Escasez – Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada

Este verano que ya claudica causó gran escándalo que un famoso escritor sistémico y de izquierdas proclamase: «Si hay una salvación posible para este mundo es recuperar la idea de escasez». La frase, como suele suceder con los titulares de prensa, estaba descontextualizada; pero al personal le molestó que diese estos consejos alguien que nadaba en la abundancia.

A mí la frase me pareció desafortunada por otra razón muy diversa. El concepto de ‘escasez’, referido a nuestro mundo y a nuestra época, se me antoja una burla; pues ni los recursos del planeta son ‘escasos’ (aunque, desde luego, sean finitos) ni me parece serio referirse a la ‘escasez’ cuando la actividad económica de los países capitalistas se orienta obsesivamente hacia el crecimiento, olvidando que su finalidad fundamental no es el mero incremento de la producción, ni el beneficio, sino la atención de las necesidades materiales y espirituales de la comunidad (poniéndoles, por supuesto, unos límites y un orden jerárquico, como conviene a la consecución del bien común).

La salvación del mundo no se cifra en recuperar la «idea de escasez», sino la de justicia, que consiste en dar a cada uno lo suyo. Otra cosa es que, una vez satisfechas sus necesidades, una persona virtuosa deba amar la pobreza, entendida no como lacra (que siempre debemos combatir), sino como virtud que nos ayuda a desprendernos de los bienes materiales. Pues, en efecto, la posesión de bienes materiales influye en la persona de modo nefasto: el hombre no sólo ‘posee’ las cosas, sino que estas, al estar unidas a su propia existencia, acaban ‘penetrando’ en su interior, acaban adueñándose de su alma, como la célula cancerosa se adueña de nuestro organismo. Pero la virtud de la pobreza no se cultiva desde la ‘escasez’, sino desde el desapego o desprendimiento.

En realidad, recuperar la «idea de la escasez» sólo salva al reinado plutocrático mundial y a los gobernantes malignos que lo sostienen. A ellos les conviene que hagamos de la ‘escasez’ un acto heroico: cambiemos el aceite de oliva por el aceite de girasol, cambiemos el filete por la pizza recalentada, cambiemos el piso en propiedad por el cuchitril alquilado y compartido, cambiemos la prole por la mascota, etcétera; y de este modo salvaremos el mundo. Pero haciendo tales cosas no estamos salvando el mundo; estamos salvando el reinado plutocrático mundial que desea concentrar la riqueza en muy pocas manos (en España, sin ir más lejos, el uno por ciento más rico de la población concentra una cantidad de riqueza superior a la del ochenta por ciento más pobre) y a los gobernantes malignos que actúan a sus órdenes. La invitación a recuperar la «idea de escasez» que nos hacía el escritor sistémico concuerda con esos reportajes que asiduamente publican los medios de cretinización de masas, presentando como modelos sociales a esos pobres diablos que, para reducir gastos, ponen la lavadora en el conticinio; o popularizando anglicismos repugnantes como staycation (vacaciones en casa) o coliving (compartir vivienda). No hay ‘escasez’ de fluido eléctrico, como no la hay de plazas hoteleras o de viviendas; lo que hay es gente que carece de recursos para permitírselos. Pero el reinado plutocrático mundial pretende que esa gente ‘perciba’ la lacra de la pobreza que los aflige como una tendencia cool o una elección creativa y solidaria con el planeta.

En el planeta no hay ‘escasez’, sino acaparamiento. Y más que la «idea de la escasez» habría que recuperar la idea de una ‘economía’ que no sea ‘crematística’ (según la distinción clásica de Aristóteles) y permita que la abundancia existente se reparta más equitativamente, atendiendo a las necesidades y a los méritos de cada uno, sin permitir desigualdades abusivas y sin imponer un igualitarismo abusivo, sino atendiendo a la contribución que cada uno hace al bien de la comunidad. Asumir la «idea de la escasez» me parece más bien una forma de conformismo peligrosa, una variante de aquella «servidumbre voluntaria» a la que se refería La Boétie en su clásico discurso; sólo que con la habilidad de hacer creer quiméricamente al siervo que está salvando el mundo, para que su pobreza tenga un efecto euforizante.

Curiosamente, la izquierda nunca abogó por la escasez mientras fue materialista, sino que aspiraba a crear riqueza suficiente para que nadie la padeciese, combatiendo la injusticia (otra cosa es que esa aspiración la lograse). Ahora la izquierda se ha tornado idealista y asume la injusticia, invitando a quienes la sufren a ‘superarla’, pues se trata de una fatalidad que no podemos cambiar y a la que debemos adaptarnos.

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