Por Marcelo Ramírez*
La visita de 19 hs. de Nancy Pelosi a la isla de Taiwán ha sido un golpe de efecto del sector belicista de los EE. UU. que ha generado múltiples polémicas.
En primer lugar, ha servido para despertar un nuevo foco de conflicto en un mundo que si algo no necesita son más situaciones de tensión. La consecuencia más directa de la aventura de la presidente de la Cámara de Representantes de los EE. UU. ha sido que varios políticos europeos comiencen a plantear la posibilidad de viajar a Taiwán multiplicando los apoyos a la independencia de la isla.
Para China es una situación sumamente embarazosa porque si se multiplican las muestras de apoyo, la política de reunificación pacífica que ha seguido durante décadas estará al borde del fracaso. Es altamente probable que el Partido Progresista Democrático que gobierna a través de la presidente del país, Tsai Ing-Weng, se envalentone y proclame su independencia de Beijing, forzando de esa manera una de las líneas rojas prioritarias de la política histórica del país.
Internamente, Taiwán se encuentra dividido en dos sectores, la coalición verde que encabeza su partido y que es favorable a la independencia de la República Popular de China y el sector azul que responde al Kuomintang, el partido nacionalista al que pertenecía Qiang Kai Shek. Los antiguos líderes de KMT han denunciado la política errónea y peligrosa del PPD y advierten sobre las consecuencias, asegurando que los verdes han efectuado un “lavado de cerebro” a muchos jóvenes que no conocen la historia ni entienden las razones de la política de una sola China.
La población taiwanesa proviene mayoritariamente de la provincia china de Fujian y tiene familiares, amigos y lazos comerciales muy fuertes que son un factor clave para comprender que no todos los taiwaneses están a favor de tomar las armas contra lo que consideran parte de la nación china.
China también está sufriendo una ruidosa propaganda para establecer que no están preparados para enfrentar a los EE. UU. Una parte de esto es realmente cierto, el país asiático tiene, por su naturaleza demostrada a lo largo de milenios, las características de ser una nación de comercio y no militar.
Así como Cartago era eminentemente comerciante y Roma militar, esta diferencia se encuentra presente en las dos naciones más poderosas, al menos en lo comercial, del planeta.
Esta razón ya de por sí debería ser suficiente para desalentar a aquellos sectores que creen que China es una amenaza a la paz mundial y que si se consolida como nación más poderosa se comportará en forma similar a las anglosajonas que han predominado en los últimos siglos.
La historia es concluyente, China prefiere el comercio a la guerra y nada indica lo contrario, excepto la proyección que algunos occidentales hacen de sus ideas políticas, incapaces de comprender las diferencias y considerando que todos en el mundo piensen de una misma manera.
El viaje de Pelosi ha producido un curioso efecto, envalentonando a los sectores pro Occidente Colectivo que luego de mucho tiempo ven cómo han conseguido ganar una batalla, aunque sea más bien imaginaria, contra sus enemigos.
Simultáneamente, se percibe una decepción en aquellos que apoyan el fin de la hegemonía anglosajona y esperaban una reacción de otro tipo.
Llegados a este punto, ¿cuál sería la reacción China esperable? Derribar el avión que transportaba a la señora Pelosi simplemente sería una declaración de guerra, no hacerlo es considerado una debilidad inaceptable. Evidentemente, la jugada de la legisladora, o del grupo al que ella representa, ha sido magistral y ha dejado incómoda a China. Al menos si lo consideramos a corto plazo y sabemos que la inmediatez condiciona a Occidente, mientras que China se mueve a largo plazo, lo que dificulta aún más las conclusiones, habida cuenta la existencia de dos estrategias opuestas por naturaleza.
China tiene una victoria altamente probable en los campos económicos y tecnológicos, algo que es visible con mirar la evolución de las variables principales en las últimas dos décadas, en esas condiciones sería al menos imprudente ir a una guerra donde su primacía sí puede ser considerada.
La Corporación Rand, influyente think tank de los EE. UU., ha sugerido actuar a su país dentro de los 2 a 5 años, con un máximo de 8 para poder contener el ascenso de China y de Rusia, luego de ello sería tarde para cualquier acción.
Esto sucede porque el gobierno de Beijing suma capacidades militares, crece económicamente muy por encima de lo que lo hacen los países occidentales y tiene una estabilidad política local que le da una gran ventaja ante la división interna de los EE. UU. y las tensiones de la UE.
Definitivamente, China no quiere la guerra porque el rumbo pacífico le asegura la victoria y su propia idiosincrasia es la de mirar el mundo desde el prisma de la economía. Beijing seguirá apostando dentro de lo posible por su desarrollo económico y tecnológico, esperando pacientemente que Occidente caiga fruto de sus contradicciones, o al menos hará ese intento, pero es algo que no depende solo de su voluntad sino de lo que hagan sus enemigos.
