El “Estado Ético”: engendro leviatánico. A propósito de una crítica de Evola – Por Pablo Javier Davoli

Por Pablo Javier Davoli

Semanas atrás, Eduard Alcántara, destacado docente y escritor español-catalán, tuvo la generosidad de compartirme por correo electrónico un viejo artículo de Giulio Cesare Andrea Evola (1898-1974), más conocido como Julius Evola, el recordado pensador y artista tradicionalista italiano. Se trataba de un escrito titulado Gentile no es nuestro filósofo, el cual -según allí mismo se aclara- fuera publicado en la edición de Ordine Nuovo correspondiente al período Julio-Agosto de 1955 (a.I, n°4-5).

En tan notables líneas (difícilmente un texto de Evola, se coincida o no con su contenido, no resulte notable), el gran romano dejó plasmada una aguda (aunque respetuosa y considerada) crítica dirigida contra las ideas de Giovanni Gentile (1875-1944) y los grupos fascistas que -por aquellos días- le habían conmemorado públicamente.

En dicho artículo, Evola aprovecha para efectuar las siguientes disquisiciones:

Los Estados fuertes, dinámicos y tradicionales conocían los valores espirituales, heroicos y ascéticos, no los valores “éticos” y, menos aún, las preocupaciones moralizantes. No un canon de moralidad, sino el prestigio natural de los verdaderos líderes, de las naturalezas superiores (que a menudo, desde un punto de vista moralista y virtuoso, dejaba mucho que desear), formaban el centro. Fue la civilización burguesa la que deificó la moral. Finalmente, esta deidad espuria tuvo que ser colocada en la cima del Estado, para que éste tenga un carácter más elevado que el propio de la concepción agonística, puramente laica o legalista de los asuntos públicos.

Lo que resulta es un falso autoritarismo (lo que Croce llamó “moral gubernamental”) y la forma más odiosa de “totalitarismo”. El totalitarismo disfrazado de “Estado ético” puede compararse al pedagogo con un látigo en la mano que se entromete en todas partes, persuadido de que no sólo tiene el “derecho” sino también el deber de “educar” y “perfeccionar” a los individuos tratándolos como niños, sin ningún respeto por la libertad y la personalidad de los demás. Es el ideal de un director de instituto con ambiciones paternalistas-dictatoriales (la “ecuación personal” de Gentile es traicionada aquí de nuevo) o un sargento instructor. Es el Estado que bien puede llamarse “pelmazo”, porque no conoce límites para una petulante intromisión de lo público en lo privado, para un insoportable control virtuoso y reformista, donde también desempeña un papel esencial la manía de que el pueblo puede llegar a ser diferente de lo que siempre ha sido y que, fundamentalmente, siempre será. En este nivel, los aspectos antipáticos que (hay que reconocerlo) eran inherentes al propio fascismo y que la teoría gentiliana sancionaba en el discurso, se encuentran con los que, “mutatis mutandi”, reaparecen en el actual régimen de dictadura moralizante democristiana.

En cuanto a la oposición entre este Estado ético y el ideal orgánico y aristocrático del Estado, basta decir que, en este último, no se trata de relaciones educativas, sino de relaciones naturales entre superiores e inferiores; no se trata de obedecer valores “morales” abstractos, sino a un Líder que se erige en centro de relaciones de lealtad y fidelidad que deja amplios márgenes de autonomía, que quiere que todos los grupos desarrollen su propia forma natural de ser, en formas distintas, cuidando que todo armonice en una especie de sinergia, procediendo a intervenir -a advertir con decisión- sólo en casos de emergencia o de prevaricación flagrante: incluso en tales casos, haciendo que una autoridad natural parezca la contrapartida de un poder absoluto.al verdadero Jefe de un Estado tradicional le gusta tener hombres libres, incluso, en aquellos que le sirven. Esto significa el verdadero respeto humano, en oposición a esta degradación del Estado en una escuela-cuartel, que es característica de la teoría del “Estado ético” totalitario, en el que, además, con una singular inversión, el que había comenzado con la pretensión de obedecer sólo a su propia ley interna (la “societas sive status in interiore hominis”, es decir, el estado “interior”, que no existe a menos que yo lo “ponga” por mí mismo) acaba por no tener más que el papel de un escolar o, como mucho, de los “primeros de la clase”, a la espera de la etapa de la escuela-cuartel, con su “moralización forzada”, para llegar a aquella aún más gloriosa etapa del cuartel-fábrica, verdadera conclusión –aparte de los residuos patrióticos y burgueses, y aparte de meras frases- del último pensamiento gentilicio, del “humanismo del trabajo” y de la “eticidad del nuevo estado del trabajo”.

