El destino de la AfD en Alemania: sin margen para acercarse a Rusia o cuestionar a la OTAN

Por Hughes

La clave de todo es Alemania. El corazón de la Unión Europea y el corazón también de la Europa de posguerra. Por eso, cuando hace unos días vimos la noticia de que Le Pen había «roto» con AfD (Alternativa para Alemania) pudimos intuir que algo serio pasaba.

Este partido se integra en ID (Identidad y Democracia) unos de las agrupaciones parlamentarias de la derecha europea, donde está el partido de Le Pen. La otra es el ECR, Conservadores y Reformistas Europeos, del que forman parte Vox o Meloni. También hay un Partido Popular Europeo, el de Von der Leyen, el del PP, que gobierna en pacto con socialdemócratas, liberales y verdes, como recuerda orgulloso González Pons.

La ruptura de Le Pen con AfD vino precedida o justificada por un escándalo; Maximilian Krah, europarlamentario del AfD, hizo unas declaraciones al diario italiano La Repubblica en las que decía que no todos los miembros de la SS eran asesinos, que había que mirar caso por caso, y puso como ejemplo a Günter Grass, premio Nobel de literatura que llegó a vestir el uniforme.

Bien es sabido que las sospechas de nazismo y/o antisemitismo son las causas de cancelación en la derecha y Krah tuvo que retirarse por ello a un discreto segundo plano.

Esto podía servir de justificación, pero la ruptura llegaba en el momento justo. Le Pen aspira a alcanzar, por fin, el poder en Francia y su cercanía con la AfD podía ser problemática. También para buscar una reestructuración en la derecha europea. Se habla de una fusión de los grupos, de un pacto entre Le Pen y Meloni, a quien corteja también el PPE (se percibe en el tono con el que ahora se habla de ella en la peperosfera).

Se organiza, por tanto, una nueva derecha europea en la que la AfD quedaría descolgada. Su radicalidad con el tema migratorio, que recuerda a la de Zemmour y la existencia en el seno de su partido de una sensibilidad cercana al entendimiento con Rusia la convierten en mal socio, socio incómodo, junto a sus frecuentes escándalos, muchos provocados por el ambiente de persecución en Alemania.

La AfD es la segunda fuerza más votada en algunos estados, y crece entre los jóvenes, que han convertido en viral el cántico Ausländer Raus, extranjeros fuera. Pero ese clima de pujanza popular no es oficial, sirva como ejemplo la muy reciente aprobación de la Ley para acelerar la destitución de extremistas en la función pública. «Quienes rechacen la Republica Federal y su orden básico libre y democrático» podrán ser expulsados del Estado y quedar sin pensión  mediante una orden disciplinaria, sin el largo procedimiento judicial previo.

Así están las cosas en Alemania. Y la AfD, tan perseguida dentro, queda también aislada fuera ¡por las propias derechas!.  La creciente derecha a la derecha del PP se rehace, se reformula, se reconstruye y de esas alianzas queda fuera la AfD, cuya tibia mirada hacia Rusia no tiene lugar en Europa. Sobre esto hay mucha literatura, mucho ‘romanticismo’ en Internet, pero la realidad es que la derecha europea en su casi totalidad está alineada de forma muy cerrada contra Rusia. Es una derecha crítica con el statu quo de la UE, pero dentro del marco estratégico de la OTAN. No hay lugar para voces disidentes en este asunto. No hay otra derecha. No hay una alternativa geopolítica. La derecha europea es, en su casi totalidad, atlantista porque así son las instituciones en las que nace y crece: la UE, la OTAN, y los sistemas pseudodemocráticos nacionales en los que ha de integrarse. También el marco mental y cultural de generaciones.

Y esto se percibe en la soledad y creciente marginación del AfD, cuyo soberanismo es de especial interés, quizás el más relevante de todos porque afecta de lleno al futuro de Alemania y con ello al ser de Europa.

De espaldas a Rusia, Alemania queda lastrada energética e industrialmente. El debate ruso, que para algunos países tiene un punto ideológico, filosófico o cultural extravagante, en Alemania es de primera magnitud económica y política y se relaciona con la cuestión clave de la soberanía, a la que no tiene pleno acceso.

Estaríamos ante una especie de axioma: la derecha soberanista europea puede crecer  con la condición de que no lo haga el soberanismo alemán, por su evidente trascendencia.

Para Alemania, la neutralización de la AfD o su aceptación plena de la rusofobia continental podría interpretarse como la renovación, por otro largo tiempo, de su estatus de potencia no plenamente soberana. En cierto modo, y para algunos temperamentos nacionalistas, podría entenderse como el tercer hundimiento de Alemania. Algo de esto se puede rastrear en el destino de ese partido misterioso del que solo nos llegan escándalos y sospechas.

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