El hermanísimo mártir
Por Juan Manuel de Prada
Hay quienes piensan ilusamente que el procesamiento de su hermanísimo será el principio del fin del doctor Sánchez. Se trata, por supuesto, de una mentecatez máxima. El más hediondo legado de los regímenes partitocráticos es la división del pueblo en banderías inexpugnables, cada una de ellas adscrita a un negociado ideológico, enzarzadas en una demogresca constante que, a la vez que robustece a las oligarquías partitocráticas, debilita la comunidad.
La partitocracia es una forma de organización política que promueve la rapiña irrestricta del erario público, mediante la creación de oligarquías que saquean las instituciones, hasta dejarlas exhaustas. La corrupción, por lo demás, nunca genera reprobación entre los adeptos adscritos al negociado ideológico donde tal conducta florece. Al adepto de un negociado ideológico sólo le indignan y ofenden las corruptelas que florecen en el negociado adverso; pues las que florecen en el propio se le antojan ‘peccata minuta’, debilidades fácilmente disculpables, deslices de poca monta. De este modo, la corrupción nunca genera en los regímenes partitocráticos auténtica reprobación social, sino en todo caso reproches mutuos que sólo promueven la demogresca y, a la larga, el escepticismo moral, que es el gas mefítico propio del régimen partitocrático.
A la postre, los partidos políticos sólo son –como afirmaba Simone Weil– máquinas confeccionadas para atender intereses particulares (los intereses de quienes los integran y de sus patrocinadores), a la vez que exaltan pasiones sectarias entre sus adeptos. Los partidos políticos, como las sectas, generan una sumisión completa a sus líderes, que pueden guiarse por un ávido ánimo de lucro sin temor al reproche. El ánimo de lucro –y no la defensa de principios ideológicos, como piensan los panolis– es la finalidad primordial de todo partido político que se precie.
No debemos olvidar, por otro lado, que los adeptos socialistas son siempre más obcecados en su lealtad que los adeptos liberales. Y ello ocurre porque –como nos enseñase Donoso– el socialismo, a diferencia del liberalismo, es una escuela teológica. Los liberales, cuando se corrompen, lo hacen simplemente para enriquecerse sin tasa, lo que termina provocando cierta tibia desafección entre sus adeptos, que pueden seguir votando a los corruptos de su negociado, pero lo harán sin entusiasmo. Los socialistas, por el contrario, se entregan a la corrupción con ‘orgullo de clase’, con la conciencia de estar tomando aquello de lo que antes fueron privados injustamente; y sus adeptos perciben los latrocinios de sus líderes como un resarcimiento o compensación debida, que premian votándolos con emoción y entusiasmo (y con la esperanza de llevarse alguna migaja del festín).
El procesamiento del hermanísimo afianzará, en fin, al doctor Sánchez entre sus adeptos, que sabrán recompensar el heroísmo martirial de la familia de su líder carismático con una muchedumbre de votos.
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