Podemos concluir. No hay nada en la brumosa filosofía de Gentile que remita a un plano superior, no digamos de espiritualidad, ni siquiera de especulación austera. Por lo tanto, repetimos que se puede respetar a Gentile por su comportamiento después del 25 de Julio, y se pueden encontrar en sus escritos indicios patrióticos e incitaciones “cívicas” genéricas; pero esto último, sea como fuere, no se puede deducir de su sistema…

Hasta ahí el extracto del artículo evoliano, que hemos escogido a efectos de ensayar algunas reflexiones breves sobre las consideraciones contenidas en el mismo. Desde luego, tales reflexiones, si bien hechas a propósito de la enjundiosa cita de Evola, son de nuestra propia cosecha. Vale decir que, si bien están motivadas por aquélla y bajo su luz se vertebran, su estructuración responde también a los aportes de otros autores y traducen opiniones que nos pertenecen. En suma: en base a las consideraciones evolianas antes citadas, practicaremos un conjunto de reflexiones, en las que se combinan y conjugan observaciones de diversas procedencias, inclusive, la estrictamente propia. Tales asociaciones, articulaciones y conjunciones -por supuesto- corren por nuestra propia y exclusiva cuenta. Nos hacemos cargo de las mismas (¡por supuesto!) y lo des-responsabilizamos al maestro romano por ellas. Manos a la obra

I.- En el fragmento seleccionado, su autor ensaya un contraste entre los valores tradicionales y los valores burgueses (valores, estos últimos, que, por nuestra parte, sugerimos denominar también modernos).

A guisa de sumaria caracterización, es dable decir de los primeros (valores tradicionales) que son trascendentes, principistas, encarnados y vivos; y, de los segundos (valores burgueses), que son inmanentes, reglamentaristas, abstractos e inanimados. Vale decir que existe una verdadera, profunda e insalvable oposición entre ambos tipos de valores.

II.- Sobre la base de tal contraposición, Evola plantea esta otra oposición: la del Estado tradicional con el Estado ético (así se refiere al Estado moderno).

Al primero (Estado tradicional), lo describe como comunidad orgánica, integrada por hombres libres y grupos diferenciados, donde proliferan los líderes naturales que inspiran y guían al resto de los miembros de aquel conjunto. En esto consiste, precisamente, el carácter orgánico de una verdadera comunidad organizada. Su estructura vertical (jerárquica) está integrada por hombres libres y diferenciados, que obedecen a sus respectivos mandos por convicción, identificación y admiración. Obediencia, ésta, contraria a la obediencia de cadáver, desafortunada noción jesuítica que el progresismo -muy a su pesar- ha hecho propia, llevándola al paroxismo: sus agentes son capaces de dictar leyes prescribiendo amores y odios, simpatías y antipatías…

En cuanto al segundo tipo de Estado (Estado ético), Evola nos indica que conlleva una moral gubernamental, según la expresión de Benedetto Croce (1866-1952). Código axiológico, éste, al que también podemos llamar oficial. En sus inicios, el Estado ético se pretendió y presentó como neutro o amoral (mecanicismo político), cimentando en ello -paradójicamente- su autoproclamada superioridad moral (liberalismo político). Pero terminó siendo ético, en el sentido que Evola atribuye a dicho término, resultando -al mismo tiempo- profundamente inmoral, según lo expuesto por Miguel Ayuso, destacado politólogo y jurista católico español, hace escasos años, en una conferencia dictada en el Instituto de Filosofía Práctica (INFIP) de Buenos Aires, en una conferencia titulada -precisamente- El Estado como sujeto inmoral. (1)

III.- En este Estado, típicamente moderno, no sobrevive ningún elemento sacro ni connotación sagrada. El mismo carece de sustento espiritual y, por lo tanto, no posee proyección trascendente alguna.

Se trata de un artificio puramente inmanente y laico. Constituye una suerte de aparato dotado de automaticidad creciente. El mismo ha sido diseñado, construido e instalado por un hombre que se auto-concibe y auto-percibe máquina (ya no creatura dilecta e hijo de DIOS).

Hecho a imagen y semejanza de su creador, este aparato estatal (así como otras invenciones del hombre moderno) refleja y replica las características y tendencias típicas de aquél. Pero, siendo producto de una inversión existencial de su corrompido artífice, también tiende a agudizar en este último las referidas características y tendencias, contribuyendo a su reducción y envilecimiento para, finalmente, someterlo (de manera más o menos explícita, y con las excusas y los pretextos más disímiles). ¡Un Golem! ¡También un Frankenstein!

