
Por Juan Manuel de Prada
Las hordas de zoquetes y fanáticos pastoreadas por el partido de Estado se han abalanzado en masa sobre el político Miguel Tellado que, en el curso de una soflama, anunció (acaso con insensato optimismo) que los peperos se disponen a «cavar la fosa donde reposarán los restos» del Gobierno del doctor Sánchez. De inmediato, el partido de Estado ha reclamado al líder pepero que obligue a su subalterno a retirar sus palabras, «que en España tienen unas connotaciones tan duras e inhumanas», y le exija «una disculpa, no sólo al Gobierno, sino a todas las personas que se han sentido escandalizadas».
No sé cuáles son las connotaciones tan duras e inhumanas que puedan tener las palabras de Tellado (tal vez el partido de Estado aluda a Paracuellos o a Montcada); pero cualquier persona que haya dejado atrás la condición homínida sabe que «cavar la fosa» es una expresión figurada que, como tantas otras –echar a los leones, poner en la picota, hacer picadillo, mandar al paredón, colgar del palo mayor ‘et alia’–, no pretende consumar la acción que enuncia, sino tan sólo expresar la desaprobación que una persona nos merece. Tristemente, cada vez es mayor el número de zoquetes y fanáticos incapaces de distinguir los usos enunciativo y figurado del lenguaje; y los demagogos que los moldearon (privándolos primero de una educación adecuada y llenando después sus cabecitas huecas con consignas y farfollas ideológicas), los utilizan como comparsa en sus pamemas de ofendiditos. Saben bien los demagogos que el lenguaje –como nos enseña Witgenstein– modula el pensamiento y determina la forma en la que percibimos la realidad; y que, por lo tanto, puede ser utilizado como arma política, para poder manipular la realidad y encarcelar la mente. Cuando no entendemos una ironía, un calambur o una metonimia hay una parte del mundo que queda fuera de nuestro entendimiento; y nuestro entendimiento, a la vez, queda prisionero en una cárcel. Orwell, en su célebre distopía, nos mostraba cómo una extrema simplificación del lenguaje impedía el pensamiento crítico y reducía a las personas a gurruños de carne obediente.
En 1932, André Breton defendió públicamente el incendiario poema de Louis Aragon ‘Front Rouge’, en el que apostrofaba a la multitud a disparar contra políticos de la época. Los zoquetes y fanáticos de aquel entonces, enardecidos por los demagogos, se revolvieron furiosos, hasta lograr que Aragon fuese inculpado formalmente ante un juez con cargos de «incitación al delito» y «propaganda anarquista». Entonces André Breton publicó un artículo titulado ‘L’Affaire Aragon’ donde recordaba que el significado de las palabras no se reduce a la suma de sus elementos literales, sino que opera en un plano simbólico que las trasciende; y que tratar de censurar a quien utiliza el lenguaje en un plano simbólico es un error típicamente «burgués y regresivo».
Ahora, en cambio, nos lo presentan como un rasgo de progresismo. Qué asco de época.