Por Juan Manuel de Prada
Se ha impuesto una imagen muy burda y esquemática de la naturaleza del mal, que se suele identificar con la vileza y el crimen; y así, los grandes ‘malvados’ de la Historia, en el imaginario colectivo, son personajes francamente perversos al estilo de Nerón o de Hitler. Pero lo cierto es que este tipo de hombres siniestros, siendo desde luego malvados, constituyen una anomalía casi paródica (amén de furiosa); pues por lo general el mal actúa bajo una máscara bondadosa.
Sin duda, la guía más certera (y maravillosamente escrita) que jamás se haya escrito para distinguir la acción del mal es la obra de C. S. Lewis The Screwtape Letters, que en España se tradujo muy ingeniosamente como Cartas del diablo a su sobrino. En estas cartas, un experimentado demonio llamado Escrutopo alecciona, instruye y aconseja a su sobrino Wormwood, un demonio bisoño y atolondrado al que se ha encargado la perdición de un hombre. El libro provocó mucha irritación en algunos de sus primeros lectores por el originalísimo modo en que Lewis presenta la naturaleza del Mal y por los métodos de actuación que postula Escrutopo, radicalmente distintos a los que las personas más ingenuas suelen atribuir a las legiones infernales. De hecho, el meollo del libro de Lewis consiste en advertirnos que el Mal interviene en nuestras vidas de manera infinitamente más refinada y sibilina a la que pretende el tópico.
Así, por ejemplo, cuando Orugario se dispone a destruir a su presa infiltrándole una filosofía materialista, su tío Escrutopo le propone en cambio que llene su cabeza de mentecateces en batiburrillo, haciéndole creer que es un hombre culto y autosuficiente; y la mezcla de confusión y endiosamiento hará el resto. También recomienda Escrutopo, si se desea inclinar al mal a una persona, mantenerla con la atención centrada en su vida interior, para que este obsesivo ejercicio de ensimismamiento lo aleje de sus deberes más elementales, lo obligue a descuidar a su familia y a sus amigos y dirija su alma hacia ocupaciones presuntamente más elevadas, hasta convertirlo en un hombre egoísta, altivo y estéril. En otro pasaje del libro, ante el júbilo que el neófito Orugario muestra por la mortandad ocasionada por la guerra, Escrutopo le recordará que mucho más maligna que la guerra es la paz; pues el mejor caldo de cultivo para la propagación del Mal es una Humanidad adormecida en los laureles de la prosperidad, orgullosa de sus avances científicos, envanecida de su invulnerabilidad.
También reivindica Escrutopo como instrumento al servicio del Mal la filantropía, que dedica sus desvelos al hombre en abstracto, olvidando al hombre en particular. «Lo bueno –indica Escrutopo– es dirigir la maldad del hombre a sus vecinos inmediatos, a los que ve todos los días, y proyectar su benevolencia a gentes que no conoce. Así, la maldad se hace totalmente real y la benevolencia en gran parte imaginaria». Cuando Orugario proponga convertir a su víctima en un rijoso contador de chistes escatológicos y obscenos, su tío considerará mucho más efectivo convertirlo en un ironista frívolo, pues conviene mucho más tratar la virtud como algo cómico y desfasado que presentar chocarreramente los vicios humanos.
Llegados a la cuestión religiosa, a Orugario se le ocurre divulgar el ateísmo; pero su tío Escrutopo lo corrige, proponiéndole en cambio que fomente la figura de un ‘Jesús histórico’ construido según la moda ideológica del momento (a veces con pautas liberales y humanitarias, a veces con rasgos marxistoides y revolucionarios), que convierta al Hijo de Dios en un «gran hombre» (o sea, traducido al román paladino, en un chiflado que vende una panacea). También aconseja Escrutopo que la religión sea utilizada como coartada de la política, hasta que los propios cristianos consideren su fe como un medio para su propia promoción. Y, en fin, recomienda que el cristiano sea contaminado por la fiebre evolucionista y el afán de novedades, de tal modo que llegue a percibir su fe como algo estático y, por lo tanto, aburrido, incapaz de atender las solicitudes de un mundo cambiante y dinámico; pues el miedo a «Lo Mismo de Siempre» –afirma Escrutopo– «es una de las pasiones más valiosas que hemos producido en el corazón humano: una fuente sin fin de herejías en lo religioso, de locuras en los consejos, de infidelidad en el matrimonio e inconstancia en la amistad».
El veterano demonio de Lewis, en fin, advierte a su sobrino que sea siempre amable y benigno, suave y blando en su misión, pues el mal disfrazado de bien es muchísimo más venenoso que el mal a rostro descubierto.