Datos – Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada

Nos advertía Chesterton que, cuando alguien acompañaba su argumentación de cifras, es porque se dispone a deslizar una mentira. Y Mark Twain señalaba que existen tres tipos de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas. Las cifras y las estadísticas, con su aura de asepsia científica, ofrecen siempre una fachada de respetabilidad, como si fueran verdades puras obtenidas en un laboratorio. Pero lo cierto es que la inmensa mayoría de las cifras que nos ofrecen son falsas (pensemos, por ejemplo, en las cifras dispares que brindan cada vez que se celebra una manifestación los organizadores y la autoridad gubernativa); y, en cuanto a las estadísticas, a nadie que no se chupe el dedo se le escapa que son herramientas concebidas para inducir o rectificar los hábitos y manipular las opiniones de las masas (pensemos, por ejemplo, en las ‘encuestas de intención de voto’ que a cada poco publican los medios de cretinización de masas, siempre halagüeñas o incitadoras para el negociado ideológico al que están adscritos).

La función de estas cifras y estadísticas –’datos’ que se nos ofrecen como indiscutibles, aunque sólo sean el producto de una manipulación interesada– no es otra sino distorsionar la realidad, respaldar ideas preconcebidas, facilitar ingenierías sociales y, en definitiva, oscurecer la verdad de las cosas. En su clásico How to Lie with Statistics (1954), Darrell Huff desgranaba muy variadas técnicas de engaño con estadísticas, desde el empleo de «muestras de población» sesgadas (casi todos los sondeos demoscópicos emplean aviesamente esta técnica) al recurso de los gráficos distorsionados (manipulando escalas y proporciones), pasando por la manipulación de los «promedios», el recurso de las extrapolaciones, etcétera. No hace falta explicar que los demagogos siempre han sentido predilección por los ‘datos’ estadísticos; pues han llegado a descubrir que pueden sostener sus gobiernos en un juego de ilusiones numéricas que les permiten divulgar las más variopintas falacias sin asumir responsabilidad alguna. No en vano Borges afirmaba que la democracia se había convertido en un «curioso abuso de la estadística».

Esta capacidad de los ‘datos’ para extender el reinado de la mentira se ha multiplicado en la llamada ‘era digital’, donde los algoritmos nos brindan cifras y estadísticas seleccionadas a conveniencia (cherry-picked) que las redes sociales se encargan de difundir ‘viralmente’. Así, los ‘datos’ se han convertido en una nueva forma de culto totalitario, casi religioso. No sólo Google o Facebook tienen hambre de ‘datos’, no sólo las empresas que nos obligan a aceptar el uso de cookies cada vez que visitamos su página web se alimentan vorazmente de datos. También todos y cada uno de nosotros nos hemos convertido en adictos a los ‘datos’: adquirimos artilugios que registran automáticamente nuestra temperatura corporal, nuestra presión sanguínea, los latidos de nuestro corazón, los pasos que hemos dado al cabo del día, los minutos que ha durado nuestro sueño, las calorías que hemos ingerido, etcétera. Recopilamos ‘datos’ con la pretensión absurda de obtener, a través de su acumulación, una nueva y más reveladora forma de conocimiento; pero, a la postre, todos esos ‘datos’ recopilados resultan abstrusos, incomprensibles, una mera avalancha de números ciegos.

Y es que los ‘datos’, por sí solos, no tienen sentido ni verdad; y quien los interpreta puede hacerlo para engañarnos, para idiotizarnos, para amedrentarnos. Los ‘datos’ no sirven para hacer el mundo más inteligible y transparente, sino más bien para tornarlo más embrollado e inextricable. Y quienes los manejan no lo hacen para alumbrar el secreto humano, sino para negarlo burdamente, para reducir a los seres humanos a categorías difusas, para enjaularlos en compartimentos estancos, despojados de su humanidad distintiva. Los ‘datos’, en fin, arrebatan a la vida humana su naturaleza dramática, aboliendo nuestra singularidad. Se trata de convertir nuestras almas misteriosas en artilugios ‘hackeables’ cuyos pensamientos, gustos, opiniones, querencias y anhelos pueden ser anticipados mediante el manejo de ‘datos’.

Como no han podido crear máquinas capaces de imitar al ser humano, quienes controlan los ‘datos’ quieren modelar seres humanos con respuestas automáticas, quieren circunscribir la experiencia humana a lo que una máquina puede imitar. Como no pueden llenar el vacío de sentido, lo llenan de ‘datos’. Los ‘datos’ son la nueva máscara del nihilismo.

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