Se llega así al presente estadio del hombre-máquina de la sociedad-máquina en construcción, al decir de Julio Meinvielle (1905-1973) en su libro La Iglesia y el Mundo moderno (casi concomitantemente, el lúcido sacerdote argentino prologaba una edición en castellano del libro Psicopolítica. Técnica del lavado del cerebro de Kenneth Goff, 1915-1972). Dicha sociedad-máquina constituye una temible maquinaria antihumana, de la cual el tipo de Estado aquí expuesto constituye el motor principal o bien, como mínimo, un engranaje fundamental.

Desde luego, el fenómeno de la sociedad-máquina no pasó desapercibido ante la aguda mirada de Evola. Hacia el final de su célebre Rebelión contra el mundo moderno (2), aquél plasmó una magistral descripción de las dos principales sociedades-máquina de aquel momento: la estadounidense (todavía existente) y la soviética (ya extinguida). (3) Hoy, el lugar de esta última se encuentra ocupado por la República Popular China, versión súper-mejorada de la U.R.S.S. en tanto sociedad-máquina estatista).

En el citado libro, Evola ha puesto de relieve las profundas coincidencias, semejanzas y concomitancias existentes entre ambas sociedades-máquina, más allá de sus diferencias. Al respecto, entre muchas otras observaciones y consideraciones, ha indicado:

¿no nos encontramos quizás en el mismo camino del hombre terrenalizado omnipotente que -en EE.UU. como en U.R.S.S.- toma la forma de la ideología tecnocrática? (pág. 429).

La estandarización intelectual, el conformismo, la normalización obligatoria y organizada en grande son fenómenos típicamente norteamericanos, pero sin embargo colindantes con el ideal soviético de un “pensamiento de Estado” con valor colectivo (pág. 430).

Se ha ya mencionado que una de las razones del interés alimentado por la ideología bolchevique en EE.UU. derivaba del hecho de que ella había visto de qué tan buen modo contribuye el tecnicismo de esta última civilización al ideal de despersonalización. El estándar moral corresponde al espíritu práctico del norteamericano, […] En lugar del tipo del antiguo artesano, […] se tiene una horda de parias que asiste estúpidamente a mecanismos de los cuales uno solo, el que los repara, conoce los secretos, con gestos automáticos y uniformes casi como los movimientos de sus utensilios. Aquí Stalin y Ford se dan la mano y, naturalmente, se establece un círculo: la estandarización inherente a todo producto mecánico y cuantitativo determina e impone la estandarización de quien los consume, la uniformidad de los gustos, una progresiva reducción a pocos tipos, que va al encuentro de aquella que se manifiesta directamente en las mentalidades (pág. 431).

– …sería fácil ir más allá en la constatación de análogos puntos de correspondencia, los cuales permiten ver en Rusia y Norteamérica dos rostros de una misma cosa, dos movimientos, que, en correspondencia con los dos más grandes centros de poder del mundo, convergen en sus destrucciones. […] Pero detrás de la una como de la otra “civilización”, detrás de una y otra grandeza, quien ve, reconoce igualmente los pródromos del advenimiento de la “Bestia sin nombre” (pág. 433).

IV.- Tal como ya hemos advertido, este Estado ético denunciado por Evola (el cual ha sido des-calificado por Ayuso como Estado inmoral y también como máquina ideológica) carece de sustento espiritual, contenido sacro y proyección trascendente.

Ahora bien, no pudiendo obtener legitimación en el mero hecho de la detentación del poder (maquiavelismo), busca -en vano- legitimarse en una ética amañada o moral inmanente. Así, se construye -a su propia medida- una moral estatal artificial, llegando en algunos casos a la enormidad de pretender también la instalación de una religión civil dotada de un culto oficial.

Desde luego, en semejante contexto socio-político, la comunidad se desertifica y los hombres se malogran.

V.- En el orden de la educación, el Estado ético también produce, establece y protagoniza una grosera impostura: una pseudo-educación que, para colmo de males, su cúpula asume como cometido principal.

Se trata de la desnaturalización de la educación y su conversión en adoctrinamiento y, por lo tanto, en arma de acción psicológica y herramienta de ingeniería social. Auténtica aberración, ésta, tanto política como pedagógica, la cual -entre sus pregones más importantes- registra al cínico plutócrata británico Bertrand A. W. Russell (1872-1970), conforme hemos dado cuenta en el capítulo Lord Bertrand Russell: acción psicológica masiva para la dictadura mundial del libro La Guerra Invisible. Acción psicológica y revolución cultural (Carena, L. y Davoli, P., 2016).

