Por Marcelo Ramírez*
La llegada del siglo XXI fue mucho más que un cambio de milenio, fue un cambio de época cuyas consecuencias aún no están del todo claras, pero sí comienzan a percibirse algunos lineamientos.
Es un momento histórico, un cambio de orden civilizatorio en el cual asistimos al derrumbe de la hegemonía del Occidente que ha sido cooptado por la facción anglosajona y su reemplazo por otro modelo donde resurgen desde el fondo de la historia, antiguas naciones que parecían ya perdidas definitivamente.
El mundo como lo han conocido cientos de generaciones anteriores tenía como eje a grandes imperios que constituían lo que hoy son China, India, Irán u otros estados modernos, aun cuando sus límites actuales no se corresponden con los de sus épocas de mayor esplendor.
Los cambios que surgieron en el siglo XVI y que preanunciaron el surgimiento de un nuevo modelo social y productivo como es el capitalismo, sentarían las bases de su actual poderío.
Luego de más de cinco siglos hemos perdido la conciencia histórica de la real dimensión y origen del poder de las naciones. Hemos dado paso a un fenómeno que es la creencia de que Occidente siempre ha sido el polo más desarrollado, el de mayor cultura, el de mayor tecnología, en definitiva, el que ha liderado y liderará el mundo hasta el fin de los tiempos.
Si bien todo analista serio sabe que no es así, en su interior hay una fuerza que lo lleva a creer que Occidente ha llegado para quedarse.
Por ese motivo, por falta de experiencia histórica, las fuerzas que controlan el capitalismo occidental han considerado que no tenían de qué preocuparse. Francis Fukuyama, luego de la caída soviética, no dudaba en expresar que había llegado el fin de la historia. No había entonces por qué preocuparse, la URSS había caído sin que se necesitara disparar un solo tiro y la astucia había sido suficiente, no se tuvo en cuenta que había caído un sistema, el marxismo, pero no Rusia como nación histórica.
Si la URSS con su gigantesco poderío militar había terminado por morder el polvo, China, más pobre y subdesarrollada, no era rival.
De allí a considerar que habían encontrado una fuente casi ilimitada de recursos naturales y humanos, había un solo paso. Montados en la creencia de que el Partido Comunista era solo una estructura burocrática con individuos acomodaticios, no vacilaron en pensar en utilizar la disciplina confucionista regenteada por el socialismo para obtener enormes ganancias. Entonces nuevamente, no había por qué preocuparse, China ya había sido derrotada durante las Guerras del Opio y luego empleada para romper el frente socialista.
La realidad fue que esa sabiduría ancestral permitió que la estrategia de recuperación nacional avanzara sigilosamente, aprovechando capitales y tecnología que las corporaciones occidentales brindaban para maximizar sus ganancias.
Así, China pacientemente fue esperando su oportunidad, fortaleciéndose con los años en una acelerada recuperación. El país oriental había sido históricamente el 50 % del PIB mundial, era el “Reino del Medio”, era el más poblado del planeta y una sabia estrategia les permitiría avanzar sin ser percibida como una amenaza por Occidente, para recuperar antiguas posiciones.
Paralelamente, Rusia, que tenía una historia muy rica y poderosa, no había sido rematada. El derrumbe soviético había producido una catástrofe equivalente a los daños de la II Guerra Mundial. Una revolución con una subsiguiente guerra civil fratricida, dos guerras mundiales y el derrumbe de la URSS habían golpeado seriamente, pero no habían derrotado a los rusos.
La situación emergente de la Gran Guerra Patria, a pesar de los daños materiales y las bajas, había presentado un Estado victorioso y orgulloso, en cambio, el derrumbe socialista había erosionado la propia identidad rusa. Sin pelear, la derrota, fruto de los desacoples de diferentes tipos internos, terminó por ser algo que rompió la moral rusa y se asomaron al precipicio en la década del 90.
Sí embargo, al igual que China, la experiencia de una historia de más de un milenio llena de invasiones y derrotas, dejó su huella y la URSS cayó, pero buena parte de su tecnología se preservó. Solo faltaba poner en marcha esa tecnología con el potencial humano y natural de la nación, con Putin se siembran las semillas de lo que unas décadas después iba a ser el resurgir de la historia.
Putin, con una estrategia similar a la de China, fue desarrollando las áreas claves para reconstruir la Nación. Los ojos de Occidente, si bien consideraban que el país eslavo estaba al borde de la desintegración y bajo su absoluto control, no advirtieron que ese burócrata que había escalado bajo las reglas liberales de Occidente, tenía otros planes.
Un desarrollo frontal y provocativo hubiera advertido al mundo anglosajón que el enemigo muerto aún gozaba, ya no de buena salud, pero si respiraba y podía recuperarse. Putin lo hizo gradualmente apostando a lo mejor que tenía a mano que era fortalecer sus fuerzas armadas, pues en definitiva, como China es una nación históricamente comercial, Rusia lo es guerrera. Consciente de la incapacidad de manejar un presupuesto tan generoso como sus rivales occidentales, se centró en reverdecer en silencio la antigua tecnología militar soviética.
Mientras EE.UU. desataba un frenesí de espurios negocios militares atacando países menores y fabricando equipos caros e inefectivos, Rusia desarrollaba las armas que en el año 2018 su presidente iba a presentar al gran público.
