“Gran alianza”
Por Juan Manuel de Prada
Desde los cuarteles de invierno y geriátricos socialistas se demanda que los dos partidos mayoritarios se entiendan y formen una «gran alianza», para evitar que la «gobernabilidad de España» quede en manos de un prófugo de la justicia. Y también algunos prohombres de la derecha más morrocotuda se suben en la opípara peana «constitucionalista» y se rasgan las vestiduras porque el doctor Sánchez prefiera pactar con Otegui o Puigdemont antes que con Feijóo. ¡Qué mezcla tan inefable de conmovedora ingenuidad y sibilina hipocresía!
La «gran alianza» es por completo incompatible con el Régimen del 78, que hace del «pluralismo político» un valor supremo. Nuestra Constitución antepone el ejercicio de la democracia organizada en partidos (donde se encarna el «pluralismo político») a la supervivencia misma de la comunidad política. Cualquier partido puede formar parte de ese «pluralismo político», aunque postule la disolución o troceamiento de la comunidad política. La Constitución es militantemente democrática (es decir, considera que todas las ideas políticas pueden formar parte de ese «pluralismo político» de manga ancha que preconiza); en cambio, sólo es patriótica de un modo vago y declamatorio, pues admite en su «pluralismo político» a quienes desean dañar o destruir la comunidad política.
Y ese «pluralismo político», organizado en partidos de izquierda (progresistas intrépidos) y derecha (progresistas rezagados), necesita escenificar un choque. Simone Weil nos enseña que la partitocracia se alimenta de pasiones colectivas divergentes que «chocan entre sí con un ruido verdaderamente infernal que hace imposible que se oiga, ni por un segundo, la voz de la justicia y de la verdad». El Régimen del 78, para sobrevivir, necesita masas que, al votar a los progresistas intrépidos, piensen que están combatiendo el «fascismo»; y otras masas que, al votar a los progresistas rezagados, piensen que van a derogar el «socialcomunismo». Si los partidos encargados de representar esta pantomima se juntasen en una «gran alianza» todo el embeleco se vendría abajo: el «pluralismo político» se probaría una fantochada y los partidos perderían su capacidad mafiosa para vampirizar la riqueza nacional y las instituciones (y no podrían colocar a sus ingentes huestes de chupópteros). Una gran alianza, amén de demostrar que el «pluralismo político» es una engañifa, acabaría con el «ruido verdaderamente infernal» (demogresca) que sostiene el Régimen del 78.
Nuestra Constitución es tan militantemente «democrática» y tan tenuemente «patriótica» que si mañana un partido que antepusiese la supervivencia de la comunidad política a ese «pluralismo político» de manga ancha tuviese posibilidades de gobernar, inmediatamente el resto de partidos harían piña contra él. ¡Entonces, sólo entonces, se haría posible una «gran alianza» de demócratas! Pues está en el espíritu nihilista de la Constitución proteger la democracia contra la patria.
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