Una aberración que, hoy, ciertas izquierdas promueven y ejecutan denodadamente, abundantemente financiados con dinero procedente de los usureros globales más despreciables y bajo el eufemístico libreto de la concientización o concienciación, el cambio de paradigma y el cambio cultural (cambiarle la cabeza a la gente, según dicen -con insolente presunción- los progres más vulgares, para desalojar y suprimir los valores tradicionales que, a pesar de todo, muchos pueblos siguen albergando y abrigando en su seno).

El fenómeno cuenta con extraordinario apoyo mediático (lo cual deja de sorprender no bien se advierte el elevado grado de oligopolización de los mass media y se descubre quiénes son sus principales accionistas). (4) Además, aquél viene acompañado de un intenso bombardeo (¡auténtico bombardeo de saturación!) de cursos -muchos de ellos, de carácter compulsivo- indisimulablemente dirigidos a bajar líneas. Afiebrada moda, ésta, que, en gran parte de Occidente, ha inficionado las políticas públicas y copado el sector público; pero que, además, amenaza con anegar al sector privado. La misma habilita extensas quintas en las que medra a lo grande un ejército de obcecados ideólogos, fanatizados activistas y hábiles oportunistas, abarcando un abanico de temas frondosísimo, en el cual se entremezclan los asuntos más diversos (triviales, desopilantes, escabrosos, amañados, etc.). Así, verbigracia, en la administración pública de muchos países, así como en muchas empresas (por lo general, multinacionales), se somete a los empleados a capacitaciones orientadas a reconfigurar sus relaciones recíprocas, según pautas establecidas desde arriba, de manera unilateral e inconsulta, e incluyendo aspectos personales que no forman parte de las labores que desempeñan. Otro ejemplo (de los innumerables que se podrían mentar): según hemos podido leer en Información (nota del 14/02/23), la nueva ley de bienestar animal recientemente aprobada en España, obliga a la realización de un curso, para tener perros…

Varios son los elementos que podemos advertir en la tendencia abordada en el presente apartado. Entre ellos, se destacan los siguientes:

El utopismo denunciado por el doctor Stan S. Popescu, destacado psicólogo, sociólogo y politólogo, en su Autopsia de la democracia. Un estudio de la anti-religión. Según el erudito rumano-argentino, detrás de las buenas intenciones con las que se arropan las utopías, acechan un resentimiento profundo y el odio contra la realidad, esto es, en el fondo, contra el ser de las cosas, cuando no directamente contra el Ser Absoluto, es decir, DIOS.

Las notas típicas de las oligarquías, a saber: la arrogancia ante todos; su traición a la sociedad política o comunidad organizada; el desprecio hacia el pueblo llano; y su resentimiento frente a los verdaderos aristócratas. Resentimiento, éste, dirigido contra los líderes comunitarios naturales, basados, al decir de Popescu, en la Kalokagathia (nobleza ética y estética) y la Megalopsychia (grandeza de alma) o bien, según ha referido Evola, en valores espirituales, heroicos y ascéticos.

VI.- No en vano, la atmósfera plomiza, tóxica y asfixiante del Estado ético criticado por el italiano, impide el brote de los liderazgos naturales. En consonancia con ello, cabe aquí traer a colación a otra importante figura, Alexis Carrel (1873-1944), quien obtuvo el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1912. Se atribuye al destacado científico francés haber sentenciado lo siguiente:

Los períodos de decadencia se caracterizan por la mediocridad de los líderes. La multitud sufre por no admirar a nadie, porque el culto a los héroes es una necesidad de la naturaleza humana, y también una condición indispensable del progreso mental.

En abono de esto último, y para dimensionar la peligrosa esterilidad del presente contexto, resulta pertinente citar al psicólogo español Javier Esteban Guinea, profesor de Hermenéutica de los sueños de la Universidad de Salamanca:

cada hombre tiene un héroe adentro. […] La vida es un hecho heroico de por sí. Somos antropológicamente heroicos. (5)

Vale decir que, sin héroes que despierten, aviven y orienten el sentido heroico que nos habita y constituye, nuestra vida se miniaturiza, envilece, encanalla y malogra. No en vano, en la sociedad-máquina, productora serial de remedos y simulacros, escasean los héroes reales, pero sobreabundan los -así llamados- súper héroes ficticios y caricaturescos.