Moscú, entonces, mostró al mundo el drone Poseidón, capaz de destruir la costa de un Estado con una ojiva de 100 megatones e indetectable, el misil Sarmat, los misiles hipersónicos, una tecnología desconocida para Occidente como los Kinzhal y Tsircón, el planeador hipersónico Avangard, sistemas de guerra electrónica como el Murmansk y otros artilugios que le daban una clara ventaja estratégica.
Prueba de ello es que el aparato militar occidental, que ahora si se ha dado cuenta de que estafar a los contribuyentes de los EE. UU. y de otras naciones obligadas a comprar armamento caro, costoso de mantener e ineficiente, no era suficiente para garantizar el objetivo de seguir siendo el gendarme del mundo.
Los esfuerzos de realizar un equivalente estadounidense de un misil hipersónico ruso suman una colección de fracasos que no han conseguido ni un prototipo funcional para trabajar. Al menos dos décadas de ventaja lleva Rusia en este tema, desnudando que la supremacía militar había terminado, como China también demostró que en el campo económico sucedía lo mismo.
La historia, tozuda, se empecina en volver, Occidente que ha sido un lugar secundario en la historia mundial comienza a recuperar ese mismo papel que tuvo hasta la llegada de ese siglo XVI antes mencionado.
China marcha a recuperar su antiguo esplendor comercial, la Nueva Ruta de la Seda es una muestra de que su memoria histórica sigue presente. Rusia recupera su capacidad militar que le garantiza disponer de los enormes recursos naturales que hoy ponen en jaque a la economía Occidental.
Occidente, el mundo angloamericano, se ha mostrado carente, incapaz de comprender que el mundo es bastante más complejo de lo que creyó a priori. Hay pueblos con memoria histórica que han sido sometidos por Occidente por diferentes vías como la fragmentación, el enfrentamiento interno, la presión militar o comercial. Si embargo, aquellos con pasados imperiales llevan impresos en su propio ADN su historia y tienen un orgullo que subyace aun cuando los espejos de colores tientan a los más jóvenes, especialmente, a abandonar sus raíces y sumergirse en una cultura pop global.
Por eso era solo cuestión de tiempo para que Rusia o China buscaran recuperar sus antiguos laureles, pero en este mismo proceso también se encuentran otras naciones con historia como Irán, que es la heredera de la antigua Persia, la India o Turquía, junto a otras naciones como Indonesia y sus socios del Sudeste Asiático. Los árabes tiene un problema
compartido con el mundo hispánico o ibérico, que están atomizados, aunque a diferencia de este último tienen una identidad firme que ha resistido en buena medida a la pseudo cultura occidental.
El mundo ibero parlante, que ocupa espacios geográficos así como una demografía de grandes dimensiones, es un eje potencial de un reordenamiento global. El ocaso del mundo occidental, de este modo, como lo entiende Huntington, se limita a la ¨comunidad internacional¨ que ha criticado el canciller chino, y en ella no está contemplado el espacio ibero parlante.
Han pasado cinco siglos desde que el Occidente asaltó el poder mundial, lo hizo para consolidar su predominio nacido en unas remotas islas del Atlántico Norte, cuyos habitantes vivían en un Estado primitivo comparado con las grandes civilizaciones como la griega, romana, china o hindú.
La historia hoy comienza a volverse sobre sus pasos burlándose de quien considera mercados emergentes y atrasados a pueblos con 5000 años de existencia. La revancha de las naciones históricas se hace presente, pero Occidente no puede comprender este fenómeno.
Haber nacido en el centro del mundo cuando los padres y abuelos también lo habían hecho da una falsa sensación existencial. La poca profundidad en pueblos donde los rastros de su propia historia personal se pierden generalmente en los abuelos o bisabuelos confronta con aquellos cuyos ancestros tiene decenas de generaciones de antigüedad.
La memoria histórica entonces juega una mala pasada, mientras unos creen que lo actual siempre ha sido así y siempre lo será, los otros saben que antiguamente sus antepasados habían construido un Imperio y que esa gloria puede ser nuevamente alcanzada. Puede y debe ser alcanzada porque su visión no es individual, sino colectiva, no buscan su triunfo personal a corto plazo sino el de su comunidad, de su descendencia a largo plazo.
Finalmente, la percepción del tiempo es muy distinta, procuran obtener los objetivos planteados independientemente del tiempo que lleve.
Hoy la realidad se ha hecho presente una vez más, el mundo occidental anglosajón llega a su fin y son muchos quienes reclaman su herencia que será repartida en un modelo multipolar donde cada uno de los nuevos dueños tenga su parte según su historia y su jerarquía, priorizando los espacios culturales y no el poder del dinero únicamente.
Este es el destino final siempre y cuando ese joven e impetuoso Occidente, inconsciente de que la juventud es un estado que se pierde con el tiempo y otros valores como la inteligencia, la paciencia y la sabiduría tomarán su lugar, no decide patear el tablero de la razón y desatar una guerra nuclear. Una típica rabieta adolescente de quienes dominan Washington y Londres puede acabar con todo, porque este adolescente, que no respeta las canas de sus antecesores, cree que su incompetencia para administrar al mundo manteniendo la armonía, puede compensar su incapacidad con la violencia nuclear.
Esperemos que madure antes de que sea tarde para todos.
*Marcelo Ramírez es analista en Geopolítica y director de AsiaTV.
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