“Jesus, ich liebe dich” (“Jesús, te amo”, en alemán), fueron las últimas palabras que pronunció Benedicto XVI, antes de morir. Entonces el arzobispo Georg Ganswein, secretario privado de Benedicto, enseguida llamó por teléfono a Francisco para avisarle del fallecimiento, quien, minutos después, fue el primero en llegar hasta su lecho de muerte para darle una bendición final y rezar en silencio junto a su cuerpo ya sin vida. Más tarde, Bergoglio diría: “Con emoción recordamos su persona tan noble, tan gentil. Y sentimos tanta gratitud en el corazón: gratitud a Dios por haberle dado a la Iglesia y al mundo; gratitud a él, por todo el bien que ha realizado, y especialmente por su testimonio de fe y de oración, sobre todo en estos últimos años de su vida retirada. Sólo Dios conoce el valor y la fuerza de su intercesión, de sus sacrificios ofrecidos por el bien de la Iglesia”.
El Vaticano difundió un “testamento espiritual” que Benedicto escribió el 29 de agosto de 2006, después de haber cumplido su primer año de pontificado. En este texto de poco más de una carilla, escrito en alemán, Joseph Ratzinger enumera todos las razones que tiene para agradecer, pide perdón por sus pecados y lanza un llamado a todos los fieles a seguir firmes en la fe.
“Agradezco ante todo a Dios mismo, el dispensador de cada buen don, que me ha donado la vida y me ha guiado a través de varios momentos de confusión, volviéndome a levantar cada vez que empezaba a patinar y donándome siempre de nuevo la luz de su rostro”, escribió. “Retrospectivamente veo y entiendo que también los momentos oscuros y fatigosos de este camino han sido para mi salvación que justamente en ellos Él me ha guiado bien”, agregó.
Benedicto agradeció luego a sus padres, “que me han donado la vida en un tiempo difícil”. “La lúcida fe de mi padre nos enseñó a nosotros los hijos a creer (…); la profunda devoción y gran bondad de mi madre representan la herencia por la que nunca podré agradecer lo suficiente”, agregó. Mencionó asimismo a su hermana María que lo asistió durante décadas “desinteresadamente”, y a su hermano mayor, Georg, también sacerdote, que “con la lucidez de sus juicios, su vigorosa determinación y la serenidad del corazón, siempre me allanó el camino”.
“De corazón”, también agradeció a Dios por los muchos amigos y amigas, hombres y mujeres, que Dios le puso a su lado, colaboradores de todas las etaoas, maestros y alumnos; a su madre patria, Alemania y a su gente. “Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y les ruego, queridos compatriotas: no se dejen desviar de la fe”, pidió.
Como no podía ser de otra manera, ya que vivió la mayor parte de su vida en Roma y en Italia, también tuvo palabras de agradecimiento para lo que consideró que se volvió su “segunda patria”.
Luego, pidió perdón, “de corazón”, a todos los que pudo haber ofendido. Y, como hizo con sus compatriotas, lanzó un pedido “a todos los que en la Iglesia fueron encomendados a mi servicio”: “¡sigan firmes en la fe! ¡No se dejen confundir!”.
“A menudo parece que la ciencia –las ciencias naturales por un lado y la investigación histórica-, puedan ofrecer resultados inconfutables en contraste con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde tiempos lejanos y he podido constatar como, al contrario, se hayan desvanecido aparentes certezas contra la fe, demonstrándose ser no ciencia, sino interpretaciones filosóficas sólo aparentemente ligadas a la ciencia”, escribió.
Luego de recordar que desde hace sesenta años acompañaba el camino de la Teología, en especial, de las Ciencias bíblicas, subrayó que con el pasar de las diversas generaciones había visto derrumbarse tesis que parecían inquebrantables, demostrando ser “simples hipótesis”. En este marco, mencionó la generación liberal (Harnack, Jülicher etc.), la generación existencialista (Bultmann etcc.), la generación marxista.