Cabe aquí acotar que, en relación al presente tópico en particular, el propio Evola (en Rebelión contra el mundo moderno) ha comentado sobre las dos sociedades-máquina ut supra referidas:

– EE.UU.:

Consecuentemente las virtudes requeridas para cualquier fin sobrenatural terminan apareciendo inútiles y nocivas. A los ojos de un yanqui puro el asceta no es sino un perdedor de tiempo, un parásito de la sociedad; el héroe en el sentido antiguo, no es sino una especie de loco peligroso al que hay que eliminar con oportunas profilaxis pacifistas y humanitarias, mientras que el moralista puritano fanático es rodeado de fúlgida aureola (pág. 429).

– U.R.S.S.:

Ella [la revolución bolchevique] tuvo en escasa medida los caracteres románticos, tempestuosos, caóticos e irracionales propios de las otras revoluciones, sobre todo la francesa. Le ha correspondido en vez una inteligencia, un plan bien meditado (6) y una técnica. El mismo Lenin, desde el principio hasta el fin, estudió el problema de la revolución proletaria así como el matemático puede enfrentar un problema de cálculo superior, analizándolo fríamente y con calma en los mínimos detalles. Sus palabras son: “Los mártires y los héroes no son necesarios a la causa de la revolución; es una lógica lo que se necesita y una mano de hierro. Nuestro deber no es el de rebajar la revolución al nivel del diletante, sino el de elevar al diletante al plano de un revolucionario”. Ello tuvo como complemento la actividad de Trotsky que hizo del problema de la insurrección y del golpe de Estado una cuestión, no tanto de masas y de pueblo, cuanto justamente de técnica, que reclamaba el uso de escuadrones especializados y bien dirigidos.

En los jefes se entrevé luego una despiadada coherencia con las ideas. Ellos son indiferentes con respecto a las consecuencias prácticas, a las calamidades sin nombre que procederán de la aplicación de abstractos principios. El hombre, para ellos, no existe. Con el bolchevismo, casi como fuerzas elementales se han encarnado en un grupo de hombres que a la feroz concentración de lo fanático, agregan la lógica exacta, el método, la mirada dirigida sólo al medio apto para el fin, propio del técnico(pág. 421). (7)

A la luz de las señalaciones recién citadas, queda claro que, en tales concepciones marxistas, desarrolladas y explicitadas por Vladímir Ilich Uliánov (1870-1924) alias Lenin y por Lev Davídovich Bronstein (1879-1940) alias Trotsky, se encontraba la raíz de la que brotarían nociones tan perversas como la del revolucionario como profesional y, al mismo tiempo, como efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar, motorizada por el odio intransigente al enemigo. Ideas, éstas, que, sin ningún escrúpulo ni pudor, enarbolaría más tarde Ernesto Guevara (1928-1967), en su conocido Mensaje a la Tricontinental (la sed de sangre confesada por el Che en una carta dirigida a su esposa en 1957, en tanto disposición anímica, lejos de ser privativa del desgreñado personaje argentino, impregna gran parte del mundo categorial marxista).

VII.- Por otra parte, viene bien destacar que, sin mencionarlo, Evola alude a la heterogénesis de los fines o -en nuestro modesto lenguaje- contraproducencia. Fenómeno, éste, característico de la modernidad (siendo la -así llamada- posmodernidad, in totum, su manifestación más completa y elocuente).

Este fenómeno fue denunciado tempranamente por otro gran italiano, Giambattista Vico (1668-1744). En efecto, la pretensión/promesa (individualista y proto-anarquista) de que, obedeciendo a los designios de la sociedad civil, cada uno de nosotros no hace más que obedecerse a sí mismo (pretensión/promesa de cuño rusoniano) terminó en el hombre-máquina en la sociedad-máquina, la cual constituye sociedad disciplinaria (o de vigilancia) y sociedad de control (modalidades, éstas, que, contra lo que suele postularse, coexisten de modo predominantemente simultáneo o alternativo, adoptando formas complejas muy diversas; no compartimos la diagnosis de quienes sostienen que la sociedad de control haya sustituido completa y definitivamente a la sociedad disciplinaria; así, verbigracia, el reciente escenario pandémico global puso de manifiesto, con envergadura inédita, la vigencia y el vigor de los dispositivos y mecanismos de esta última).

VIII.- Por último, hemos de subrayar que la cita evoliana aquí comentada fue escrita en Italia y procede del año 1947. Por eso refiere al fascismo (que había sido recientemente derrocado) y a la democracia cristiana (que había sido recientemente instalada).

