El vaciado de la soberanía española – Por Carlos X. Blanco

El vaciado de la soberanía española
Por Carlos X. Blanco

España ha renunciado a su soberanía. Las entidades estatales poseen soberanía plena o, por el contrario, existen simplemente como colonias y protectorados de otras que sí la tienen; no hay término medio. La soberanía “atenuada”, al final, no existe. La soberanía controlada por un hegemón extranjero es una soberanía falsa, reducida al plano de la ficción jurídica. El concepto de soberanía se asemeja al concepto de vida: o estás vivo o estás muerto. Uno puede sentirse gravemente enfermo, estar agonizando, pero mientras hay vida la vida se vive. Aun cuando exista el dolor y falte la esperanza, hay vida. Un país pobre, pero decidido a resistir, conserva soberanía. No es el caso de España.

En España no hay vida económica propia, y tampoco hay iniciativa política. No hay soberanía y la entidad estatal llamada oficialmente “Reino de España” ya no existe de facto. En muchos artículos vengo afirmando que somos colonia a triple nivel: colonia de Estados Unidos, colonia de las franquicias que los yanquis han creado en Europa, a través de Francia y Alemania y, finalmente, colonia de Marruecos. Esta inexistencia de vida económica propia, así como inexistencia política, de facto, supone un vacío. Un vacío de soberanía. Cuando las instituciones del Estado van perdiendo progresivamente su legitimidad, aun cuando esta legitimidad ya de origen era una legitimidad cuestionable, el Estado va dejando un vacío. Deja de haber Estado: se sigue una inercia ficticia.

España como Estado democrático “emanado”, a fin de cuentas, de un 18 de julio de 1936, y de una guerra civil que dio paso a una dictadura siempre tendrá una espada de Damocles. La democracia puramente formal, oligárquica en realidad, es fruto de esa misma dictadura que, muchos años más tarde, decide “hacerse el harakiri” con la Reforma Política y la redacción de una Constitución demoliberal, es una democracia que -ni siquiera en su formalidad- no cuajó. No funcionan las instituciones: las minorías prevalecen sobre las mayorías (chantaje de los nacionalistas vascos y catalanes, imposiciones de colectivos exiguos como los radicales del sexo bizarro, etc., falta de separación de poderes, etc.). España es hoy un Estado fallido.

España se reconstituyó en una entidad en sí cuestionable a ojos del hegemón y del gran Capital, para regocijo y ventaja de ellos. Los Estados Unidos aprovecharon los huecos, llenaron el vacío con sus injerencias y la colaboración necesaria de los otros niveles (europeo y marroquí). El sistema partidocrático, la (des)organización territorial autonómica y el separatismo son, todos ellos, elementos aptos para hacer hueco y difuminar la soberanía nacional.

1-La legitimidad de origen del Régimen del 78 fue, cuando menos, cuestionable. Gran parte del entorno franquista, a excepción del llamado “búnker” había sido cooptado por los norteamericanos. La CIA piloteó la llamada “apertura” y después, la muy glorificada “transición”. Se trataba de ampliar las oligarquías. A las oligarquías franquistas había que añadir otras nuevas, con fuertes vínculos financieros en Europa y Estados Unidos, para así transformar el Estado Autoritario en una democracia liberal, guardando las apariencias formales de las otras democracias de Occidente. Las apariencias formales, incluso, ya están desapareciendo con el mandato de Pedro Sánchez.

2-La legitimidad en ejercicio, la del Régimen del 78, llegó a ser nula en cuanto que la soberanía del Estado y los mecanismos de control popular de la misma fueron nulos. El Régimen ya había sufrido enérgicas injerencias norteamericanas incluso antes de haber nacido: el atentado que le costó la vida a Carrero e impidió que éste fuera el presidente a la muerte de Franco, sin llegar a ser el verdadero artífice de una soberanía española, autoritaria o no. Ese fue un crimen que contiene todas las claves de la posterior historia de la democracia formal española. Fue un magnicidio, una democracia vigilada y monitorizada desde la CIA (y la extensión de la CIA que siempre fue el nacionalismo vasco y su versión terrorista, ETA, tras la etapa de manoseo británico por medio del MI6). La injerencia continuada se ejerció también desde los fondos financieros que pasaban por las manos de la Socialdemocracia alemana.

