
Por Juan Manuel de Prada
Aunque la semana en la que se cumplía el quincuagésimo aniversario del fallecimiento de Francisco Franco ha sido pródiga en signos de descomposición del Régimen del 78, no quisiéramos dejar pasar la oportunidad de glosar la que, a nuestro juicio, ha sido la noticia más reveladora de cuantas hemos leído en estos días. Me refiero a la magnífica investigación publicada por Segundo Sanz en Okdiario, con asesoramiento histórico de Pedro Corral, sobre el abuelito materno del doctor Sánchez. Se trata de un trabajo periodístico que vuelve a probar la importancia de la investigación en archivos si en verdad se desea combatir eficazmente las mitologías delirantes sobre nuestro pasado.
Mateo Pérez-Castejón Díaz se incorporó como voluntario al ejército de la República durante la Guerra Civil cuando todavía no había alcanzado la edad reglamentaria para poder ser reclutado, no sabemos si por huir de la penuria o por lealtad republicana. Encuadrado en un batallón de carros blindados, Pérez-Castejón sin embargo desertaría en el frente de Teruel en julio de 1938, para después alistarse –de nuevo como voluntario– en la Legión y participar en la ofensiva contra Cataluña, donde tendría ocasión de batirse contra sus antiguos camaradas; y debió de hacerlo con tanta bravura que fue condecorado hasta en tres ocasiones. La deserción del abuelito del doctor Sánchez no pudo ser, pues, por cobardía, sino porque sus convicciones ideológicas o morales así se lo dictaron, tras abjurar de la causa que primeramente había defendido; o bien por puro oportunismo ante la debacle republicana. Esta segunda hipótesis nos invitaría a acogernos al refrán: «De casta le viene al galgo»; aunque el ardor guerrero a dos bandas del abuelito no prefigure las espantadas del galgo de Paiporta.
En declaraciones posteriores, el abuelito del doctor Sánchez justificaría su deserción y cambio de bandera como un acto para «servir a la auténtica España». Mateo Pérez-Castejón podría ser tachado por algunos de villano y traidor; y otros podrían encumbrarlo a los altares del heroísmo. Pero aquí no nos interesan los antagonismos simplistas, sino escudriñar las secuelas que este episodio ignominioso (desde la perspectiva de un ‘progresista’) y a buen seguro sobradamente conocido en la familia del doctor Sánchez (aunque acallado vergonzantemente) ha podido provocar en el nieto; y, por extensión, los efectos neuróticos que sobre las generaciones que hoy ocupan cargos de poder ha tenido la adulteración de la verdad sobre sus padres y abuelos, por mantener una pantomima de pureza ideológica.
Sin pretender ahondar en simas freudianas, podríamos preguntarnos si este secreto familiar reprimido explica –más allá de razones primarias de burdo cálculo electoral y de excitación cainita de la demogresca– la obsesión enfermiza del doctor Sánchez con Franco. De todos es sabido que el ‘celo del converso’ encubre con frecuencia secretos familiares oprobiosos. En términos psicológicos clásicos, se trata de un trastorno profusamente documentado: Freud lo llamó ‘formación reactiva’, un mecanismo de defensa que nos lleva a desarrollar comportamientos opuestos a los episodios secretos que nos provocan angustia o vergüenza; Alfred Adler ‘sobrecompensación’, a través de la cual la persona traumatizada por un sentimiento de culpa o inferioridad reacciona exagerando la nota en sentido contrario; y, en fechas más recientes, se ha estudiado la ‘transmisión transgeneracional de la vergüenza’, que explica que los descendientes traumatizados intentan ‘lavar’ los pecados de los padres atacando furiosamente aquello que los avergüenza. Se trata, en fin, de un trastorno que a lo largo de la Historia ha dado lugar a las más variopintas (pero siempre morbosas) conductas sociales: marranos que se erigían en los inquisidores más feroces, vástagos de colaboracionistas franceses que se hacían antifascistas furibundos, progenie de charnegos que se vuelve indepe a machamartillo o –¡como no!– hijos de papá franquista que se convierten en monteros de la montería antifascista, nueva modalidad de la caza del gamusino.
Este trauma que arrastra el doctor Sánchez explicaría su fijación neurótica con el Valle de los Caídos, erigido en una suerte de condensador freudiano, pues representa tanto la gloria del abuelo de la que el doctor Sánchez se avergüenza (las condecoraciones concedidas por Franco) como su traición al ejército republicano (muchos de cuyos combatientes se hallan enterrados allí). Y el trauma que arrastra el doctor Sánchez es, en realidad, el trauma que padece la clase dirigente española, en especial los miembros del partido de Estado, que son los auténticos herederos y continuadores de lo que se ha dado en llamar ‘franquismo sociológico’. En efecto, votar al partido de Estado es lo más parecido que hoy existe a aclamar a Franco en plaza de Oriente; es la expresión más consumada del ‘pancismo aprovechategui’ español. Aquellas familias que, procediendo más bien del arroyo (como la familia del propio doctor Sánchez), medraron y se convirtieron en clase media durante el franquismo quisieron seguir medrando con la democracia; y, como no soportaban reconocer su adhesión servil a Franco, como no soportaban reconocer que sus patrimonios habían sido asegurados y acrecentados por Franco, se inventaron una mitología antifranquista, que sus hijos mamaron traumáticamente, hasta desarrollar un resentimiento baboso contra quien gobernaba cuando sus familias salieron del agujero.
Este resentimiento de los hijos de papá del franquismo sociológico es el alma gangrenada del partido de Estado, el líquido amniótico emponzoñado en el que boga el Régimen del 78 y el aire que se obliga a respirar a las generaciones jóvenes, a quienes corresponde mandar al basurero cósmico de la Historia a esta patulea traumatizada por sus mierdas familiares.

