Por Juan Manuel de Prada
Acongoja el espectáculo de nuestro tiempo. Masas cretinizadas a las que unos ingenieros sociales al servicio de intereses plutocráticos ordeñan y corrompen, haciéndolas creer grotescamente que están combatiendo el fascismo o salvando el planeta. Y a las que, mientras dejan sin carne en el plato y sin sustento en el alma, convierten en alimañas, revolviéndolas ayer contra los pocos resistentes que no quisieron destrozar su sistema inmunitario, atiborrándolas hoy con montajes burdos y chapuceros sobre lejanas guerras, para que reaccionen paulovianamente. ¿Qué nuevos embustes (“relatos”) pergeñarán mañana para mantenerlas engañadas? ¿Qué nuevo virus se sacarán de la chistera para diezmarlas o atemorizarlas? ¿Contra quién dirigirán esta vez su miedo, su rabia, su envidia, su odio?
En estas masas cretinizadas descubrimos rasgos del hombre-masa de Ortega (un hombre orgulloso de su vulgaridad que sólo se guía por sus apetitos, convenientemente halagados), también del hombre unidimensional de Marcuse, idiotizado por los ‘mass media’. Pero el grado de alienación que alcanzan estas masas cretinizadas es, en verdad, superlativo. Nunca como en nuestra época se había logrado inculcar en las personas los comportamientos e inquietudes que en cada momento interesan a los manipuladores, logrando que tales comportamientos e inquietudes cambien de la noche a la mañana (y enseguida surjan otros que los sustituyan), como si en lugar de personas fuesen monigotes de plastilina. Así han conseguido que gentes inoculadas con un tósigo o placebo, lejos de reclamar responsabilidades a quienes las inocularon, se resolviesen contra los que no accedieron a inocularse; y ahora han logrado borrar de su horizonte mental el fantasma del coronavirus, sustituyéndolo por la angustia bélica y el convencimiento de que los ‘hijos de Putin’ son causantes de sus males. Todo ello para que los auténticos causantes se vayan de rositas.
Para conseguir esta taumaturgia azufrosa que convierte a personas en monigotes de plastilina se requieren aquellas técnicas de «condicionamiento operante» de las que hablaba el psicólogo conductista Skinner, que permiten ‘programar’ a los hombres, consiguiendo que su conducta se adecúe a lo que el ‘educador’ determina en cada momento. Y para ‘programar’ a los hombres sólo se requieren ‘educadores’ que gestionen sus neurosis, administren sus miedos y pastoreen sus angustias; a la vez que les instilan manías persecutorias contra los ‘no vacunados’, los ‘prorrusos’, los ‘ultraderechistas’, los atlantes, los lotófagos, los cíclopes, los lestrigones o las amazonas. Y, entretanto, estos hombres programados pueden ser saqueados y corrompidos.
Pero no caigamos en la desesperanza. Contamos con un Dios que sabe cómo salir de la tumba; y que también sabrá salvar de algún misterioso modo a estos hombres programados, apartándoles la venda de los ojos. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera.
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