
Por Cristian Taborda
Hay que destruir al peronismo para salvarlo. Destruir al peronismo es lo único que puede permitir la reconstrucción. Esta quizás sea la crítica más constructiva post elecciones. El pueblo ha hablado y tras haber hecho tronar el escarmiento en 2023, la semana pasada volvió a ratificar el camino hacia donde marcha con un rechazo al peronismo, más precisamente al kirchnerismo, al “campo nacional y popular” (termino inventado por los radicales alfonsinistas, herederos de Portantiero, ex comunista asesor de Alfonsín) que se apropió de sus símbolos, banderas, historia y discurso, convirtiendo un movimiento nacional en una secta del conurbano, que pasó de tener como sujeto político a los trabajadores a representar chorros, faloperos y violadores. De la cultura del trabajo al culto a la marginalidad con La Joaqui y L-Gante como estandarte. De dignificar al laburante a exaltar el lumpenaje.
Las elecciones cristalizaron un rechazo sistemático desde hace más de una década con sucesivas derrotas donde cada vez más el peronismo y su instrumento político, el Partido Justicialista, han pasado de ser una expresión nacional a una provincial, exclusiva de la Provincia de Buenos Aires, alejado de cualquier representación federal, perdiendo en la mayoría de las provincias. El peronismo se ha convertido en una oligarquía burocrática, con una clase dirigente usurpadora que no expresa una orgánica natural, como definía De Mahieu,
No hay una representación del pueblo con los dirigentes, que pertenecen a una élite profesional de la política, que ocupa y utiliza los puestos para sus propios fines y negocios. Se apoderaron de un movimiento y un partido para intereses particulares y no para un fin social.
La polémica surgirá al decir peronismo y no progresismo, no diferenciar movimiento de partido, lo que seguramente hiera susceptibilidades de los nostálgicos y puntillosos, pero la verdad de los hechos, y los votos, demuestran que el pueblo no hace esa distinción, y el peronismo ha sido fagocitado por el progresismo subvirtiendo sus valores, negando su doctrina y tergiversando su historia. Hoy no existe tal distinción entre progresismo y peronismo; en la realidad efectiva se encuentran revolcados en el mismo barro. Y en ese rechazo se encuentra tanto el ausentismo, el más alto en décadas, como los que han votado por Milei, muchos peronistas decepcionados con la clase política y que se asimila a los viejos marxistas que en Europa votan hoy por partidos de derecha y nacionalistas como sucede en Italia con Meloni, en Alemania con AFD o en Francia con Le pen, por citar sólo 3 ejemplos.
Si Perón viviera destruiría al peronismo, que se ha convertido en un partido más del sistema que garantiza el status quo, así no sirve. Y es por eso que al decir destruir el peronismo actual es terminar con el progresismo. El término “destrucción” implica un contenido metafísico y el concepto de reseteo, que vamos a usar como homólogo, de un contenido material. Destruir el peronismo implica desenterrar el ser olvidado que es el ser nacional eliminando el progresismo que lo ha ocultado, es una deconstrucción del progresismo, su destrucción, ese es el significado de “deconstruir”, destruir, es lo que ha querido hacer el progresismo, lo nuestro es una reacción, una revolución conservadora de nuestro ser. Y resetear el peronismo implica reiniciar de fabrica el dispositivo tecnológico que ha sido infectado por el virus progre con sus troyanos, un reinicio al software original, osea a su doctrina.
A propósito de esto, fueron virales dos posteos del filósofo ruso Aleksandr Dugin, quien en un primer momento hizo mención a la eternidad del peronismo, “el peronismo es eterno” escribió y luego tras solidarizarse con la condena a Guillermo Moreno hizo referencia a que “la próxima versión del peronismo debe desarrollarse en un sentido metafísico. Los argentinos deberían profundizar en la doctrina de Perón. Tiene que ser un peronismo metafísico”. Dugin, uno de los mejores discípulos de Heidegger, comprende bien el método ontológico y la relación del ser y el tiempo, lo que es la autenticidad del ser y el devenir, como la propuesta de destrucción de la metafísica del filósofo alemán, donde lo que intenta hacer es destruir para develar el Ser, decía en Ser y Tiempo: “la esencia del ser es que es”, la destrucción devela la esencia de lo que es, el ser. Para reconstruir al peronismo hay que destruirlo y poder recuperar el ser nacional. Destruir “la metafísica de la presencia” para descubrir la ausencia, de los entes del presente y un ser que no es, el progresismo, y devenir en un ser auténtico. Hoy el peronismo no tiene autenticidad, no es peronismo.
Para que Rusia recupere su Ser y su destino en el mundo tuvo que implosionar la Unión Soviética, que también se había convertido en una oligarquía burocrática que oprimía a su pueblo en lugar de dignificarlo y la patria rusa no murió, sino que resurgió. La unión soviética se había corrompido, el peronismo también ha sido corrompido, como antes el radicalismo y también explotó en el 2001, hoy ese movimiento ha devenido en este simulacro donde todos prefieren fingir demencia. Lo que no puede ser destruido es la esencia del ser nacional y la encarnación de la cultura popular. Para eso es necesario destruir el peronismo, no teman, que el peronismo es eterno.

