Por Ricardo Vicente López
«No es ni siquiera el principio del fin.
Es quizá el fin del principio».
-Winston S. Churchill, 1874-1965
Parte VI.- Los herederos de los Padres Fundadores
La disciplina que tomó a su cargo la tarea de propagar “las ideas correctas” fue la ciencia de las Relaciones Públicas. Esta carrera fue presentada por las universidades como “el estudio de los modos y normas de comunicar amablemente los contenidos de la cultura de una empresa”. Todavía podemos oír entre nosotros a jóvenes que, con total ingenuidad, quieren estudiar esa carrera. Esta es otra muestra de la capacidad de manipular encubriendo los verdaderos propósitos. Dice Chomsky:
«Los Estados Unidos crearon los cimientos de la industria de las relaciones públicas. Tal como decían sus líderes, su compromiso consistía en controlar la opinión pública. Dado que aprendieron mucho de los éxitos de la Comisión Creel y del miedo rojo [comunista]. “Los resultados obtenidos por la aplicación de las Relaciones Públicas experimentaron, a lo largo de la década de 1920, una enorme expansión, y se obtuvieron grandes resultados a la hora de conseguir una subordinación total de la gente a las directrices que procedían del mundo empresarial”. Es necesario agregar algunos datos históricos. El Comité de Información Pública (CIP) fue una organización de propaganda norteamericana creada por el presidente Woodrow Wilson durante la Primera Guerra Mundial, se la conoció como, ya quedó ducho, Comisión Creel. Llevó ese nombre en razón del su jefe George Creel (1876–1953) periodista investigador y político. Se las calificó como un modelo de maquinaria propagandística por los éxitos alcanzados. En muy poco tiempo, “mediante el envío masivo de propaganda, manipulación de los medios, recorte de las noticias que llegaban del frente y otras acciones en este sentido, consiguieron que la población estadounidense creyese que el enemigo alemán acechaba la frontera americana”».
Las ciudades fueron invadidas por carteles propagandísticos llenos de simbolismo, que contribuyeron enormemente al éxito de la empresa. Lo más destacable, y de utilidad para entender el entramado propagandístico, fue la comprobación del papel que le cupo a Hollywood como importante instrumento de esa campaña. La situación llegó a tal extremo, que en la década siguiente los comités del Congreso estadounidense empezaron a investigar el fenómeno. De estas pesquisas proviene buena parte de la información de que hoy disponen los investigadores sociales para los estudios que he consultado para escribir estas notas.
Las Relaciones Públicas se constituyeron en una industria inmensa que mueve, en la actualidad, cantidades que oscilan en torno a un billón de dólares al año y desde siempre su cometido ha sido el de controlar la opinión pública, que es el mayor peligro al que se enfrentan las corporaciones. Esto permite comprender ahora por qué las grandes corporaciones comenzaron a comprar medios de comunicación, fenómeno que se acentuó a partir de la década de los ochenta, del siglo pasado.
El aparato publicitario hace su tarea
La utilización de los medios de información se convirtió en un instrumento fundamental para difundir en los Estados Unidos, y de allí se fue globalizando, los contenidos de la Doctrina Republicana. Esta fue reelaborada para la utilización específica que de ella estaba haciendo el aparato ideológico al que habían denominado Relaciones Públicas, logró penetrar la conciencia del ciudadano medio en un país, como los EEUU, en el que se sostiene, como ya dije: la Sociedad sin Clases Sociales. Es un concepto para consumo interno pero inaceptable para el nivel de la Cultura Occidental de siglo pasado: no existen clases sociales diferenciadas y mucho menos conflictos sociales.
La investigadora Barbara Ehrenreich (1941) [1] afirma: “Existe un poderoso mito de que los Estados Unidos no tienen clases sociales; esto le ha valido la calificación de “marxista” sólo por publicar esa afirmación [a esto lo llaman libertad de expresión]. La persistencia de este mito permite comprender que pueda emitirse un mensaje con este contenido, que fue, en esencia, el mensaje, de los medios:
«El ejecutivo de una empresa y el chico que limpia los suelos tienen los mismos intereses. Hemos de trabajar todos juntos y hacerlo por el país y en armonía, con simpatía y cariño los unos por los otros».