Sin embargo, las observaciones del autor, en el grueso de las sociedades occidentales, tienen hoy más vigencia que nunca. En aquéllas se ha instalado el -así llamado- progresismo. Corriente, ésta, que, como bien enseña Ayuso, es expresión paroxística del subjetivismo individualista moderno, vale decir que constituye la instancia culminante del subjetivismo de la libertad (a este último respecto, nos remitimos a la lúcida exposición realizada por Arturo E. Sampay -1911-1977- en su célebre La crisis del Estado de Derecho liberal-burgués de 1942).

Se trata de una suerte de liberalismo radical y posmoderno, el cual muchas veces es presentado erróneamente como neo-marxismo. Confusión, ésta, que se produce, entre otras causas, porque las categorías dialécticas hegelianas (tan repudiadas, entre muchos otros, por Evola, pero, ciertamente, tan caras al pensamiento marxista) sí tienen un lugar y mucho qué decir en el referido contexto.

En efecto, el progresismo posmoderno pretende instalarse (y en gran medida lo ha hecho) como moral oficial, con dogmas incuestionables, censores implacables, policías del pensamiento, inquisidores despiadados, penitencias humillantes, colafizaciones públicas y hasta muertos civiles… Se trata de un puritanismo desopilante, de una moralina frígida y emasculanizante, de un reglamentarismo obsesivo y sofocante.

De dicha fuente espuria brotan como hongos venenosos innumerables e insufribles códigos y protocolos de diverso orden (jurídico, deontológicos, de decoro) que tienden compulsiva y obsesivamente a regular milimétrica y rígidamente hasta cómo decirle buen día al vecino, aspirando a la uniformización, la mecanización y la automatización de las conductas.

Más aún: con tan enmarañada normativa, se pretende imponer, incluso: qué y cómo pensar y hablar; qué tipo de bromas hacer; por qué y cómo enojarse qué puteadas proferir; cuándo y/o cómo rascarse (no exageramos: en algunas ciudades se ha llegado al extremo de sancionar con onerosas multas de tránsito a los conductores que hayan sido captados por cámaras sin las dos manos al volante, colocadas en la forma adecuada, aunque se esté parado en un semáforo en rojo); cómo orinar (en Suecia, hay ordenanzas municipales que instruyen a los varones que lo hagan sentados) o cómo copular (¿se acuerdan de Beatriz Gimeno, la directora del Instituto de la Mujer español, promoviendo la penetración anal de los varones para alcanzar la igualdad?; por no hablar de los niños pequeños que, en algunas escuelas públicas, son sometidos a deliberadas y descaradas exposiciones e inducciones de comportamientos eróticos, heterosexuales y homosexuales, al mismo tiempo que se les inoculan insidiosas dudas sobre sus respectivas identidades sexuales).

Codificación y protocolización anquilosante, que tiende a encorsetar las manifestaciones más genuinas de la condición humana, sofocando toda originalidad, asfixiando toda espontaneidad, abortando iniciativas, amputando márgenes de maniobra y entumeciendo la dinámica de la vida misma. Códigos y protocolos impregnados de prejuicios ideológicos y traumas irresueltos; por momentos, kafkianos; que complican, aquí y allá, y de mil maneras diferentes, el desenvolvimiento natural y normal de nuestro paso por este mundo. Preceptiva sombría, triste y aguafiestas (señas características de todo puritano), cuyo enrevesamiento no deja lugar para casi ninguna alegría. Normativa patogénica que produce una urticante hipersensibilidad, contagia las susceptibilidades más limitantes y promueve la alcahuetería más vergonzante.

Constructo prescriptivo inflado con elefantiásicas exageraciones, no se advierte en él ningún sentido de las proporciones y los equilibrios (como aquellas normas viales que no contemplan adecuadamente la diferencia existente entre la ingesta de un par de copas de vino por parte de un adulto sano dotado de cultura alcohólica, y la primera curda de un adolescente o los excesos etílicos de un ebrio consuetudinario). Sus alambicadas prescripciones se apoyan y establecen estandarizaciones brutas y brutales, evadiendo así los distingos que resulta necesario efectuar para entender bien de qué se está hablando y encontrar las soluciones justas y sensatas que los concretos problemas de la vida demandan.