El primer resultado de la visita fue sacar a China de su zona de confort desde la cual ganaba con el enfrentamiento entre Rusia y la OTAN. Su aporte había sido hasta la fecha no sumarse a las sanciones económicas, financieras o diplomáticas.
Esto no había pasado desapercibido por los sectores rusos que le piden más agresividad a Putin, el verdadero moderado en esta historia, exigiéndole más compromiso a China.
El gobierno ruso, fiel a su accionar habitual, ya ha demostrado con Bolsonaro y sobre todo, con Erdoğan, decidió mostrar públicamente su compromiso con una alianza sino-rusa y ofreció su apoyo.
Putin no pierde oportunidad para sumar aliados, o consolidarlos. China acaba de sentir en carne propia como juega Occidente, mucho más audaz de lo que imaginaba y dejando poco espacio para la tibieza.
China acaba de experimentar que la guerra es una realidad y se dará de una u otra forma, excepto que se subordine al Occidente Colectivo y acepte ser desmembrada como sucederá con Rusia. La idea que promociona hoy EE. UU. de fraccionar a Rusia con la excusa de “decolonizar” a sus pueblos originales ya ha tomado estado público y se le aplicará a China, que tiene en su interior 56 etnias distintas.
Un aviso más sobre cuáles son estas políticas que cándidamente apoyan algunos sectores progresistas y de izquierda, que no perciben su real naturaleza balcánica.
Volviendo a nuestro asunto de Taiwán, China se ve exigida a dar una respuesta. La misma, que imaginamos ya analizada en sus pro y contras, ha sido un imponente despliegue militar trasladando unidades hacia la región en conflicto.
Según fuentes rusas, 7 aviones J-10, 6 aviones J-11, 10 aviones J-16. 24 aviones Su-30, 1 avión Y-8 EW y 1 avión Y-8 ASW y de acuerdo al propio Ministerio de Defensa Nacional de Taiwán, más 68 buques de guerra del EPL se ha concentrado en el estrecho. Muchos de los cuales han cruzado la línea media divisora de las fronteras (al menos en la práctica) y algunos han llegado hasta 10 km de las costas de Taipéi.
China además ha hecho una muestra de su poder misilístico enviando varios de ellos sobre el propio territorio de Taiwán y sobre aguas jurisdiccionales japonesas, recordándole a Tokio que es un asunto interno chino y no debería meterse a hacer manifestaciones de apoyo a Taiwán como hizo el gobierno nipón durante el inicio de la crisis.
El Ejército Popular de Liberación Lanzó además 5 misiles hipersónicos, algunos de ellos sobrevolaron la isla y cayeron al agua luego de cruzarla. Lo interesante es que las defensas antiaéreas taiwanesas proporcionadas por Occidente no fueron capaces de reaccionar.
Esto ha dejado claro que el ejército taiwanés no está en condiciones de enfrentar a China.
En Occidente se está hablando de un ejército moderno y con voluntad de combate, sin embargo, la realidad puede ser muy diferente. Los taiwaneses opinan en privado que su mayor capacidad es resistir una semana, no tienen más posibilidades, hasta que llegue la ayuda de EE. UU. y otros aliados.
Los F-16 que constituyen su mayor capacidad militar están considerados como aparatos que no tienen las mismas prestaciones que los de los EE. UU. y que inclusive han presentado fallas que han derivado en una serie de accidentes que ha puesto en duda su real confiabilidad. El aparato militar en líneas generales presenta dudas sobre su real disponibilidad, cierta indisciplina y falta de capacidades técnicas.
En cuanto a la voluntad de resistir, Taiwán no es Ucrania, no hay una historia guerrera detrás. Es un pueblo dividido en sus ideas, que se siente con lazos con China, como sucede con la relación entre los habitantes del Donbass y Rusia. Buena parte de los jóvenes están acostumbrados al confort y a un muy buen nivel de vida que se va a derrumbar con las hostilidades. ¿Cuál será el espíritu de combate real taiwanés? Para completar el cuadro, la idea generalizada es que, aun si así quieren combatir, no van a poder resistir y su suerte está echada.
Un punto no menor que ha pasado casi desapercibido y que en Occidente debería ser analizado con detenimiento, especialmente por los gobiernos sin personalidad, que hacen del seguidismo de Washington, su política. China ha decidido abandonar su colaboración con la lucha contra el “cambio climático”.
