El chantaje como forma de gobierno: Epstein, el sistema y el silencio de Trump
Por Marcelo Ramírez
En un mundo donde la corrección política busca domesticar hasta el pensamiento, hay temas que son tabú. No porque carezcan de pruebas, sino precisamente porque sobran. El caso Epstein no es solo uno de los escándalos sexuales más graves de las últimas décadas en Occidente; es, además, una ventana brutal a las formas reales del poder, a esos pasillos oscuros donde se decide quién asciende, quién cae y quién debe mantenerse en silencio.
Donald Trump, ahora en su segunda presidencia, sorprendió recientemente al declarar que “solo la gente estúpida” se interesa en los archivos de Epstein. Esa frase, lejos de ser un exabrupto más del personaje, condensa todo el drama del presente: el pantano no se drena porque el pantano lo cubre todo. Y a veces también lo cubre a él.
Epstein no era un simple pervertido con dinero y amistades famosas. Era un engranaje de una estructura de chantaje cuidadosamente construida, con conexiones con agencias de inteligencia como la CIA, el MI6 y, especialmente, el Mossad. Su socia, Ghislaine Maxwell, fue condenada en 2021 por tráfico de menores, pero jamás reveló la lista de clientes. Esa lista es el santo grial de la corrupción moral occidental, y su ocultamiento, la prueba más contundente de su existencia.
Porque si algo demostró este caso es que el poder no se ejerce con leyes ni elecciones, sino con secretos. Secretos que, cuando salen a la luz, pueden hacer tambalear gobiernos, imperios financieros y reputaciones intocables. Por eso, todo está diseñado para que no salgan.
¿Pruebas? Clinton con 26 vuelos confirmados en el Lolita Express. El príncipe Andrés con foto incluida y arreglo millonario fuera de tribunales. Ehud Barak, ex primer ministro israelí, recibiendo financiamiento directo de Epstein. Bill Gates con múltiples registros de encuentros. Trump, con declaraciones públicas de admiración, apariciones en la agenda de vuelos y fiestas en Mar-a-Lago donde trabajaba Virginia Giuffre, víctima reconocida.
Y sin embargo, nadie fue preso. Nadie. Salvo Maxwell, que cumple condena en una cárcel de baja seguridad y hasta podría salir por buena conducta. Epstein, por su parte, apareció muerto en una celda sin cámaras funcionando y con guardias misteriosamente dormidos. El guion más barato de Hollywood tiene más sutileza.
Lo grave no es solo la existencia del delito, sino la protección institucional. Jueces, fiscales, medios y servicios de inteligencia, todos corrieron a encubrir. El fiscal Alex Acosta, quien en 2008 negoció una condena ridícula para Epstein, terminó siendo secretario de Trump. Y fue él quien reconoció que le pidieron dejar el caso porque “Epstein pertenecía a inteligencia”.
¿Y qué es esto, si no una red de poder paralela? Una estructura de control que no necesita de leyes, porque tiene algo más eficaz: la culpa, la vergüenza, la exposición. El viejo concepto ruso de “kompromat”: material comprometedor grabado, archivado y listo para ser usado si alguien se sale del libreto.
No se trata solo de perversiones individuales. Se trata de ingeniería política. Se recluta, se tienta, se graba y luego se premia. Quien se presta al juego asciende meteóricamente. El resto queda fuera del sistema. Es una mafia con forma de élite globalista. Y en ese club no hay inocentes. Hay cómplices o cadáveres.
Trump fue amigo de Epstein durante años. Dijo en 2002: “le gustan las mujeres bellas tanto como a mí, y muchas de ellas son jóvenes”. Después, en 2019, rompió relaciones. Y en 2025 simplemente decidió que el tema no le interesa. ¿Por qué? ¿Qué encontró que lo hizo cambiar de opinión? ¿Quién lo apretó?
Porque si hay algo que el sistema no tolera, es que alguien se salga del papel asignado. Y si Trump alguna vez quiso hacerlo, rápidamente le recordaron que ellos también tienen archivos. No hay necesidad de mostrar pruebas. Basta con que él sepa que las tienen.
El silencio de Trump, entonces, no es una omisión inocente. Es el síntoma de una sumisión. Y eso explica por qué cede ante Israel, por qué evita tocar ciertos temas, por qué no desclasifica lo que podría destruir a medio establishment. Porque tal vez, él también esté comprometido.
Y mientras tanto, la prensa calla. Los mismos medios que llenan horas con escándalos menores tachan de “teoría conspirativa” a cualquier mención seria del caso Epstein. ¿Por qué? Porque están integrados en esa red. Porque no informan: administran el discurso permitido.
Hablar del Mossad en este contexto no es conspiranoia. Es geopolítica. La hija de Robert Maxwell, espía israelí reconocido, fue quien introdujo a Epstein en las altas esferas. El funeral de Maxwell fue atendido por lo más alto del Estado israelí. ¿Por qué? ¿Qué hizo ese hombre “por Israel que no puede ser dicho públicamente”?
Epstein financió al MIT, se rodeó de científicos como Lawrence Krauss y Stephen Hawking. ¿Por qué un “financista” sin historial financiero y sin credenciales académicas era recibido como mecenas por la élite intelectual? Porque el poder real no necesita títulos. Necesita herramientas.
Hoy, Ghislaine Maxwell guarda silencio. Y lo hace por una razón: el sistema premia la obediencia. Si hablás, morís. Epstein no entendió esa parte.
Occidente está enfermo. No por el consumo de drogas o la promiscuidad ocasional, sino porque ha institucionalizado la corrupción moral como forma de dominación. No hay comparación posible con Rusia o China, donde —con todos sus defectos— al menos no hay redes de chantaje sexual dirigidas desde los servicios de inteligencia para controlar a las élites.
En Rusia, la Iglesia Ortodoxa y los valores tradicionales fueron rescatados para preservar la moral pública. En China, el Partido Comunista reprime con fuerza cualquier desviación que amenace la cohesión social. No hay espectáculos de drag queens para niños. No hay ideologías de género impuestas. No hay Netflix reeducando infantes.
El chantaje sexual no es un tema menor. Es la base del poder en Occidente. Y no se combate porque compromete a todos los que podrían hacerlo. Por eso el escándalo no estalla. Porque no es un escándalo: es un sistema.
Epstein fue un nodo. Un engranaje. Pero su caso revela algo mucho más grande: el control no se ejerce con leyes, sino con miedo. Y el miedo más eficaz es el que nace de los propios pecados.
Mientras no se incorpore esta dimensión al análisis geopolítico, todo lo demás será incompleto. Las guerras no empiezan solo por rutas comerciales o recursos naturales. Empiezan cuando un líder corrupto debe obedecer a quienes tienen su alma secuestrada.
Por eso la verdadera lucha es por el alma. Y quien no entiende eso, no entiende nada.
Fuente: https://www.youtube.com/live/ghS3i8Ht6Fo
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