Por Ricardo Vicente López
Métodos y técnicas de control y manipulación de pueblos masificados
«La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés».
-Antonio Machado (1875 – 1939)
Parte IV – El Pensamiento “liberal” de los Padres Fundadores
Para entender cómo piensan los liberales del país del Norte y su modo de pensar la política, a fines del siglo XIX y principios del XX, es necesario volver a esa fecha histórica en la que se proclamó la Primera Constitución “republicana” de Occidente, el 17 de septiembre de 1787. Es necesario enfatizar lo de republicana porque sólo eso fue. El concepto de democracia, tal como apareció con Abraham Lincoln [1] (1809-1865) casi un siglo después: «Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», generaba profundos temores. Detengámonos en las alternativas y circunstancias que dieron a luz ese texto. Un dato poco conocido nos aporta el profesor Roberto Gargarella [2] (1964):
«Notablemente, cabe recordarlo, la Convención norteamericana, a diferencia de las Convenciones Constitucionales que se llevaron adelante en Francia, se celebraron a puertas cerradas. De allí que los convencionales expresaran con absoluta franqueza (tal vez, debería decir, con asombrosa franqueza) con la cual defendían los arreglos institucionales que proponían».
El enfatizado acento anterior en la palabra “republicana” se debe a la necesidad de entender, a pesar de la sorpresa que pueda generar, que fue una constitución pensada para contraponerla al Imperio británico, su conquistador, y concebida para liberarse de él. Pero además, también estaban fuertemente impresionados por el desborde de la “chusma parisina”, lo que aclara el sentido de la frase: «se quería evitar para el futuro». ¿Cómo se resolvió esta “dificultad”? Nos responde el profesor:
«La propuesta federalista de reorganizar el sistema institucional apareció entonces como imposible de eludir: dado el grave riesgo creado por la existencia de las facciones, y dada la imposibilidad de eliminarlas, la única alternativa disponible era la de organizar las instituciones de modo tal de hacerlas resistentes frente a ellas, de modo tal de evitar que el sistema de gobierno quedase exclusivamente en manos de alguno de los diferentes grupos en que se dividía la sociedad».
Nótese, una vez más, lo despiadado de la expresión “la imposibilidad de eliminarlas”.
Nos encontramos frente a un núcleo de pensamiento que, me atrevería a decir, es casi impenetrable en el liberalismo del siglo XIX: homologar democracia y constitución como pareciera indicarlo la historia de la Revolución gloriosa inglesa (1688) y la tradición comenzada por la Declaración de Derechos Británica de 1689, que tuvo a John Locke [3] (1632-1704) como ideólogo. El Dr. Gerardo Pisarello [4], ensayista especializado en Derecho constitucional, propone una distinción muy útil y esclarecedora:
«El constitucionalismo es un instrumento de organización del poder. Pensar que deba estar necesariamente al servicio de la democracia es un error. Ya los antiguos, con Aristóteles a la cabeza, entendieron que la constitución material de una sociedad podía ser democrática o antidemocrática. Esta tensión atraviesa el constitucionalismo moderno. El estadounidense, por ejemplo, nació en buena medida como un dispositivo para frenar las presiones democratizantes generadas por el movimiento independentista. En Europa, el constitucionalismo termidoriano, primero, y el liberal después, también procuraron proteger la gran propiedad y contener los reclamos de las mayorías populares. Y en esa tradición liberal antidemocrática habría que situar, también, al constitucionalismo impulsado por el Consenso de Washington [5], en los años 90’».
La presencia de esos temores se convirtió en tradición en la clase dirigente y se transformó en la teoría de la necesidad de una élite ilustrada que se hiciera cargo de la República, la “cosa pública”, lejos de ser democrática como se entendió en Francia. Dice Chomsky:
«Esta teoría sostiene que solo una élite reducida —la comunidad intelectual de que hablaban los seguidores de John Dewey [6] (1859-1942) — puede entender cuáles son aquellos intereses comunes, qué es lo que nos conviene a todos, así como el hecho de que estas cosas escapan a la gente en general».
La fina ironía de Chomsky, rayana en lo festivo, lo lleva a hacer una comparación muy inteligente pero chocante para quien esté desprevenido:
«En realidad, este enfoque que se remonta a cientos de años atrás… para conducir a las masas estúpidas a un futuro en el que éstas fueron demasiado ineptas e incompetentes para imaginar y prever nada por sí mismas».
Si bien hay bastante de exageración, no está lejos de la realidad tal comparación cuando recordamos la experiencia soviética, con su Nomenklatura [7] y pensamos en el establishment estadounidense. Agrega:
«En mi opinión, esta es una de las razones por las que los individuos, a lo largo del tiempo, han observado que era realmente fácil pasar de una posición a otra sin experimentar ninguna sensación específica de cambio. Solo es cuestión de ver dónde está el poder. Afirman un principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas».
Esta convicción elitista, aristocrática en el peor sentido de la palabra, lejos de la idea aristotélica del “gobierno de los mejores”, ha llegado hasta nuestros días, aunque hoy no se pueda hablar con la franqueza de la que hacían gala aquellos Padres Fundadores, para decir lo que realmente pensaban.
1 Político y abogado estadounidense, ejerció como decimosexto presidente de los Estados Unidos de América, desde el 4 de marzo de 1861 hasta su asesinato en 1865.
2 Filósofo, jurista, escritor y académico argentino especialista en derechos humanos, democracia, filosofía política, teoría constitucional e igualdad y desarrollo. Profesor visitante en Columbia University, en la New York University, en la Universidad de Bergen, en la Universidad de Oslo y en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Actualmente se desempeña como Profesor de Teoría Constitucional y Filosofía Política en la Universidad de Buenos Aires.
3 Pensador inglés considerado el padre del empirismo y del liberalismo moderno. Su fama era mayor como filósofo que como pedagogo.
4 Profesor titular de Derecho Constitucional en la Universidad de Barcelona y vicepresidente del Observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC). Ha sido profesor invitado en diversas universidades europeas y americanas.
5 Recomendaciones de política económica promovidas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco de Desarrollo de las Américas para países en desarrollo, América Latina. Es un paquete de reformas neoliberales: liberalización económica, la privatización, la reducción del gasto público y la apertura de los mercados.
6 Filósofo, pedagogo y psicólogo estadounidense, uno de los fundadores de la filosofía del pragmatismo.
7 La palabra nomenklatura define una elite de la sociedad de la ex-Unión Soviética, con grandes responsabilidades en la dirección de la burocracia estatal, con posiciones administrativas claves en el gobierno, en la industria y agricultura, en la educación, en la cultura, etc., con privilegios derivados de la ejecución de dichas funciones.