Por Ricardo Vicente López
«Hay una ley del océano que dice: “nada le prohíbe al kril comerse la ballena,… pero finalmente es la ballena la que se come al kril”».
Vieja sabiduría de pescadores
Voy a continuar entonces, en esta tercera nota, recurriendo a la ayuda del investigador del cual le adelanté alguna información personal. El nombrado es Robert Wright [[1]] (1957) – periodista y académico estadounidense; Profesor visitante en la Universidad de Princeton, galardonado por varios “bestsellers” sobre ciencia, psicología evolucionista e historia; imparte un seminario a estudiantes de la licenciatura en la Universidad de Princeton sobre las conexiones entre la ciencia moderna y el problema de la comunicación. Comentaré un interesante artículo que publicó la página https://responsiblestatecraft.org (12-6-2022) sobre la relación de la propaganda política con la ciudadanía que tituló como Propaganda – Un estudio sobre el caso estadounidense.
Con un estilo muy del periodismo de su país comienza comentando esta broma:
«Un ruso está sentado en un avión que se dirige a los EE. UU., y un estadounidense que está en el asiento de al lado le pregunta: “Entonces, ¿qué te trae a los EE. UU?” El ruso responde: “Estoy estudiando el enfoque estadounidense de la propaganda”. El estadounidense dice: “¿Qué propaganda?” El ruso le responde: “Eso es lo que quiero decir”».
Si Ud. amigo lector, no entiende totalmente la broma no se preocupe, esta viene envuelta en una aclaración que el autor agrega renglones más abajo:
«Unas semanas antes de escuchar esta broma, había oído una reflexión de un ruso que hacía referencia explícita a este problema; otro ruso comentaba en voz alta: “no niego que nuestros medios están controlados por el Estado de Rusia, están llenos de propaganda, pero al menos la mayoría de nosotros, los ciudadanos rusos, somos conscientes de eso, tomamos la narrativa predominante con una pizca de descreimiento. Los estadounidenses, por el contrario, parecen no darse cuenta de que sus propias narrativas predominantes están todas sesgadas».
El autor de esta nota afirma que él cree que hay algo de verdad en todo esto, y que la guerra de Ucrania es un buen ejemplo. Dice, simplemente, que cree que la cobertura de la guerra por parte de los principales medios de comunicación está “manipulada”. Lo que le atrae para su investigación es que esta cobertura ejemplifica la diferencia entre la propaganda estadounidense y la rusa. Por lo tanto ayuda a explicar la diferencia, afirmada simplemente por esa broma, entre las actitudes estadounidenses y las rusas hacia la propaganda:
«Creo que la razón principal de esta diferencia de actitud no es que los estadounidenses sean más crédulos que los rusos. Es que Estados Unidos es una democracia liberal con un ecosistema de medios, bastante complejo. Es más difícil, en este sistema pluralista que en Rusia, que una sola persona o institución poderosa imponga una única narrativa dominante. Entonces, si la propaganda va a suceder aquí, en EEUU, tendrá que suceder de manera menos directa que en Rusia, con menos control centralizado. Y eso hace que sea más difícil de detectar. En otras palabras: un sistema pluralista, aunque en cierto modo dificulta que prevalezca la propaganda, también ofrece un buen camuflaje a la propaganda que prevalece».
Es muy interesante el ejemplo que ofrece que tuvo para mí mucha importancia, puesto que me demostró que también existe, en un país con un público tan manipulado como el de EEUU, algo de espíritu crítico:
«Lo segundo, que quizás no se dé cuenta cualquier periodista o investigador, es cuán ideológico es el Instituto para el Estudio de la Guerra que suena muy académico [[2]]. Tiene raíces neoconservadoras y está dirigido y atendido por halcones bastante extremistas. A lo largo de los años, ha obtenido financiación de varios rincones de la industria armamentística: General Dynamics, Raytheon, contratistas de defensa menos conocidos y grandes empresas, como General Motors, que no son conocidas como contratistas de defensa pero, sin embargo, obtienen contratos del Pentágono».
El autor de la nota, Robert Wright, comenta que los 54.000 millones de dólares es mucho dinero, y esa es la cantidad de ayuda, la mayor parte militar, que Estados Unidos ha comprometido con Ucrania en los últimos tres meses. Y, agrega que los 40.000 millones de dólares aprobados por el Congreso en mayo obtuvieron un apoyo abrumador (368-57 en la Cámara, 86-11 en el Senado), es sorprendente que esa cifra de ayuda, bastante abultada, salga del Estado en un momento en que se teme ampliamente la inflación y se dice que el gasto deficitario es uno de los sus causas. Informa que el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) es una de las razones, aunque sea una pequeña razón entre las más grandes. Este instituto, en un estudio de caso realizado sobre el tema: Cómo la influencia de una narrativa en tiempos de guerra puede ejercerse de maneras apenas perceptibles:
«La presidenta y fundadora del Instituto para el Estudio de la Guerra es Kimberly Ellen Kagan, historiadora militar, casada con Frederick Kagan, quien también es historiador militar y también trabaja para ese instituto (ISW). Frederick es un neoconservador muy conocido, aunque no tanto como su hermano Robert. En la década de 1990, Robert Kagan, junto con Bill Kristol (que forma parte de la junta directiva de ese instituto – ISW), fundó el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, que, para importantes observadores, desempeñó un papel muy importante para convencer a George W. Bush de invadir Irak».
