta Argentina inconsistente, cuyas clases dirigentes no parecen comprender en absoluto lo que sucede en el mundo.
Con solo ver las declaraciones de dirigentes y periodistas afines al gobierno nacional no queda mucho más que ser pesimista. Las movilizaciones son convocadas en contra del “odio” y a favor del “amor”. ¿Se puede ser más inconsistente? Si, lamentablemente, se puede cuando vemos que desde el feminismo, que se lleva el 3,4 % del PIB para su “perspectiva de género”, se impulsa que el intento de magnicidio fue causado por el machismo y la misoginia.
Se sorprenderían aquellos que piensan que las complicaciones del país son apenas estas, se equivocan, la nueva cultura que impide la argumentación y basa su funcionamiento en la dialéctica amor-odio, cuya síntesis es la cultura de la cancelación, también tiene otras amenazas.
Si creen que estos desaguisados son patrimonio exclusivo del oficialismo, seguramente se equivocan porque las mismas ideas que centran todo en la cuestión “del odio”, se repiten en la oposición.
Argentina está en una virtual bancarrota sin reservas en moneda extranjera dura y con una deuda externa contraída en buena parte a cortísimos plazos sin destino concreto por el expresidente Macri, actualmente al frente de la oposición, pero que cuyo liderazgo es puesto en duda por otro sector de la misma.
Aun así, no son los únicos problemas que acechan a esta nación. El indigenismo también pisa fuerte con la cuestión mapuche, ligada a los intereses británicos desde su guarida en Brístol, en el Reino Unido, que, entre otras cosas, reclaman las mejores tierras productivas llegando hasta la propia provincia de Bs. As. Esto lo hacen con el beneplácito de instituciones de gobierno que apoyan sus reclamos y permiten izar la bandera mapuche en los territorios cuya soberanía se reclama.
Si esto no fuera suficiente, uno de los líderes de la oposición macrista ha intentado llamar a un plebiscito para determinar si su provincia Mendoza debe ser independiente. Lo más preocupante de la situación es que mientras personajes ligados al oficialismo llaman a hacer listas negras con quienes no se han manifestado a favor de condenar el atentado a Cristina Fernández y a expulsar del Congreso a una diputada por cuestionar la autenticidad de lo sucedido, el diputado secesionista sigue en su puesto sin problemas.
A propósito, es útil recordar en estos momentos que esto de crear listas con personas que no son del agrado de uno, ha generado que en Ucrania, desde el gobierno de Zelensky, se han constituido listados con aproximadamente 200 000 rusos o simpatizantes de estos. Esto no es baladí, significó el asesinato de Darya Duguina la semana pasada, por convertirse en un blanco señalado por estas listas.
En estas preocupantes cuestiones se encuentra la Argentina, desborda de problemas y con una dirigencia política alejada de la realidad y divorciada con la sociedad que dice representar, pero que lo hace solo en los papeles.
El atentado en estas circunstancias es un catalizador de la rivalidad fratricida de los argentinos estimulada desde el exterior.
Sí podemos abstraernos por unos momentos de las cuestiones emocionales, impulsadas por todo el arco político y la prensa, resulta evidente que está en marcha un proceso de desestabilización regional que bien puede incluir a la Argentina. Una Argentina huérfana de políticos responsables y que camina hacia el abismo, inmersa en estúpidas apelaciones de la lucha del amor que vence al odio.
*Marcelo Ramírez es analista en Geopolítica y director de AsiaTV.
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