El asesinato de Kirk y la fábrica de odio – Por Ivone Alves Garcia

Por Ivone Alves Garcia

El asesinato de Charlie Kirk no es un hecho aislado. Es el espejo de una sociedad que ya no forma ciudadanos, sino que fabrica frustración y odio. Estados Unidos se muestra al desnudo: jóvenes sin horizonte, violencia normalizada y un vacío espiritual que convierte a la juventud en herramienta de muerte. Lo que se mata no es sólo a un hombre. Es a toda una generación.
Un disparo en la cabeza de un hombre de 31 años no es sólo una noticia más. Es la radiografía brutal de una sociedad en ruinas, que fabrica jóvenes sin horizonte y transforma a la juventud en herramienta de muerte. Un crimen que sacude. No sólo por la brutalidad de las imágenes, también por lo que representa. Un joven de 22 años aprieta un gatillo y le quita la vida a otro de 31. No apareció de la nada. Es el resultado de un sistema que lo formó.

Estados Unidos, como buena parte de Occidente, está en pedazos. Ese país que vendía el sueño americano hoy sólo fabrica vacío. Jóvenes sin horizonte, atrapados en un clima donde la violencia ya es parte del paisaje. Armas en la infancia, videojuegos que glorifican la destrucción, películas que normalizan la sangre. Una política que no propone ideales, sino enemigos. Ahí matar deja de ser impensable y pasa a ser una opción más. La sociedad entera se acostumbró a ver entrar a chicos armados en escuelas, iglesias, universidades. Quien mató a Kirk es un asesino, claro. Pero también es un producto de esa cultura que reemplazó ciudadanos críticos por consumidores obedientes. Una sociedad que educa en el odio y en la intolerancia.

Las drogas —legales e ilegales— funcionan como anestesia para una generación sin futuro. La juventud debería ser motor de vida y está convertida en herramienta de muerte. El crimen no mata sólo a la víctima. Mata también al victimario.

Lo mismo se repite en otros rincones del mundo. En Nepal, por ejemplo, se experimenta con jóvenes y se los empuja a escenarios que terminan en violencia. Allí o acá, las fracturas no son individuales. Son colectivas. La política en Estados Unidos ya no busca convencer. Busca eliminar. No se debate, se cancela. Se odia. Ese odio baja como línea de Estado, como discurso mediático, como agenda de ONGs que se venden como benefactoras. El resultado es siempre el mismo: tarde o temprano, alguien aprieta el gatillo.

Kirk fue asesinado porque representaba al “otro”. No importaba si uno coincidía con sus ideas. Era el otro, el distinto, el que debía ser borrado. Eso alcanza. Este sistema no fabrica ciudadanos. Fabrica frustración, resentimiento y vacío espiritual. Y ese vacío termina ocupando el lugar de una vida. Lo que se asesina no es sólo a un hombre. Es a una generación entera.

Lo que vimos en ese crimen no termina en la sangre derramada. Es la confirmación de que una generación entera está siendo asesinada, víctima y victimario incluidos, en un sistema que ya no da vida: fabrica odio, resentimiento y vacío espiritual.

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