El derecho al pataleo
Por Juan Manuel de Prada
–¡Es usted un gordo infumable!– me asalta en la calle un forofo de la derechita valiente, indignado por mi anterior artículo–. ¿A qué viene eso de pasarnos por los morros la legislación vigente? ¿Es que pretende usted quitarnos el derecho al pataleo?
–No, zoquetito de mis entretelas –le respondo. Tan sólo deseo que advirtáis que estáis siendo pastoreados por demagogos y aprovechateguis que sólo os dan a cambio el derecho al pataleo. Y que, para manteneros pataleando en su redil, os brindan gallofas birriosas, como ese desplante en los gobiernos autonómicos. Para detener la «avalancha inmigratoria» que tanto encocora a vuestros demagogos y aprovechateguis hay que promulgar leyes más restrictivas; y para ello hay que alcanzar el poder y formar mayorías que lo permitan, en la Carrera de San Jerónimo y en Estrasburgo. Pues las leyes nacionales e internacionales que amparan la llegada masiva de inmigrantes no las evacuan las malhadadas autonomías, que no tienen competencia reseñable alguna en materia inmigratoria, sino apechugar con lo que les echen. ¿O es que vosotros, tan patriotas y partidarios de la banderitis, queréis que los canarios se coman solitos el marrón?
Pero no basta con cambiar las leyes para solucionar el problema. Unas leyes más restrictivas sólo harían de gentes como vosotros, tan pataleantes, hienas de la peor calaña; y la economía nacional se iría de inmediato al traste. ¿O es que los forofos de la derechita valiente os vais a poner a procrear como descosidos, para que vuestros hijos trabajen de temporeros por cuatro perras, sustituyendo a los moros que tanto odiáis?
Además de cambiar las leyes, zoquetito de mis entretelas, hace falta crear una auténtica comunidad política, amalgamada por un espíritu común; y eso, como nos enseña Unamuno, sólo lo logra la religión, que a la vez que tiende puentes a cualquier forastero laborioso se yergue como muro insalvable frente al forastero hostil o criminal. Porque el auténtico ‘efecto llamada’ de la inmigración descontrolada son la inmoralidad occidental y su indiferentismo religioso, que convierte a los pueblos en detritus desfondado. Y no se trata, zoquetito de mis entretelas, de que todos los miembros de la comunidad política sean fervorosos creyentes (ya sé bien que tú te olvidaste de rezar, ocupadísimo en vomitar bilis en las redes sociales); se trata de que creyentes y no creyentes se reconozcan en un mismo ethos religioso que los capacite para los esfuerzos colectivos y devuelva la dignidad a los trabajos manuales que el modelo de organización económica que defendéis les arrebató. De tal manera que vuestros hijos puedan trabajar dignamente codo con codo, también en los oficios que hoy nadie quiere, al lado de esos menas a los que tanto odiáis (que dejarían de serlo).
Pero vosotros, rebaño en el redil de los demagogos y aprovechateguis, preferís el derecho al pataleo, porque sarna con gusto no pica. Adiós, zoquetito de mis entretelas.
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