Por Marcelo Ramírez*
La cuestión de la identidad ha sido puesta en el tapete, hoy buena parte de los discursos políticos y académicos giran en torno al “identitarismo”. Claro que bien se confunde la identidad real de un pueblo con la de los individuos, identidad que muchas veces tiene que ver más con la confusión propia de quien es sometido a un bombardeo de desaguisados ideológicos y de estilos de vida que a una cuestión concreta y real.
Confundir entonces tener una identidad firme y sana con modelos absurdos impulsados desde la superestructura del poder resulta cada vez más frecuente.
Si algo que hace bien, y con sumo éxito, la propaganda globalista, es la destrucción de las identidades tradicionales, fruto de siglos y siglos de evolución por nuevas formas de posicionarse ante la vida. Esto es el resultado del pensamiento de personas que deberían estar más cerca de la atención psiquiátrica que de ser mentores de una nueva sociedad, sin embargo, esto último parece cada vez más frecuente.
La secuela de depresión aguda, insatisfacción y un sinsentido general han preparado a las mayorías para ser penetradas por ideas extrañas y peligrosas con un marcado fin individualista y destructivo de la armonía social.
En otro momento podremos abordar en mayor profundidad este tema y ver como hay sectores que sacan ventajas políticas para sus proyectos con base en la confusión inducida.
Hay un proceso de estos identitarismos que merece una especial atención por sus consecuencias sociales potenciales pero también ya reales. Las ideas extremas en definitiva, por su propia naturaleza, terminan por esterilizarse en pequeñas atmósferas reducidas a un grupo de fanáticos pero siendo rechazadas por el conjunto.
El indigenismo que hoy se promueve desde los centros de poder anglosajones, especialmente, es una muestra de como se apunta a generar distorsiones históricas, crear confusiones ex profeso, sembrar divisiones y obstaculizar en consecuencia procesos de unidad popular.
El indigenismo actual tiene una ventaja sobre las excentricidades promovidas desde las universidades de EE. UU., parte de las paupérrimas condiciones de vida de millones de personas, atribuyéndoles sus males a la colonización… sucedida hace 5 siglos. Nada mejor para distraer de las reales causas de empobrecimiento general, apuntar a responsables perdidos en la Historia y de esa manera esconder las responsabilidades actuales.
Es común entonces decir que la lucha contra la colonización fruto de la Cruz y la Espada es la responsable de la actualidad.
Lamentablemente, para quienes sostienen estas ideas, la historia no concuerda con estas afirmaciones por algunos hechos absolutamente objetivos, que indican que un puñado compuesto por algunos cientos de españoles pudieron someter a decenas, sino cientos de millones de indígenas. No hace falta ser un experto historiador ni un cultor de la Leyenda Rosa para darse cuenta de que algo no cierra en este relato.
La respuesta es simple, si esos españoles conquistaron el poder es porque existían profundas divisiones entre las tribus que habitaban las tierras americanas. Sin esas divisiones preexistentes, sin odios internos y sin desigualdades acompañadas con atrocidades, jamás podrían haber conquistado tanto tan pocos.
Aquellos que son hispanistas seguramente volcarán testimonios de como los españoles actuaron, desmintiendo la historia que hoy se relata como llena de crueldad y explotación, sin embargo, y sin debatir este tema que tiene importancia desde lo moral, debemos resaltar que es irrelevante desde los hechos prácticos. Ese debate se lo dejamos a los historiadores ante la contundencia de algunos hechos.
En primer lugar, debemos considerar que la América hispana ha sufrido un profundo mestizaje. Los países al sur del Río Grande contienen un alto contenido de pardos – mestizos entre indios, negros y blancos – variando su proporción genética entre distintas razas, pero finalmente teniendo en común el mestizaje. Aquí encontramos el primer error actual del indigenismo que suma a estos mestizos como indígenas, cuando son apenas una minoría, tal vez con mayor presencia en algunas naciones como Bolivia.
No obstante, hay que resaltar ese hecho, son mestizos raciales la mayoría, pero también sus costumbres son fruto de un mestizaje cultural.
Si tomamos como ejemplo naciones como Argentina, Brasil o Uruguay, el porcentaje de indígenas es menor al 1 % de su población, el resto se divide entre blancos y mestizos, con un componente africano variable por zona geográfica. Pero una vez más la conclusión es que los mentados pueblos originarios son numéricamente casi inexistentes.
Esto se repite en todo el continente, variando la proporción; aun así, si hablamos de pueblos totalmente indígenas, no cambia el resultado final de ser una pequeña minoría.