Tan arbitrarias regulaciones parecen hechas a la medida y constituyen el solaz de: fanáticos del no y maniáticos de las prohibiciones; rasgadores de vestiduras afectados de histeria; productores de escándalos profesionales; vigilantes frustrados y buchones vocacionales; estigmatizadores ensañados; vengadores tenaces… Insípidos, todos ellos, como un abstemio por mera moda en un brindis de una celebración familiar, nupcial o amical. Amargos y corrosivos, cual exceso bilioso, característico de embroncados, malintencionados y mezquinos… Repugnantes, como detrito ponzoñoso…

En su citada conferencia, Ayuso describió el panorama resultante de tan odiosa y perniciosa regimentación, en los siguientes términos:

El Estado permitirá el aborto [en algunos casos extremos, llegará a la enormidad de imponer su práctica; análogas consideraciones caben respecto de la eutanasia] Permitirá el llamado “matrimonio entre personas del mismo sexo”… Permitirá todo eso. No se planteará problema ninguno con eso… Pero, en cambio, no nos dejará fumar, dirá que no podemos comer hamburguesas […] de un cierto tipo [ahora, además, se pretende instalar la ingesta de insectos], que hay que llevar el cinturón de seguridad en el vehículo [paralelamente, cunde la manía de fijar límites de velocidad innecesaria e inconvenientemente bajos, que complican el tránsito vehicular] y un conjunto de infinitas prescripciones […] de orden moral, de naturaleza moral, y que, en su conjunto, son inmorales, en todo ese conjunto, que es la situación presente, en la que el Estado es una inmensa máquina, un inmenso sujeto inmoral con infinitas prescripciones de pretensión moralizadora

Se trata de una descripción bastante ilustrativa, aunque, ciertamente, la misma -como se suele decir- se quedó corta… ¡Muy corta! Porque, en el contexto actual, las tendencias referidas por el maestro español, se han agudizado considerablemente. Hoy, la vida y su cotidianeidad se encuentran amenazadas de jaqueo, cortocircuito y anquilosamiento por ese enjambre de prescripciones enervantes (adjetivo, éste, que utilizamos aquí refiriendo simultáneamente a las dos acepciones del verbo enervar: poner nervioso y debilitar, llegando a extenuar).

Enervamiento, éste, que se ve agravado por diversos fenómenos sociales que el Estado ético -directa e indirectamente; expresa o tácitamente- permite, propicia e, incluso, promueve, más allá de las aludidas prescripciones. Resulta pertinente aquí llamar la atención sobre el oxímoron que constituyen ciertas medidas de control y vigilancia, lamentablemente muy comunes, que complican al ciudadano común sin proveerle siquiera un ápice de seguridad. Por ejemplo, rimbombantes controles policiales, tan molestos como inoficiosos, en los espacios públicos de ciudades atravesadas por la inseguridad. Episodios, éstos, en los que se puede ver a todo un escuadrón exigiendo la documentación vehicular, con exhibición de armas largas, a una madre que está llevando a sus hijos a la escuela, aleatoriamente seleccionada a tales efectos… Todo ello, en la misma avenida en la que, a pocas cuadras del operativo, pocas horas después, un par de maleantes en moto balean con total impunidad la fachada de un restaurant colmado de gente…

Tal vez, conscientes plenamente de sus propias contradicciones e inconsistencias, y seguramente cultores de la hipocresía más abyecta y repudiable, sus delirantes imposiciones suelen venir precedidas por títulos y eslóganes sospechosamente simpáticos y envueltas de excusas y pretextos tan falaces que, por momentos, rayan la ridiculez más perplejizante, cuando no el cinismo más repudiable (por ejemplo, un victimismo caradura y lacrimógeno, y su contracara: el vómito tsunámico de culpas -reales o prefabricadas– que no se está dispuesto a disculpar jamás). A pesar de su deliberada (y desesperada) sofisticación, tales excusas y pretextos no logran -sin embargo- disimular completamente la rabia que la alimenta… Lebenrachen (rabia contra la vida), según diagnostican los psicólogos alemanes, frente a los perversos (resentidos al extremo). Odio contra la vida. Odio contra todo aquello que la hace digna, dinámica, fructífera, bella y feliz. Odio contra todo su potencial, contra todo aquello que promueve o contribuye a su expansión y desarrollo. Odio oscuro, siniestro y, por supuesto, inconfesable. Odio que se proyecta hacia afuera y se endilga a quienes se indignan -natural y legítimamente- frente a tanto odio… Odio profundo que se ve a sí mismo, sin reconocerse, reflejado en todo aquello contra lo cual carga. Odio enfermizo que, con la obsesión de un paranoico, denuncia toda disidencia -por bienintencionada, respetuosa y/o fundada que sea- como discurso de odio.

