Por Juan Manuel de Prada
Entre las generaciones más jóvenes aflora un malestar que se desagua de las formas más variopintas, desde la flojera y pesadumbre de vivir hasta la rabia más feroz; expresiones todas ellas propias de pueblos sin futuro. Y entre estas expresiones se cuenta un rechazo creciente a los «panchitos», que es como ahora llaman a las gentes procedentes de la América hispánica. En ese rechazo se entremezclan en zurriburri todos los detritos del pensamiento antiespañol y anticatólico, desde el «supremacismo» racial más abyecto hasta el europeísmo más servil; y, para denigrar el concepto de Hispanidad, se ha acuñado el parónimo burlesco de «Hispanchidad». Curiosamente, este rechazo a los «panchitos» está aflorando sobre todo en ámbitos derechoides, donde en apariencia más se promueve la idea de Hispanidad. ¿O será que en realidad se promueven sucedáneos?
Hace algún tiempo un líder de la derecha autóctona, invitado por un lobi gringo, remató su lamentable discurso con un grotesco «God bless America and Hispanicity». Donde por «America» no se refería al continente americano, sino a los Estados Unidos, según la abusiva sinécdoque que los yanquis han convertido en lema de su imperialismo rapaz. Pero pedir a Dios que bendiga de una tacada a Estados Unidos y a la Hispanidad es tan delirante (y maligno) como pedir que bendiga a la vez la gonorrea y el amor conyugal. Esta misma confusión se ha naturalizado en Madrid, donde se engalanan las calles y se disponen recursos públicos para que diversas comunidades hispanoamericanas celebren ignominiosamente las «independencias» de sus respectivos países. Permitir que se celebren esas festividades antiespañolas (sufragándolas, para más inri, a costa del erario) nada tiene que ver con la Hispanidad; como tampoco tiene nada que ver con la Hispanidad contratar por cifras millonarias a cantantes «latinas» más viejas que la Tana que han probado su servilismo a los Estados Unidos. Desde la derecha se está promoviendo desnortadamente una «Hispanchidad» que acabará convirtiendo nuestras capitales en imitaciones casposas de la muy casposa Miami, donde las sectas protestantes hacen su agosto entre los hispanoamericanos más pobres, mientras los más ricos acaparan los pisos de los barrios pijos, inflando el mercado inmobiliario, y nos advierten de los peligros de las dictaduras bolivarianas fumándose un puro. La derecha española, en fin, está promoviendo una «Hispanchidad» colonizada mentalmente por los Estados Unidos que es la antítesis de la Hispanidad. Frente a la unidad civilizadora y orgánica de la Hispanidad, bajo el fundente de una fe común, se promueve la unidad de hormiguero que interesa al mundialismo, con pueblos hispánicos convertidos en masa colectánea degradada por los subproductos culturales gringos.
Y esa «Hispanchidad», en una sociedad desnortada, está engendrando rechazo hacia los pueblos de la América hispánica, que es la mayor vileza en la que un español puede incurrir.