Esto responde a un hecho innegable que es que los españoles se mezclaron con los indígenas, pues en la idea de esa España el componente racial era menor al que hoy se concibe, siendo que los indígenas eran integrados como súbditos de la Corona. La idea del catolicismo era que todos eran hijos de Dios por igual, por ende se incorporaban a la sociedad.
Esto no fue así en las tierras colonizadas por los británicos donde privó una concepción racista que buscó eliminar a los indígenas, muestra de ellos es que en los países colonizados por los británicos el mestizaje es mínimo. Simplemente, erradicaron a las poblaciones autóctonas y las reemplazaron por otras propias.
Este hecho tampoco es inusual a lo largo de la Historia, era muy común que el vencido fuera exiliado o exterminado.
Entonces resulta extremadamente curioso que quienes impulsan el indigenismo sean precisamente los británicos y sus descendientes estadounidenses. Ellos hábilmente han trasladado sus responsabilidades históricas a quienes habían tenido métodos diferentes como los españoles.
Hasta aquí no debería haber motivo de polémica, los datos están a la vista y son indiscutibles. Sin caer en la Leyenda Rosa española, simplemente el mestizaje es una realidad hoy comprobable, así como el exterminio indígena por los británicos.
Los indígenas en las tierras de la España Americana se fueron diluyendo en el mestizaje, no fueron eliminados, fueron absorbidos en una fusión etnocultural, y de acuerdo a la cantidad y forma en que se dio esa fusión, varía el porcentaje de ese proceso, hay naciones con mayor componente cultural indígena que otras.
Es necesario entonces entender este problema para poder avanzar en la comprensión general del proceso en marcha y las razones no tan puras, por las cuales se impulsa la idea del indigenismo. No importa demasiado en este análisis si España maltrató o no a los indígenas hace siglos, tema para otro debate, importan las consecuencias y los orígenes étnicos y culturales de los habitantes de estos países que el identitarismo moderno juega como carta política de dominación.
Debemos también dejar en claro que las diferencias económicas y sociales siempre han estado ligadas de alguna manera a las etnias dominantes. Esto es un hecho, y pretender eliminar totalmente este problema a partir de la construcción de fuerzas minoritarias que impongan sus posiciones a las mayoritarias, no puede terminar bien.
Es clave entonces comprender como se utilizan en la geopolítica estos conceptos para generar fracturas y divisiones, impulsando al poder a las minorías contra las mayorías, de esa manera garantizan el conflicto permanente.
Los británicos han sido maestros en el arte de la división de los pueblos para, a partir de su fragmentación y enfrentamiento interno, poder controlarlos. La historia nos demuestra, como hemos visto, que su política no es de incorporar, sino de explotar para luego eliminar lo innecesario.
El impulso al indigenismo presenta algunos hechos incómodos que se busca no mencionar, pero que, sin embargo, son reales. Las cosas en política no suceden por casualidad sino por causalidad y la promoción de estas ideas desde Londres y Washington obedecen a un modelo conocido que impulsan la idea de división para controlar.
El indigenismo aparece como una idea asociada a teorías como la Crítica de la Raza, que más allá de que contengan algunas propuestas valederas, es impulsada con el fin fragmentario mencionado.
Putin ha reconstruido a Rusia basándose en sus tradiciones, entre las que la lengua y el papel de la religión son ejes claves, rescatando a su país del declive divisor. La antigua URSS perdió buena parte de sus territorios, alumbrando a nuevos Estados sin registros históricos precedentes, que se posicionaron sobre la base de pueblos existentes, pero sin historia como naciones soberanas.
Desde allí construyeron Estados débiles, muchos de los cuales volcaron contra su antigua pertenencia y como enemigos de Rusia. Tampoco la historia termina allí, sino que ya promueven desde los EE. UU. la fractura de Rusia en unos 20 estados con la excusa de la “decolonización”.
Las teorías decoloniales comprenden entonces una herramienta de ataque del mundo anglosajón hacia Rusia para separarla en pequeños y dóciles estados.
Estos sucesos los traemos a colación de lo que significa el indigenismo para los procesos de unidad de la región hispanoamericana. La idea de los Estados Plurinacionales va en ese sentido, unidades que lejos de tender a agruparse lo hacen en el sentido inverso, sembrando antecedentes para que luego cada “nación” sea un Estado independiente.
Rusia o China son civilizaciones, una basándose en el predominio eslavo, pero que contiene otras 150 nacionalidades que históricamente han convivido bajo un paraguas unificador.
