Guerra en la sombra: Trump vs. el Estado Profundo
Por Marcelo Ramírez
La política estadounidense se ha transformado en un campo minado donde los contendientes ya no son simplemente demócratas y republicanos. La verdadera lucha, la que no se muestra en los medios tradicionales salvo como deformación caricaturesca, es la que enfrenta a Donald Trump con el entramado oscuro del Estado Profundo. Esa estructura que persiste más allá de elecciones, formada por burócratas permanentes, agencias de inteligencia, corporaciones y medios, ha declarado una guerra sin cuartel contra quien osó desafiar sus mandamientos.
Trump no es el enemigo por lo que dice o propone. Es el enemigo por haber demostrado que el sistema puede ser alterado, que los acuerdos tácitos entre élites pueden romperse y que el discurso políticamente correcto puede ser arrasado sin pedir disculpas. Lo que está en juego es el monopolio del poder y la narrativa. El ex presidente, con todos sus errores y contradicciones, representa para ese aparato una amenaza intolerable: la posibilidad de que el poder vuelva a depender del voto popular y no de las usinas de poder oculto.
Desde su primera campaña se desató una maquinaria sin precedentes: espionaje interno, fabricación de causas judiciales, persecución de su entorno, censura explícita en redes sociales, operaciones psicológicas y mediáticas, y finalmente, un uso descarado del Poder Judicial como arma política. Todo vale si el objetivo es impedir que vuelva a la Casa Blanca. Las formas democráticas se abandonan sin sonrojo cuando quien aparece enfrente no es parte del sistema.
Pero el fenómeno va más allá de Trump. Lo que ocurre en Estados Unidos es un espejo —distorsionado pero espejo al fin— de lo que se vive en buena parte de Occidente: un sistema que ya no representa a sus pueblos, que ha perdido toda legitimidad moral, y que se sostiene sobre el control del relato, el miedo y la judicialización del disenso. Las élites no están dispuestas a permitir alternativas reales al modelo globalista que imponen. Quien se atreva a cuestionarlo será reducido, proscripto o eliminado políticamente.
La “democracia” se vacía de contenido cuando no hay posibilidad de elegir algo realmente diferente. Las elecciones se convierten en rituales para legitimar lo mismo, y si alguien logra romper esa lógica, como lo hizo Trump en 2016, se activa el mecanismo de destrucción sistemática. No se trata de conspiraciones sin fundamento, sino de una estructura visible que ha dejado rastros en cada paso: desde el Russiagate hasta las imputaciones actuales, pasando por la censura concertada entre el Estado y las grandes tecnológicas.
Mientras tanto, el ciudadano medio queda atrapado entre la polarización y la desinformación. Cree elegir, pero solo vota lo que el sistema le permite. Trump encarna el límite de esa ilusión. Por eso la guerra es total. Lo que el Estado Profundo no puede tolerar es que alguien revele el truco. Y eso, más allá de simpatías o antipatías personales, es lo que debería preocuparnos a todos.
Las opiniones y análisis expresados en este artículo pueden no coincidir con las de la redacción de Kontrainfo. Intentamos fomentar el intercambio de posturas, reflejando la realidad desde distintos ángulos, con la confianza de aportar así al debate popular y académico de ideas. Las mismas deben ser tomadas siempre con sentido crítico.
La disidencia controlada es funcional. La real, la que desafía el núcleo del poder, es exterminada. Trump no es el problema. El problema es un sistema que solo acepta una forma de pensar y actuar. Y ese sistema hoy está en crisis. Una crisis que puede llevar a escenarios más caóticos, pero también a nuevas posibilidades de ruptura. La historia no está escrita, pero lo que hoy vemos en Estados Unidos es una batalla que marcará el futuro de todo Occidente.
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