Hasta el abismo
Por Juan Manuel de Prada
Ya hemos explicado en artículos anteriores que no existe ningún parapeto que impida la aprobación de una ley de amnistía en la letra de la Constitución, ese magno repertorio de anfibologías. Mucho menos encontraremos tal parapeto en su espíritu, que es mefítico y disolvente. Por eso el doctor Sánchez ha proclamado con socarrona solemnidad que sus cambalaches serán «coherentes con la letra y el espíritu de la Constitución».
Sin embargo, cualquier persona con sentido común advierte que esa amnistía no pretende el bien común, ni siquiera ese difuso ‘interés general’ que invocan los demócratas de pezuña negra, sino el más descarnado interés personal del doctor Sánchez. La ley de amnistía en ciernes se trata, en efecto, de un enjuague sórdido que no trata de restablecer la justicia ni la convivencia, sino tan sólo favorecer un mercadeo de escaños que permita al doctor Sánchez mantenerse en el poder. Y el sentido común nos indica que no se puede permitir que un ‘servidor público’ (perdón por el sarcasmo) ejerza su autoridad, o las facultades que le concede un cargo para sacar un provecho personal.
Pero… sólo puede haber sentido común en las personas que aceptan lo bueno y rechazan lo malo. No puede haber sentido común allá donde hay eclipse de la conciencia moral. Y los timoneles del Régimen del 78 la eclipsaron permitiendo que nuestras acciones se guiasen por el deseo, por el capricho, por la más pura conveniencia personal disfrazada de emotivismo. Nos han permitido abandonar a nuestras familias, asesinar a nuestros hijos, explorar todos nuestros orificios, chapotear en todos los vicios, como la piara chapotea en el albañal; y, a cambio de esta concesión, han logrado que nosotros les profesemos un ‘amor infantil’ que se reparte en negociados ideológicos, pero que converge en rechazar lo bueno y aceptar lo malo sin remordimiento. Y una sociedad que ha eclipsado su conciencia a cambio de que su interés personal (por criminal o aberrante que sea) se imponga ya no puede rebelarse contra un gobernante que concede amnistías en su beneficio. Y, si lo hace, será en volandas de una hipocresía pinturera que no resultará convincente ni catalizará ninguna transformación social genuina.
Resulta muy expresivo de esta hipocresía que sea precisamente Aznar el paladín de la rebelión social contra la amnistía a los indepes. Aznar, el hombre que, por mantenerse en el poder, terminó de entregar las competencias educativas a los separatistas y amparó la ‘inmersión lingüística’, se erige ahora en paladín de la rebelión social contra los indepes. El doctor Sánchez puede dormir tranquilo. Sabe que ni uno solo de sus adeptos le reprochará que actúe guiado por el más descarnado interés personal; y sabe también que sus detractores se lo reprochan de forma hipócrita y, por lo tanto, inconvincente. Es el rabadán de una sociedad sobornada, sin sentido común ni discernimiento moral; y está dispuesto a pastorearla hasta el abismo.
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