China, a su vez, se ha construido sobre la etnia Han; aun así, incorpora a 55 etnias más, y allí el modelo anglosajón promueve lo mismo, las etnias como factores insurreccionales que dividan a sus enemigos.
Ese mismo patrón es el que vemos que buscan instalar, abortando cualquier proceso de unidad, sea llamado como latinoamericana, hispanoamericana o iberoamericana, da lo mismo, pues la etiqueta es lo único que varía en esencia.
Esta región, al igual que Rusia, o China llegado el caso, tiene ejes en común que son bases para la unificación y otras que son para la división. No hay dudas que para comunicarnos entre los distintos pueblos de la región usamos un idioma franco que es el castellano. Hablando esta lengua, un chileno pude comunicarse con un mexicano, pero si lo hice con el “mapudungún”, no conseguirían hacerlo, como tampoco con el “nahuatl”. Si el ruso es la lengua franca para un enorme ecúmene civilizatorio, el castellano lo es para esta región.
Si vemos nuestra religión y sobre todo, los valores sociales, encontramos al catolicismo como eje central, nos guste o no, es una base de cosmovisión compartida.
Las tradiciones también encuentran esa misma raíz, y una vez más se separan a medida que aumentamos el zoom sobre cada la región. Las tradiciones que reconocemos y nos hacen sentir familiares provienen de ese tronco hispano, mientras que las particularidades locales tienen que ver con el indigenismo.
No es extraño darnos cuenta de que finalmente todos estos sectores son los que están bajo ataque por la modernidad anglosajona disfrazada de tolerancia.
Así como Rusia, y China, han construido su unidad sobre la base de los puntos en común, y han alentado y sostenido las culturas locales para enriquecer y fortalecer su propia identidad, nuestra región debe hacer lo mismo. Usar como eje natural la esencia hispana y sobre ello integrar las particularidades locales.
Es utópico, irreal e inclusive peligroso ahondar en las particularidades locales. Incorporar para hacer crecer los espacios propios es la única forma de insertarse en el modelo multipolar.
Este modelo multipolar, el único que nos permite sobrevivir a la globalización exterminadora, no contempla naciones sino espacios civilizatorios. El mundo multipolar es un mundo ruso, chino, indio, árabe, persa, etc., pero no cada uno de los Estados pequeños que deberán unirse si quieren sobrevivir y no ser devorados por los grandes.
El mundo a lo largo de la historia significa competencia, no es cuestión de debatir en abstracto si eso está bien o no, simplemente es. Para que nuestros Estados sobrevivan y sean un eje de esa nueva estructura geopolítica naciente, necesitan imperiosamente unificarse y eso no lo pueden hacer sobre bases diferenciadoras.
Por ello es necesario comenzar un debate serio en torno a como debe darse la unidad y visualizar que el indigenismo es una avanzada del mundo anglosajón para dividir a sus rivales y dominarnos, así lo demuestra la historia.
En este punto es necesario hacer algunas aclaraciones. La unidad con base en la herencia española incluye a las tierras fuera de América e inclusive podemos ver el papel de los mexicanos en los EE. UU.
España puede incorporarse si comprende que no es el centro de este nuevo mundo, y si se da cuenta de que su futuro no es ser furgón de cola de los anglosajones que controlan el resto de Europa. Sus chances de sobrevivir es sumarse a la hispanidad, no renunciar a ella en función de utopías de corto plazo.
Un tema adicional es ampliar el concepto hispano a ibérico, de forma tal de incorporar a Brasil y otras regiones de habla portuguesa. Finalmente, podemos reconocer que hay una unidad peninsular que es cultural, pero políticamente no es así.
La idea de Santiago Armesilla de contemplar la iberofonía como un factor cohesionador es algo a explorar porque amplía el horizonte para la construcción de un ecúmene civilizatorio que se siente en la mesa de las grandes decisiones.
Las ideas acá presentadas son apenas un esbozo para promover el debate sobre como debe ser ese proceso de acercamiento, desde qué base se debe construir para que el edificio tenga sólidos cimientos que le permitan el éxito de la empresa.
El indigenismo cumple en este esquema el papel de un Caballo de Troya que finalmente hará estallar cualquier proyecto de unidad a futuro. Estas cuestiones no pueden ser leídas en forma lineal ni poniéndose camisetas partidarias, las anteojeras ideológicas impulsadas por el poder anglosajón globalista son peligrosas aunque no son nuevas.
Divide et impera.
*Marcelo Ramírez es analista en Geopolítica y director de AsiaTV
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