Y se hizo un gran esfuerzo para hacerlo público; después de todo, estamos hablando del poder financiero y empresarial, es decir, el que controla los medios de información y dispone de recursos a gran escala, por lo cual funcionó, y de manera muy eficaz. Más adelante este método se lo denominaba también “métodos científicos para impedir huelgas”. Se aplicó una y otra vez para romper huelgas, y daba muy buenos resultados cuando se trataba de movilizar a la opinión pública a favor de conceptos vacíos de contenido, como el orgullo de ser americano. ¿Quién puede estar en contra de esto? O la armonía. ¿Quién puede estar en contra? O, como en la guerra del golfo Pérsico, “Apoyad a nuestras tropas”. ¿Quién podía estar en contra? O los lacitos amarillos. ¿Hay alguien que esté en contra? ¡Sí! Sólo alguien completamente necio.
El ardid para logra el apoyo masivo consistía en emitir un mensaje cuyo contenido era tan vago que, en realidad no decía gran cosa. Ofrece un ejemplo similar a éste: ¿qué pasa si alguien le pregunta: da usted su apoyo a la gente de la Provincia de Buenos Aires, Argentina? Se puede contestar diciendo Sí, le doy mi apoyo, o No, no la apoyo. Pero ni siquiera alcance la categoría de pregunta: no significa nada. Esta es la cuestión, por esta razón, afirma Chomsky:
«La clave de los eslóganes de las relaciones públicas como Apoyad a nuestras tropas es que no significan nada, o, como mucho, lo mismo que apoyar a los habitantes de Iowa [2]. Pero, por supuesto había una cuestión importante que se podía haber resuelto haciendo la pregunta: ¿Apoya usted nuestra política? Pero, claro, no se trata de que la gente se plantee cosas como esta. Esto es lo único que importa en la buena propaganda. Se trata de crear un eslogan que no pueda recibir ninguna oposición, bien al contrario, que todo el mundo esté a favor. Nadie sabe lo que significa porque no significa nada, y su importancia decisiva estriba en que distrae la atención de la gente».
La propuesta del mensaje despolitizador logra que se introduzca en la conciencia del ciudadano medio un modo de plantearse los temas sociales, totalmente despolitizados, de modo tal que no provoque debates y que predispongan a la respuesta simple e ingenua. Es como lo del orgullo americano y la armonía. Se inculca que “Estamos todos juntos”, en tomo a eslóganes vacíos, tomemos parte en ellos y asegurémonos de que no habrá gente mala en nuestro alrededor que destruya nuestra paz social con sus discursos acerca de la lucha de clases, los derechos civiles y todo este tipo de cosas.
Cuando alguien, como la Dra. Ehrenreich, se atreve a poner delante de los ojos de ese ciudadano adoctrinado en un modo de pensar lineal y superficial un tema que intenta problematizarlo se responde inmediatamente que es comunista, es decir un “anti-norteamericano”, lo que puede derivar en un “terrorista”. Sobre este suelo social así preparado actuó el Senador Joseph Raymond McCarthy [3] (1908-1957) que durante sus diez años en el senado, con su equipo se hicieron famosos por sus investigaciones sobre personas del gobierno de los Estados Unidos y otros sospechosos de ser agentes soviéticos o simpatizantes del comunismo infiltrados en la administración pública o el ejército.
1 Periodista norteamericana que goza de gran reputación como investigadora de las clases sociales en EEUU. Ha dedicado toda su investigación sobre la clase obrera que recibe salarios de miseria en su ya clásico Por cuatro chavos, un informe exhaustivo de las enormes dificultades por las que pasan muchos estadounidenses.
2 Es uno de los 50 estados de los Estados Unidos de América, localizado en la Región Centro-Oeste del país.
3 Político ultraderechista. Abogado de Wisconsin, senador de 1947 a 1957. Carecía de toda notoriedad hasta que, en 1950, se convirtió en paladín de la lucha contra la supuesta infiltración de comunistas en el aparato del Estado.