“He visto y veo cómo del enredo de las hipótesis ha emergido y emerge nuevamente la razonabilidad de la fe. Jesucristo es verdaderamente la vía, la verdad y la vida y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo”, agregó. “Finalmente –concluyó-, pido humildemente: recen por mí, para que el Señor, pese a todos mis pecados e insuficiencias, me reciba en la casa eterna. A todos los que me son encomendados, día a día, les dejo, de corazón, mi oración”.
Texto completo de las palabras de despedida de Ratzinger:
Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás, hacia las décadas que he vivido, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar gracias. Ante todo, doy gracias a Dios mismo, dador de todo bien, que me ha dado la vida y me ha guiado en diversos momentos de confusión; siempre me ha levantado cuando empezaba a resbalar y siempre me ha devuelto la luz de su semblante. En retrospectiva, veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y agotadores de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guió bien.
Doy las gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor prepararon para mí un magnífico hogar que, como una luz clara, ilumina todos mis días hasta el día de hoy. La clara fe de mi padre nos enseñó a nosotros los hijos a creer, y como señal siempre se ha mantenido firme en medio de todos mis logros científicos; la profunda devoción y la gran bondad de mi madre son un legado que nunca podré agradecerles lo suficiente. Mi hermana me ha asistido durante décadas desinteresadamente y con afectuoso cuidado; mi hermano, con la claridad de su juicio, su vigorosa resolución y la serenidad de su corazón, me ha allanado siempre el camino; sin su constante precederme y acompañarme, no habría podido encontrar la senda correcta.
De corazón doy gracias a Dios por los muchos amigos, hombres y mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; por los colaboradores en todas las etapas de mi camino; por los profesores y alumnos que me ha dado. Con gratitud los encomiendo todos a Su bondad. Y quiero dar gracias al Señor por mi hermosa patria en los Prealpes bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y les ruego, queridos compatriotas: no se dejen apartar de la fe. Y, por último, doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido experimentar en todas las etapas de mi viaje, pero especialmente en Roma y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria.
A todos aquellos a los que he agraviado de alguna manera, les pido perdón de todo corazón.
Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio: ¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! A menudo parece como si la ciencia -las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- fuera capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he visto cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que sólo parecen ser competencia de la ciencia. Desde hace sesenta años acompaño el camino de la teología, especialmente de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones, he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.
Por último, pido humildemente: recen por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados y defectos, me reciba en la morada eterna. A todos los que me han sido confiados, van mis oraciones de todo corazón, día a día.
Benedicto XVI falleció este sábado a los 95 años. “Con pesar doy a conocer que el papa emérito Benedicto XVI ha fallecido hoy a las 9:34 horas en el Monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano. Apenas sea posible se proporcionará mayor información”, señaló el director de la oficina de prensa vaticana en un comunicado. La capilla ardiente se ubicará en la Basílica de San Pedro a partir del lunes 2 de enero por la mañana.
Benedicto, cuyo nombre secular era Joseph Aloisius Ratzinger, nació el 16 de abril de 1927 en el municipio de Marktl, Alemania. La función dentro del Vaticano que le dio primera trascendencia pública fue la de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, para la cual lo nombró Juan Pablo II el 25 de noviembre de 1981, a quien sucedió en 2005. Desde el balcón de la Basílica de San Pedro, Benedicto XVI se presentó como “un humilde trabajador en la viña del Señor”. En febrero de 2013, Benedicto se convirtió en el primer gobernante del Vaticano en seis siglos en renunciar al cargo, desde Gregorio XII en 1415. Tras citar su “deteriorada” fuerza como factor para su abdicación, tuvo un largo capítulo final en el retiro. Meses después de su dimisión, se trasladó al monasterio Mater Ecclesiae, en los Jardines Vaticanos, donde vivió hasta su deceso.
El funeral de Benedicto XVI será el 5 de enero en la plaza de San Pedro.
En sus casi ocho años al frente del Vaticano, Benedicto XVI visitó 24 países en cuatro continentes. Publicó tres encíclicas. La primera en 2006, “Deus Caritast Est”, en la que afirmó “Dios es amor, quien está en el amor habita en Dios y Dios habita en él”. “Salvados en la esperanza”, fue su segunda Encíclica, allí manifestó “No es un continuo sucederse de días del calendario sino el momento gratísimo de sumergirse en el océano del amor infinito”. La tercera, “Caridad en la verdad”, indicó, en referencia a la economía, que “la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es el humanismo cristiano”.
