En manos de alimañas – Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada

Escribo estas líneas desde mi patria chica, una vez más abrasada por los incendios. «Zamora lleva por nombre, / Zamora la bien quemada. / De un lado arde Sayago, / del otro se quema Tábara, / Culebra, Valles y Aliste, / y a nadie le importa nada. / Zamora lleva por nombre / Zamora la bien callada. / Durante años herida / y ahora abandonada». Ha sido una maestra zamorana, Paula González, quien ha escrito este desgarrador romance que los zamoranos recitamos, entre la rabia y el desaliento, cada vez que el fuego vuelve a abrasar nuestra tierra moribunda, víctima de la desidia y el abandono de las alimañas que nos gobiernan, que en estos días, mientras España se achicharra, vuelven a echarse las culpas los unos a los otros, como en noviembre hicieron con las inundaciones valencianas, como hacen siempre que su inepcia e irresponsabilidad siembran dolor y muerte entre el pueblo sufrido y esquilmado.

Las alimañas que nos gobiernan saben bien que, para mantener su fortaleza, necesitan debilitarnos azuzando el cainismo, necesitan enviscarnos y encizañarnos hasta atraparnos en una agotadora demogresca que nos incapacita para las empresas comunes. Así, han logrado crear una masa envilecida por el odio y el resentimiento, que miserablemente se consuela de sus desgracias culpando al adversario, como si las alimañas que nos gobiernan no formaran parte todas del mismo embolado. Y, mientras nos expolian, mientras nos desangran y calcinan, las alimañas se enzarzan socarronamente en rifirrafes tuiteros o en banales trifulcas sobre el reparto de competencias, sabedoras de que el llamado «Estado autonómico» es el más sibilino mecanismo de evasión de responsabilidades jamás urdido, una suerte de juego de birlibirloque o escamoteo político en el que todas estas alimañas pueden lavarse las manos, endosando la responsabilidad al que está por encima o por debajo, para de este modo ninguna hacer nada, o hacerlo torpemente y a destiempo. Así, mientras alimentan la demogresca, pueden dejar tranquilamente que las infraestructuras se degraden, pueden dejar que las inundaciones y los incendios nos destruyan.

Y si todavía a alguien se le ocurriera recordarles su responsabilidad, pueden echar la culpa al «cambio climático», convertido en la panacea universal que tapa su incompetencia y su malignidad. Si se queman los montes, la culpa la tiene el «cambio climático»; si la gota fría inunda las ciudades del Levante, la culpa la tiene el «cambio climático»; si sube el precio de la luz o de los alimentos, la culpa la tiene el «cambio climático»; si aumentan los cánceres, los ictus o los infartos, la culpa la tiene el «cambio climático»; hasta de las avalanchas inmigratorias tiene la culpa el «cambio climático», que se erige –¡en reñida competencia con Putin!– en responsable de todas nuestras calamidades. De nada sirve que, día tras día, se demuestre que todos los incendios declarados en estos días han sido provocados por gentuza con las más turbias motivaciones; las alimañas que nos gobiernan siguen invocando (se lo hemos escuchado a varios ministrillos y ministrillas) el «cambio climático» como discos rayados. Y es que su propósito no es tan sólo engañar burdamente a las masas cretinizadas; desean además disciplinarlas, desean intimidarlas, desean convertirlas en loritos lobotomizados que repiten sus consignas grotescas hasta convertirlas en dogmas de obligado cumplimiento que los exoneran de responsabilidad; y desean, por supuesto, convertir en apestados y réprobos a quienes osen discutirlas.

Así, mientras disciplinan e intimidan a la población obligándola a comulgar la rueda de molino del «cambio climático», las alimañas que nos gobiernan pueden ocultar que han promulgado una desquiciada ley ecolojeta de ‘Restauración de la Naturaleza’ que pretende devolver a un «estado salvaje» territorios antaño dedicados a la labranza o el pastoreo, prohibiendo el desbrozamiento de las malezas que pronto los invaden y convirtiéndolos de este modo en la mejor yesca para las llamas. Así, pueden ocultar que han recortado drásticamente el presupuesto destinado a la prevención de incendios, que a la sazón es apenas un tercio del que dedican a sus abyectas «políticas de igualdad». Así, pueden ocultar que, mientras reducen su flota de helicópteros e hidroaviones para combatir los incendios, destinan miles de millones a sufragar lejanas guerras y engordar la industria armamentística gringa. Así, pueden ocultar que han convertido España en un Estado fallido, en un país sin soberanía, en una colonia genuflexa que ordeña y desangra y achicharra a su pueblo hasta calcinarlo, mientras engorda a sus amos.

Y mientras las alimañas que nos gobiernan nos ocultan estos hechos palmarios y nos obligan a convertir en dogmas indiscutibles las consignas más delirantes, pueden permitirse el lujo de mearnos en la jeta; pues no se conforman con ordeñarnos, con desangrarnos y achicharrarnos, necesitan también humillarnos, mientras nos ven agonizar. Así lo acaba de hacer, mientras su jefezuelo se esconde ratonilmente en Lanzarote, el ministrillo Buñuelos que, sin rubor alguno, ha ensalzado la actuación del Gobierno en la erupción del volcán de La Palma, en las inundaciones valencianas o en el reciente apagón, para concluir con ese sarcasmo melifluo que lo caracteriza, digno del acólito más aplicado y repipi de la cofradía del mandil: «A nosotros las emergencias siempre nos pillan trabajando. Por este motivo, a los ciudadanos les interesa que el Gobierno siga presidido por Sánchez y el PSOE». Así se orinan estas alimañas sobre nuestro cuerpo abrasado, mientras disfrutan viéndonos agonizar.

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