Por José Javier Esparza*
Hace más de veinte años Javier Ruiz Portella tuvo la inconsciencia de publicarme en su sello de entonces, Áltera, una novela titulada El final de los tiempos. El Dolor, escrita en 1997. El Dolor —con mayúscula— es la primera parte de una trilogía sobre una poderosa civilización que se acerca de manera ineluctable a su final. La segunda parte, titulada La Muerte, apareció poco después. La tercera, que ha de llamarse La Resurrección, no ha aparecido todavía: sencillamente porque el autor, es decir, un servidor, no está preparado aún para entenderla y, por lo tanto, para narrarla. Estas novelas son una distopía alegórica sobre el colapso de la civilización técnica, o sea, sobre nuestro mundo. Hay en ellas mucho Jünger —el de Heliópolis— y también colores de Huxley y Orwell: nadie surca los mares sin un buen mapa. Otro aventurero de la edición, Humberto Pérez-Tomé, recogió los dos primeros volúmenes y los publicó en 2018 en su casa, Sekotia, bajo el título general El final de los tiempos. Nada me gustaría más que completar el ciclo: dolor, muerte y… resurrección. Pero, de momento, esto último aún parece bastante lejano.
Imaginemos una formidable ciudad que se derrama sobre las faldas de un gigantesco cráter: esa ciudad es Cosmópolis, escenario fundamental de la novela. En el fondo del cráter, justo en su centro, se eleva una altísima mole con forma de pirámide truncada: ahí reside el poder. En Cosmópolis se han ido asentando por millones los supervivientes de trágicos trastornos: guerras, revoluciones, hambrunas, que han provocado colosales desplazamientos de población desde los lugares más recónditos del globo. Es una ciudad sin identidad ni alma, pero que en la superioridad tecnológica ha encontrado el secreto de la supervivencia. Ya no hay dioses, pero una iglesia nueva, la Iglesia de la Solidaridad, satisface las necesidades morales de las masas. Ya no hay democracia: quienes mandan en realidad son los grandes consorcios industriales y financieros, pero un poder —autoritario— edificado sobre la propaganda mantiene la ilusión de la participación en la vida pública. Tampoco hay libertades, pero la voz incesante de las pantallas, que en realidad son eco de un mismo discurso —la Omnipantalla—, palía con sus reconfortantes mensajes la zozobra de las muchedumbres. La verdad es que, así descrito el cuadro, no parece muy imaginativo: se parece demasiado a nuestro mundo. Mi única excusa es que lo escribí hace treinta años.
Sobre el Dolor: a pesar de su portentoso despliegue de poder, Cosmópolis no puede evitar que un intenso dolor se apodere de sus habitantes. Nadie sabe muy bien cuál es el origen, pero los espíritus más inquietos no tardan en encontrarlo: la esterilidad. Sencillamente, Cosmópolis ya no tiene hijos. ¿Por qué la civilización más confortable y técnicamente desarrollada que el mundo haya conocido es incapaz de reproducirse? Esta es la gran cuestión. Por algún oscuro motivo, los ciudadanos de este mundo hiperdesarrollado no desean que nadie les suceda y, los que lo desean, encuentran que no pueden conseguirlo. Así el progreso conduce inevitablemente al colapso final. De un modo u otro, todo el mundo percibe que no va a poder legar nada a sus descendientes, porque no habrá tales. Sería muy fácil cargar la culpa sobre los egoísmos individuales; no, la causa de fondo está en otra parte. Al poder, por supuesto, no le inquieta que la gente experimente un secreto dolor interno; lo que le aterra es que se pregunte por qué. Porque la respuesta se esconde en la esencia misma de esa civilización orgullosa, persuadida de hallarse en la cumbre de la perfección humana, pero que ha dejado atrás todas esas cosas que empujaban a los hombres a perpetuar a sus linajes.
Hoy el índice de fecundidad en España es de 1,12 hijos por mujer. En Europa es del 1,5. En Estados Unidos, 1,6. Y estamos en la civilización más desarrollada técnicamente de todos los tiempos. ¿El final de los tiempos? No perdamos de vista La Resurrección.
*Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de ‘El Gato al Agua’ de El Toro TV.
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