IX.- En definitiva: el Estado ético (¡vaya farsa!) sofoca las fuerzas espirituales de la comunidad sobre la que se asienta y a la que debería servir; promueve la desertificación cultural, el quiebre demográfico, la disolución social y, finalmente, la angustia, el vacío y el suicidio de sus miembros… Mirad al Occidente posmoderno… Ved cómo han sucumbido y encallado sus pueblos… Aquí y allá…

¡A tales pruebas me remito!

(*) Abogado. Profesor universitario. Analista político. Escritor.

Website personal:

www.pablodavoli.com.ar.

Vídeos La Brújula:

https://www.youtube.com/channel/UCeCN618O1xlebOqXUU2gWJg/videos.

Vídeos Diálogos en la Víspera:

https://www.youtube.com/@labrujula5152.

1 Dicha conferencia puede ser encontrada aquí: https://www.youtube.com/watch?v=jveRVlgyAlI.

2 Así ha traducido, Ediciones Heracles, el título de la obra en cuestión (edición de 1994).

El título original del libro en cuestión es Rivolta contro il mondo moderno. Su primera edición data de 1934. En 1969 fue publicada una nueva edición, revisada y aumentada.

3 La sociedad-máquina estadounidense constituye un colectivismo de hecho, el cual, querido por las élites y desprejuiciadamente aceptado por las masas, en forma subrepticia mina la autonomía del hombre y canaliza así de manera estrecha su acción, según enseña el propio Evola, haciendo cita del francés André Siegfried (1875-1959). Ello así, ante todo, porque el puritanismo, parte esencial de la raíz del pueblo y la cultura estadounidenses, implica un colectivismo. Pero, además, aquél propició un materialismo (ab initio, más práctico que teórico) donde la ambición y la codicia encontraron campo fértil para difundirse y explayarse, alcanzando las desmesuras más desvergonzadas y despiadadas. Así se abandonó el eje de la libertad para adoptar el del rendimiento. De lo cual se ha derivado, entre otras cosas, una voluntaria y suicida cosificación del hombre estadounidense (tipo de hombre-máquina).

A la luz de tales consideraciones, se explica por qué, pese al liberalismo que impregna su sistema de gobierno y ordenamiento jurídico-constitucional, el Estado, en EE.UU., ha terminado siendo mucho más grande de lo que, en su momento, previeron los Founding Fathers. Pero, además, en este mismo sentido, debe añadirse:

Que el Estado moderno nació absolutista y leviatánico. Y que el liberalismo no lo exorcizó ni curó. Se limitó a encerrarlo en una suerte de jaula constitucional.

Que, en los escenarios de emergencia pública, dicha jaula constitucional prevé su propia apertura. Abiertas sus puertas, emerge nuevamente el monstruo absolutista. La reciente emergencia sanitaria de la Covid-19 ha dado lugar a muestras muy contundentes y elocuentes de ello (sobre todo, en aquellos Estados de la Unión gobernados por los demócratas). Más allá de ello, resulta pertinente recordar aquí que, según Giorgio Agamben, el mundo se encuentra en una suerte de estado de excepción permanente.

Que, en momentos de normalidad, todo el sistema de gobierno estadounidense se encuentra apoyado, se hace eco y se alimenta de los procesos mecánicos del resto de la sociedad-máquina de la que forma parte, contribuyendo así a reforzar su condición de tal. Se trata de un fenómeno sinérgico que refuerza la estandarización y automatización colectivizante y regimentadora de dicha sociedad-máquina.

4 Problema, éste, al que también hemos dedicado un capítulo en La Guerra Invisible. Acción psicológica y revolución cultural.

5 Ver entrevista en el programa de YouTube denominado El Aullido del Lobo:

https://www.youtube.com/watch?v=jGYwhLcEEkg.

6 ¡Y bien financiado! Vide:

Davoli, Pablo J. ¿Sabías que grandes capitalistas apoyaron al comunismo? Disponible aquí: http://www.pablodavoli.com.ar/intranet/articulos/Sabias%20Que…%20Grandes%20Capitalistas%20Apoyaron%20al%20Comunismo.pdf.

La Brújula. Nro. 3. Año 2014. Wall Street y los bolcheviques. Disponible aquí: https://www.youtube.com/watch?v=HcOQ7iIUXp8.

7 Seguidamente, deja aclarado el autor: Sólo en una segunda fase, por ellos suscitada y en gran medida mantenida dentro de límites prestablecidos, ha acontecido el desencadenamiento del subsuelo del antiguo Imperio ruso, el régimen de terror de la masa dirigida a destruir y a extirpar frenéticamente todo lo que se ligaba a las precedentes clases dominantes y a la civilización ruso-boyarda en general.

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