Capitalismo salvaje y opinión pública – Parte V – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

Métodos y técnicas de control y manipulación de pueblos masificados

«Los mejores vendedores de estiércol
suelen llevar sus muestras en la boca».
Dicho popular

Parte V.- Los herederos de los Padres Fundadores

Nuevamente entra en escena un personaje ya citado, Walter Lippmann, como hombre del liberalismo, propuso su tesis la revolución en el arte de la democracia”. Esta revolución partía de algunas premisas muy interesantes de revisar, porque vuelve a aparecer el tema de la “franqueza”. La idea central parte de la convicción de que el público «no sabe pensar y que no es prudente abandonarlo en sus ideas». Por eso afirmaba:

«Que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que los intereses comunes esquivan totalmente a la opinión pública y solo una clase especializada de hombres responsables lo bastante inteligentes puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan.

Puede sorprender al lector, que no ha incursionado en estos temas, semejante afirmación como método de la democracia. Sin embargo, estas ideas han sostenido siempre el concepto de democracia que manejó la clase política dominante estadounidense, razón por la cual prestaron por ello un fuerte apoyo al desarrollo de los grandes medios para guiar la opinión del ciudadano de a pie. Chomsky avanza sobre el tema:

«Lippmann respaldó todo esto con una teoría bastante elaborada sobre la democracia progresiva, según la cual, en una democracia con un funcionamiento adecuado, hay distintas clases de ciudadanos. En primer lugar, los ciudadanos que asumen algún papel activo en cuestiones generales relativas al gobierno y la administración. Es la clase especializada, formada por personas que analizan, toman decisiones, ejecutan, controlan y dirigen los procesos que se dan en los sistemas ideológicos, económicos y políticos, y que constituyen, asimismo, sólo un porcentaje pequeño de la población total».

A esta clase pertenecen también aquellas personas que comparten esas ideas y las pone en circulación.

«Es parte de este grupo selecto, en el cual se habla primordialmente acerca de qué hacer con aquellos otros, quienes, fuera del grupo pequeño y siendo mayoría la población, constituyen lo que Lippmann llamaba el rebaño desconcertado: hemos de protegernos de este rebaño desconcertado cuando brama y pisotea. Así pues, en una democracia se dan dos funciones: por un lado, la clase especializada, los hombres responsables, ejercen la función ejecutiva, lo que significa que piensan, entienden y planifican los intereses comunes; por otro, el rebaño desconcertado también con una función en la democracia, que, según Lippmann, consiste en ser espectadores en vez de miembros participantes de forma activa.

Tantas veces los debates sobre el papel de los medios se pierden en una maraña de detalles que no logran mirar debajo de este escenario, donde se puede encontrar todo lo que queda oculto a la mirada ingenua del gran público. Sigamos con Chomsky por sus conocimientos, su compromiso con la gente marginada y su capacidad crítica en sus investigaciones. Dice más adelante:

«Y la verdad es que hay una lógica detrás de todo eso. Hay incluso un principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas. Si los individuos trataran de participar en la gestión de los asuntos que les afectan o interesan, lo único que harían sería solo provocar líos y desorden por lo que resultaría impropio e inmoral permitir que lo hicieran. Hay que domesticar al rebaño desconcertado, lo cual viene a encerrar la misma lógica que dice que sería incorrecto dejar que un niño de tres años cruzara solo la calle. Por lo mismo, no se da ninguna facilidad para que los individuos del rebaño desconcertado participen en la acción; solo causarían problemas».

Este paternalismo, dicho con tanta aspereza, no puede hoy aparecer fácilmente en nuestros medios, lo cual no indica que no lo compartan, pero el estar alerta en la lectura de ellos puede ayudarnos en esta línea. Es así que las élites políticas de los países centrales encontraron en los medios de comunicación el instrumento idóneo para la observación y conducción de ese rebaño:

«Por ello, necesitamos algo que sirva para domesticar al rebaño perplejo; algo que viene a ser la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso. Los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos. La clase política y los responsables de tomar decisiones tienen que brindar algún sentido tolerable de realidad, aunque también tengan que inculcar las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita —e incluso los hombres responsables tienen que darse cuenta de esto ellos solos— está relacionado con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar decisiones. Por supuesto, la forma de obtenerla es servir a la gente que tiene el poder real, que no es otra que los dueños de la sociedad, es decir, un grupo bastante reducido».

La mirada de Lippmann, con capacidad de penetración, nos permite comprender cuáles son, según él, todas las piezas del aparato de dominación estadounidense, hoy globalizado. La maquinaria del sistema de comunicación, que no se reduce sólo a los medios:

«Así, tenemos un sistema educacional, de carácter privado, dirigido a los hombres responsables, a la clase especializada, que han de ser adoctrinados en profundidad acerca de los valores e intereses del poder real, y del nexo corporativo que este mantiene con el Estado y lo que ello representa. Si esos hombres “calificados” pueden ascender hasta allí, podrán pasar a formar parte de la clase especializada. Al resto del rebaño desconcertado, básicamente, habrá que distraerlo y dirigir su atención a cualquier otra cosa. Habrá que asegurarse de que permanezcan todos en su función de espectadores de la acción, liberando su carga de vez en cuando en algún que otro líder de entre los que tienen a su disposición para elegir.

Muchos otros, agrega Chomsky, han desarrollado este punto de vista bastante convencional entre los hombres y mujeres estadounidenses: «El destacado teólogo y crítico de política internacional Reinhold Niebuhr [1] (1892-1971), conocido a veces como el teólogo del sistema, gurú de George Kennan y de los intelectuales de Kennedy [2], afirmaba que la racionalidad es una técnica, una habilidad, al alcance de muy pocos: solo algunos la poseen, mientras que la mayoría de la gente se guía por las emociones y los impulsos. Aquellos que poseen la capacidad lógica tienen que crear ilusiones necesarias y simplificaciones acentuadas desde el punto de vista emocional, con objeto de que los bobalicones ingenuos vayan más o menos tirando. Este principio se ha convertido en un elemento sustancial de la ciencia política contemporánea.

Muy duras palabras que provocan la necesidad de reflexionar sobre todo ello. Forman hoy parte del ideario del Tea Party [3]. Pero si la sociedad del Norte ha acabado siendo más libre y democrática, y esto es lo que ha sucedido desde la posguerra, es porque se fue perdiendo aquella capacidad de dirigir el rebaño hacia la meta prefijada. La contraofensiva conservadora de los ochenta en adelante recurrió a esta doctrina pero sin manifestarlo abiertamente. Por ello, vuelve a recurrir a las técnicas de propaganda. La lógica es clara y sencilla, Chomsky la sintetiza con estas palabras:

«La propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al estado totalitario. Ello resulta acertado y conveniente dado que, de nuevo, los intereses públicos escapan a la capacidad de comprensión del rebaño desconcertado».

1 Como politólogo está considerado uno de los principales representantes teóricos del llamado Realismo Político Americano.

2 John Fitzgerald Kennedy (1917 –1963) fue el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos. Fue conocido como John F. Kennedy, y popularmente como JFK.

3 Traducido como Partido del Té, es un movimiento político estadounidense elitista de ultraderecha, centrado en una política fiscalmente conservadora y definida por su originalidad, es decir, es la vuelta a los orígenes filosófico-constitucionales de los Estados Unidos.

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