Las extrañas presiones a las que fue sometido Suárez (por su escasa obediencia, como Carrero, a la CIA), el episodio del 23-F y su desplazamiento definitivo, la “santificación” del Borbón, vinculado al golpe de manera no aclarada, la elección de González como el peón perfecto para la CIA y sus intereses en España, el ingreso en condiciones humillantes en la Comunidad Europea, las reconversiones y el neoliberalismo salvaje de los gobiernos socialistas, la entrada en la OTAN, la domesticación de toda la izquierda, los atentados de Atocha, la extraña connivencia entre la ETA y las cloacas del Estado Español, la callada financiación extranjera del separatismo, etc… Toda, absolutamente toda la trayectoria de aquella que llamaban “joven democracia española” se puede reinterpretar ahora, sin hacer violencia a los hechos, como la historia de un vaciado. El vaciado de la Soberanía implica, a su vez, el horror vacui. Ese espacio vaciado debe ser inmediatamente ocupado por alguien distinto, por entes soberanos extranjeros poseedores -de antigua data- de derechos, privilegios e intereses en el territorio previamente vaciado.

La oligarquía del franquismo inició el proceso de vaciado. El Régimen salido de la guerra civil de 1936-39 fue muy duro en su actividad represora. El exilio, y las distorsiones que en él provocó la Contienda Mundial, fue del todo ineficaz a la hora de poner dificultades a la dictadura. Divididos, dispersos, implicados a su vez en la Gran Guerra, carentes de organización y sin apoyo internacional, en realidad, no hubo oposición española a Franco que fuera digna de consideración, a excepción de los comunistas. Con un número muy elevado de ejecuciones y detenciones, el peligro “republicano” desapareció para el Caudillo. Los “maquis”, una guerrilla de las montañas, fueron siendo eliminados lentamente. Esta guerrilla andaba muy desconectada del exterior, mal pertrechada y cada vez más aislada de la población civil, que dejó de prestarles cobertura pues se cuidaba mucho de ser denunciada por colaboracionismo.

En contra de los mitos de la historiografía “progresista”, Franco contó con abundantes apoyos de las clases medias (por tanto su dictadura no fue exclusivamente militar, aunque el ejército era una pieza clave), y los opositores políticos dentro y fuera del Régimen habían sido convenientemente eliminados o, por lo menos, aterrorizados. La dictadura solamente contó con un número importante de huelgas y de clase obrera organizada, incluso en fecha tan remota como los años 40, en las cuencas mineras asturianas (también extensibles a la montaña de León). Hasta que el MI6, primero, y la CIA, después, no metieron bien sus zarpas en el país, solamente Asturias era un foco de problemas para el Caudillo, en absoluto lo fueron el País Vasco y Cataluña, cuyos regionalismos no eran peligrosos para Franco y en donde reinaba la paz (bien por medio, bien por adhesión). El mito de la rebeldía euskalduna y catalanista es una sucia mentira, como tantas. Hasta que el Régimen no fue decayendo y descomponiéndose, en aquellas regiones predominó el servilismo. Cuando empezaron las reformas, entonces las oligarquías reactivaron aquella patraña de las “naciones históricas”.

Asturias era el único punto del país donde la temible Guardia Civil, y demás elementos represivos de Franco pasaban auténtico miedo y en donde tenían dificultades. Esto era así, en el contexto de un Estado militarizado y represor. Los abuelos y padres de los actuales revoltosos de Cataluña y País Vasco, que tan antifranquistas parecen ser hoy en día, gozaban, en general, de las mieles de haber sido parte de los vencedores y sus regiones gozaron de trato de favor, siguiendo la vieja tradición borbónica de eliminar Fueros pero dar ventajas fiscales y comerciales a los ricos de la periferia.

Algunas células comunistas, corriendo alto riesgo y siempre apoyo soviético, existían fuera de Asturias, lugar en donde el comunismo minero nunca había perecido, pero eran como esporas que trataban de no ser vistas, recogiendo información y esperando mejores tiempos. Ya en los años 60 surge el mito de la “protesta universitaria” madrileña, barcelonesa, etc.. En realidad, muchos estudiantes y profesores “contestatarios” poseían linaje franquista, y el Régimen, con un alto sentido del “linaje”, fue mucho más blando con los rojos burgueses y universitarios, de apellidos ilustres vinculados al Alzamiento, que con los rojos huelguistas de las minas, a quienes se les podía apalear hasta la muerte sin que nadie se enterara, no siendo camaradas inmediatos, familiares y amigos.

La oposición republicana del exilio, inoperante y dividida, fue desplazada del todo, justo en el momento en que la CIA coordinó a los que serían perjuros del Régimen, franquistas que, en general ya no habían luchado en la Guerra y no formaban la vieja guardia, así como políticos y conspiradores profesionales (incluyendo al comunista Carrillo). Desde Francia, Alemania y otros puntos del extranjero, los planes yanquis se fueron ajustando matemáticamente de acuerdo con su guion.