Rusia ha denunciado el papel de los EE. UU. en la aparición y diseminación del Sars-Cov2, junto con la preparación de armas biológicas a medida de cada individuo utilizando su patrón único de ADN. Han llegado a sugerir que Chávez, el líder venezolano fallecido de cáncer, fue víctima de un ataque biológico, según explicó un alto mando militar ruso. ¿Asistiremos a un festival de denuncias antes calladas por cuestiones de corrección políticas? Bien esta puede ser otra consecuencia del enfrentamiento en marcha.
En Taiwán miran con preocupación cómo Occidente destruye naciones en su beneficio, y que cuando la situación se complica no dudan en retirarse. Lo sucedido en Afganistán ha sido observado y el temor a ser usado solo para debilitar a China, como sucede con Ucrania, cuyo destino está en dudas como Estado independiente, no es una idea muy tentadora para llamar al combate.
En este marco se comprende mejor la reacción china, no confrontar directamente con EE. UU. a menos que sea estrictamente necesario y esperar a seguir fortaleciéndose mientras Washington y sus aliados se debilitan.
Es entonces probable que veamos una asfixia económica que ya comenzó con la negativa a entregar arena, insumo clave para la construcción y no comprar alimentos, golpeando de esta manera las bases de sustentación de la popularidad de Tsai Wen-Ing.
La presión psicológica de no saber si esos ejercicios en seis puntos distintos son un bloqueo que va a perdurar o no, como tampoco asegurar si se podrá repetir ese bloqueo en otra oportunidad, se suma a los misiles que vuelan sobre la cabeza de los taiwaneses.
China entonces apuesta al desgaste psicológico, a quebrar la unidad interna de Taiwán y a ejercer una presión también sobre los aliados que reciben los chips de ese país proveedor del 50 % de las necesidades mundiales. Un bloqueo naval traería una dificultad enorme en la producción de otros países debido a que en una economía moderna, estos materiales son omnipresentes.
No sabemos aún la capacidad militar china, podemos asegurar sí que Rusia es el gendarme de la alianza, la fuerza militar indispensable y por eso Beijing necesita a Moscú. Hoy lo ha comprobado con seguridad.
China, si quiere desarrollarse como una potencia militar como los EE. UU. necesita una década más, al menos, ganar experiencia operativa, mejorar algunos sectores claves como la fabricación de motores que están detrás de sus pares occidentales y rusos. Sin embargo, no está en su naturaleza, seguramente seguirá en el rumbo de hacer crecer sus fuerzas militares, pero igualmente deberá descansar en una potencia militar como Rusia para asegurarse que nada interfiera en su desarrollo por la fuerza.
China, claramente, no es la amenaza que se trata de imponer como idea en el mundo, a veces por desconocimiento y otras por interés. China necesita sus apoyos en países con un ethos guerrero como Rusia, pero eso no significa necesariamente que sea débil y que esto sea el fin de su ascenso.
Beijing va a garantizar su seguridad con alianzas que puede pagar con su economía, así ha sido su historia y de esta forma será su enfoque. China no es Japón, cuya historia es diametralmente opuesta y su ADN es guerrero, aunque ha demostrado poder desempeñarse en lo comercial muy bien.
El mundo multipolar que propone China es la mejor solución posible para sus intereses y posibilidades, es un problema cultural. Beijing no es cobarde ni incapaz, pero su filosofía es la que es, no la que Occidente cree que es proyectando sus propias experiencias.
¿Cuánto espacio tendrá ante la presión del mundo anglosajón acostumbrado a la guerra como resolución y modelo? No lo sabemos, puede que el margen sea escaso y que Rusia, que demuestra convicción y capacidad militar, sea un hueso demasiado duro y la estrategia del globalismo atlantista vire hacia China como el eslabón más débil o tal vez la demencia de los palurdos dirigentes occidentales se enfoque en atacar a ambos a la vez. No podemos descartar nada porque la imbecilidad reina en la UE, como muestra Alemania, que no es capaz de garantizar ni la calefacción a su población el próximo invierno, pero igualmente amenaza a China con intervenir en Taiwán.
El juego se sigue abriendo, al conflicto en Ucrania se suma Kosovo, y hay ruido de sables entre Israel y sus enemigos, Taiwán entra en escena. Se multiplican los focos de incendio, el atlantismo juega fuerte y tiene experiencia en estas estrategias, Rusia también.
China ahora deberá demostrar sus capacidades reales, está llegando la hora y la política de presentarse como una nación media sin mayores ambiciones ha llegado a su fin.
China ahora deberá asumir su papel de liderazgo, lo quiera o no, a su alcance solo está una parte de la estrategia a seguir, la otra parte está en el Occidente Colectivo que ha decidido mover sus piezas en un aparente juego “a todo o nada”.
*Marcelo Ramírez es analista en Geopolítica y director de AsiaTV.
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