Esta información que aporta Robert Wright, respecto de que los esposos Kagan han cultivado lazos estrechos con el Departamento de Defensa, lo que a veces genera dudas sobre si estos lazos eran o no demasiado estrechos. Comenta un artículo del Washington Post de 2012, en el que se podía leer:
«El general David Petraeus [[3]] había convertido a la pareja en “asesores senior de facto”. El ISW, como algunos otros think tanks altamente ideológicos, ejerce su influencia a lo largo de dos caminos principales: (1) opinando explícitamente sobre políticas; (2) realizando informes y análisis que son ostensiblemente objetivos pero que pueden favorecer implícitamente ciertas políticas. Por ejemplo: Aquí, hay un párrafo de un artículo del Wall Street Journal de la semana pasada: “Las fuerzas ucranianas en el sur, cerca de Kherson, llevaron a cabo una exitosa contraofensiva durante el fin de semana, según el Instituto para el Estudio de la Guerra. Aunque era poco probable que recuperaran más territorio, podrían obligar a Rusia a desplegar más recursos en la región”».
Agrega Robert Wright este comentario realmente sugestivo: “¡Espera un segundo! ¿Está calificando a una contraofensiva que no toma territorio como “exitosa”? ¿Solo porque “podría” obligar a Rusia a re-desplegar fuerzas?” No se requiere mucho esfuerzo consciente para el equipo de cinco analistas de ISW (incluido Frederick Kagan) que preparan estos informes que ofrecen un giro pro-Ucrania. Hasta cierto punto, el giro es estructural:
«El ISW parece tener una política de tomar en serio los informes del gobierno ucraniano sobre el campo de batalla, pero no tomar en serio los informes del gobierno ruso. Pero ese es uno de mis puntos principales – afirma Wright. Este diagrama no está tan simplificado como lo estaría la versión rusa. “Hay tantas partes móviles en la maquinaria estadounidense de formación de opinión que es difícil averiguar qué está pasando. Más sorprendente, y más deprimente, es que muchos periodistas estadounidenses, presumiblemente sofisticados, parecen igualmente desinformados. Al menos, esa es la única explicación que tengo de por qué los medios de comunicación de élite de Estados Unidos transmiten de manera rutinaria y acrítica los informes del ISW».
Es por eso que si ve un artículo de opinión sobre Ucrania, Afganistán, Irán o lo que sea, escrito por alguien de un grupo de expertos, es muy probable que el grupo de expertos haya recibido dinero de contratistas de defensa. No digo que las cabezas parlantes que ves sean cómplices. Esta aclaración de Wright es muy esclarecedora:
«Los think tanks no pagan a las personas para que digan cosas en las que no creen. Los think tanks contratan a personas que ya creen cosas que los patrocinadores de los think tanks quieren que todos, incluido usted, crean».
Esta es una maniobra para hacer circular la financiación de los think tanks por la cual los periodistas que intentan hacer un periodismo aséptico transcriben lo que reciben sin más averiguaciones.
Amigo lector, creo que ahora ud. puede estar de acuerdo conmigo que “no todos los que parecen son, ni todos los que son parecen”. Esto me ha enseñado a respetar una enseñanza para todo investigador:
«Personas, situaciones y determinados hechos pueden acabar siendo algo muy distinto a lo que habíamos interpretado. Algo así nos demuestra que no todos nuestros juicios son acertados ni nuestras suposiciones ajustadas».
[1] Amigo lector debo comenzar con algunas explicaciones sobre el contenido de las notas anteriores y esta misma. No dudo que contienen una sobrecarga de datos y análisis un tanto sofisticados para la mente de muchos ciudadanos de a pie, no habituados a este tipo de lecturas. Debo confesarle que también a mí me cuesta muchos esfuerzos seguir los pasos para comprender la jerga de este tipo de especialistas. Es ese el tema que nos propone el autor de la nota que quiero compartir con Ud., se propone hurgar en los entresijos de la formación de los informes de guerra, y detectar a qué intereses está sirviendo. No me sedujo su pensamiento progresista. El autor es todo lo contrario. Veamos: nació en Oklahoma en una familia perteneciente a la Convención Bautista del Sur y criado en San Francisco, él se describe a sí mismo como un “Army brat” (se dice de todo hijo de un oficial del ejército o una persona alistada, especialmente uno que ha crecido en bases militares o en comunidades militares. Es un elemento de la subcultura estadounidense), asistió a la Texas Christian University durante un año antes de realizar su transferencia a la universidad de Princeton para estudiar sociobiología, especialidad en la cual fue un precursor de la psicología evolucionista. Quiero decir que esos antecedentes ponen sobre-aviso a cualquier persona con vocación democrática, por lo cual le pido que lea con atención, pero sin prejuicios, como “sabiendo de quien viene”.
[2] Ya fue citado en notas anteriores.
[3] Es un oficial militar retirado y ex-funcionario público estadounidense; Jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA); antes de asumir la jefatura de la CIA, era un General (Cuatro estrellas), condecorado con 37 años de servicio en el Ejército de Estados Unidos.
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