Habiendo dedicado décadas enteras de su vida a la teología dejó textos que se reparten en 24 volúmenes. Al momento de su muerte, fieles alrededor del mundo recordaron algunas de sus reflexiones teológicas más conocidas:
“No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario”.
“Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios”.
“El hombre separado de Dios se reduce a una sola dimensión, la dimensión horizontal, y precisamente este reduccionismo es una de las causas fundamentales de los totalitarismos que en el siglo pasado han tenido consecuencias trágicas, así como de la crisis de valores que vemos en la realidad actual. Ofuscando la referencia a Dios, se ha oscurecido también el horizonte ético, para dejar espacio al relativismo y a una concepción ambigua de la libertad que, en lugar de ser liberadora, acaba vinculando al hombre a ídolos. Las tentaciones que Jesús afrontó en el desierto antes de su misión pública representan bien a esos “ídolos” que seducen al hombre cuando no va más allá de sí mismo. Si Dios pierde la centralidad, el hombre pierde su sitio justo, ya no encuentra su ubicación en la creación, en las relaciones con los demás”.
“Tenemos derecho de pedir aclaraciones a Jesús, pues con frecuencia no lo comprendemos. Debemos tener el valor de decirle: no te entiendo Señor, escúchame, ayúdame a comprender. De este modo, con esta sinceridad que es el modo auténtico de orar, de hablar con Jesús, manifestamos nuestra escasa capacidad de comprender, pero al mismo tiempo asumimos la actitud de confianza de quien espera luz y fuerza de quien puede darlas”.
“María y la Iglesia son inseparables. En medio de todas las turbulencias que afligen a la Iglesia sufriente y doliente, Ella sigue siendo siempre la estrella de la salvación. Ella es su verdadero centro, del que nos fiamos, aunque muy a menudo su periferia pesa sobre nuestra alma”.
“Otro año llega a su término, mientras que, con la inquietud, los deseos y las esperanzas de siempre, aguardamos uno nuevo. Si pensamos en la experiencia de la vida, nos deja asombrados lo breve y fugaz que es en el fondo. Por eso, muchas veces nos asalta la pregunta: ¿Qué sentido damos a nuestros días? ¿qué sentido damos a los días de fatiga y dolor? Esta es una pregunta que atraviesa la historia, más aún, el corazón de cada generación y de cada ser humano. Pero hay una respuesta a este interrogante: se encuentra escrita en el rostro de un Niño que hace dos mil años nació en Belén y que hoy es el Viviente, resucitado para siempre de la muerte. En el tejido de la humanidad, desgarrado por tantas injusticias, maldades y violencias, irrumpe de manera sorprendente la novedad gozosa y liberadora de Cristo Salvador, que en el misterio de su encarnación y nacimiento nos permite contemplar la bondad y ternura de Dios. El Dios eterno ha entrado en nuestra historia y está presente de modo único en la persona de Jesús, su Hijo hecho hombre, nuestro Salvador, venido a la tierra para renovar radicalmente la humanidad y liberarla del pecado y de la muerte, para elevar al hombre a la dignidad de hijo de Dios”.
“Pronto me enfrentaré al juez definitivo de mi vida. Aunque pueda tener muchos motivos de temor y miedo al mirar hacia atrás en mi larga vida, me alegro, sin embargo, porque creo firmemente que el Señor no sólo es el juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya ha sufrido Él mismo mis defectos y es, por tanto, como juez, también mi abogado. En vista de la hora del juicio, se hace evidente para mí la gracia de ser cristiano. Ser cristiano me da conocimiento y, más aún, amistad con el juez de mi vida y me permite atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte. A este respecto, no dejo de recordar lo que nos dice Juan al principio del Apocalipsis: ve al Hijo del Hombre en toda su grandeza y cae a sus pies como muerto. Sin embargo, Él, poniendo su mano derecha sobre él, le dice: “¡No temas! Soy Yo…”.
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