El guion no daba papel alguno al pueblo. Este “Pueblo” español, sólo habría de participar en las consultas precocinadas por un gourmet que se ocultaba en la sombra. Los referéndums “democráticos”, igual que los convocados por Franco (a los más jóvenes hay que recordarles que también Franco pidió refrendo en las urnas en varias ocasiones), siempre estuvieron diseñados para que saliera “lo correcto”. La Constitución y, previamente, las reformas todas que condujeron a ella (“de ley a ley” o harakiri franquista) había sido redactada a gusto de los norteamericanos. La conversión de España en democracia (formal) no fue, en absoluto, un fruto de la lucha de clases sino un fruto podrido de las oligarquías de entonces, que en parte siguen siendo las de ahora. No había una importante oposición al Estado Autoritario fuera de la oposición del Partido Comunista, la cual, dicho sea de paso, clamaba también por un advenimiento de una democracia liberal multipartidista (aunque fuera nada más que a modo de transición hacia el socialismo).

Había una pléyade de partidos, la mayoría minúsculos, sin base social alguna. El propio PSOE que hoy destroza España y apura el vaciado de la soberanía nacional no es el PSOE histórico, auténtico, sino un invento de la CIA (con la colaboración y visto buenos de los agentes secretos franquistas) nacido en Suresnes (Francia), consentido por el propio Carrero cuando intentaba hacer caso de los americanos. La partitocracia actual, aunque hayan cambiado siglas y nombres (el PSOE es excepción, y aun así el actual no es el PSOE auténtico) no tiene su origen en un movimiento popular, plural y con capacidad de presión sobre una dictadura. La partitocracia actual, en gran medida, ha sido producto de las oligarquías que vieron las ventanas de oportunidad abiertas al hacer caso de los designios yanquis.

Esos designios, a saber, vaciar de Soberanía a un Estado (legitimando, de paso, un Régimen que no moría cansado, sino que transmutaba para el propio bien de las oligarquías y para provecho del hegemón yanqui) se tradujeron:

1. En aislar al búnker, matar a Carrero y lograr líderes españoles más dóciles. Líderes que colaboraran con el sionismo, con el “amigo alauita”, y con el Imperio del dólar, en definitiva, imperio el cual rediseñaba sus dominios en Europa del Sur y en el Mediterráneo.

2. Neutralizar cualquier pretensión “colonial” de España: regalar el Sahara a Marruecos, pactando su invasión con Juan Carlos, artífice de tan indigno regalo (poniendo así en peligro directo a los saharauis e, indirecto, a los canarios y a otros ciudadanos españoles en contacto directo con el Sultanato). Se renuncia a Gibraltar y se desactiva cualquier solidaridad “hispanista” con naciones iberoamericanas, igualmente agarradas por el cuello con las manos angloyanquis.

3. Se potencia el fenómeno separatista, insignificante hasta los años 70, para tener al Estado Español en un puño. Este mecanismo, junto con el endeudamiento (igualmente, un producto de la democracia) convierte a España en una colonia de facto.

4. Se transforman los partidos obreros, y los sindicatos de clase, en meras correas de transmisión del Poder oligárquico, en agencias que colaboran con él y le sirven como tentáculos y antenas en medio de la sociedad civil. Se sustituye el marxismo por una difusa ideología masónica (“Humanidad”, “Progreso”, “Solidaridad”), que es la única que hoy predomina en la izquierda, apuntalando un neoliberalismo en lo estrictamente económico.

La actual ley de amnistía, la participación en la OTAN y la ayuda al dictador Zelensky, la sumisión a Marruecos y el mantenimiento de miles familias procedentes de ese país magrebí , cuyos hijos estudian gratis en España (a costa del erario público), las concesiones a las oligarquías vascas y catalanas, el uso militar que hacen los yanquis de nuestro espacio marítimo, terrestre y aéreo, el abandono deliberado de nuestra producción industrial, agropecuaria y pesquera en beneficio del eje franco-alemán… Todo ello indica que España sólo existe nominalmente, pues no es soberana y está dirigida por un cacique que ha malvendido al país, como lo han malvendido todos sus antecesores en el cargo, por lo menos desde Suárez. Pedro Sánchez, el criado perfecto para los poderes yanquis, es su más abyecto y eficaz servidor.

La Soberanía sólo puede reconquistarla el Pueblo. El Pueblo es el único que debe hacerlo. Pero ¿qué Pueblo?

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