El Orden Global en reconfiguración: Trump, China y el nuevo equilibrio de poder – Por Marcelo Ramírez

El Orden Global en reconfiguración: Trump, China y el nuevo equilibrio de poder.
Por Marcelo Ramírez

La prensa estadounidense, siempre atenta a las conveniencias del momento, está cambiando el tono. Washington Post y New York Times, máximos exponentes del globalismo, de pronto empiezan a reconocer cosas que hace unos años habría sido impensado que admitieran. Ahora resulta que Putin nunca fue un factor externo a la ecuación estadounidense, que la narrativa de una campaña “anti” no era una invención de Trump, sino una posición firme del Kremlin.

Qué curioso, ¿no? Es lo que venimos diciendo desde hace tiempo. La polarización del mundo no es un capricho de redes sociales ni de debates televisivos, sino un reacomodamiento estructural del poder global. La lucha no es entre “buenos y malos”, sino entre quienes quieren un mundo gobernado por corporaciones transnacionales y quienes apuestan a que los estados nacionales mantengan la dirección de los acontecimientos. Y en esa pelea, aunque no lo digan abiertamente, hay un punto de confluencia entre Trump y Putin: la oposición al globalismo.

No es que sean aliados, ni mucho menos. No tienen ni la misma cultura ni la misma visión del mundo. Pero lo que los une es el enemigo común. Y en ese ajedrez, el otro gran jugador es China, con quien Trump también está maniobrando. Ahora el New York Times nos quiere hacer creer que China se aprovecha de la “inconsistencia y excentricidad” de Trump, como si las políticas de Biden no hubieran sido un absoluto caos.

Trump no es improvisado, tiene una estrategia clara: un megaacuerdo con China que le permita a Estados Unidos equilibrar su balanza comercial. Porque el verdadero problema de Trump no es ideológico, es económico. La deuda estadounidense se ha disparado hasta niveles insostenibles, y Washington ya no puede seguir imprimiendo dólares indefinidamente sin que explote el sistema. Por eso necesita reconfigurar su relación con China.

El déficit comercial entre Estados Unidos y China ha sido brutal. En los últimos 10 años, el saldo negativo para los estadounidenses superó los 3 billones de dólares. En 2018, en plena era Trump, el déficit con Pekín alcanzó los 419.000 millones de dólares. Ahora, con Biden, ha caído a 279.000 millones. Pero que nadie se engañe: esa reducción no se debe a que EE.UU. esté vendiendo más, sino a que está comprando menos por su crisis interna.

Trump quiere forzar a China a invertir en la economía estadounidense. Su gran meta es conseguir que China financie la creación de al menos 500.000 empleos en territorio norteamericano. Y para lograrlo, está dispuesto a negociar. No le interesa una guerra comercial, como muchos pensaban. Quiere presionar, forzar mejores condiciones, pero sin romper la relación. Porque, aunque no lo digan abiertamente, Estados Unidos ya no tiene margen para un enfrentamiento abierto con China.

Por su parte, China tampoco quiere una guerra. Necesita tiempo. Y si para ganar tiempo tiene que hacer algunas concesiones a Trump, lo hará. Porque su estrategia es a largo plazo. A diferencia de EE.UU., China no mide el tiempo en períodos electorales de cuatro años, sino en ciclos de 50 o 100 años.

China ya le demostró a EE.UU. que puede avanzar sin su tecnología. El mejor ejemplo es lo que hizo con la inteligencia artificial y la computación de alto rendimiento. Cuando EE.UU. le impidió el acceso a los chips más avanzados, China desarrolló su propio sistema, DeepSeek. Y no solo eso, sino que lo patentó de manera abierta, permitiendo que cualquiera pueda usarlo.

EE.UU. está en un dilema: si le niega tecnología a China, Pekín la desarrollará de todos modos. Y si se la vende, corre el riesgo de que China la use para superarlo en el futuro. La arrogancia estadounidense los hace creer que siempre estarán por delante, pero los chinos no piensan igual.

En este contexto, la jugada de Trump es clara. Necesita mostrarle a su electorado que está recuperando la grandeza de EE.UU. y que logró que los chinos inviertan en su país. Si además consigue que compren más productos estadounidenses y reduzcan el déficit comercial, tendrá un argumento fuerte para su reelección.

El panorama global está cambiando rápidamente. No estamos viendo un enfrentamiento directo entre EE.UU. y China, sino una reconfiguración de equilibrios. Mientras Trump busca reindustrializar EE.UU. con inversiones chinas, China busca ganar tiempo y seguir fortaleciéndose.

Y en el medio de todo esto, está Rusia. Porque el tercer jugador en esta partida es Putin. Si hay un acuerdo entre Trump y Xi Jinping, Putin será parte de esa mesa. Y eso significa el final de la hegemonía globalista.

Estamos viendo el nacimiento de un nuevo orden global basado en tres ejes de poder: EE.UU., China y Rusia. Ya no hay un solo hegemón dictando las reglas. Europa y el globalismo están perdiendo el control del tablero.

Y el mundo que emergerá de este proceso no será el que los medios globalistas nos vendieron durante décadas. No habrá un “gobierno mundial” ni un “orden basado en reglas” escritas por las élites de Davos. En su lugar, veremos un mundo donde los estados vuelven a recuperar el control y donde los acuerdos se definen entre potencias reales.

Trump, Putin y Xi Jinping están redefiniendo el futuro. Los que todavía creen en el cuento del “progreso globalista” harían bien en despertar antes de que sea demasiado tarde.

Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=NzEBp3iLibE

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