Por Marcelo Ramírez
La acción del gobierno de Daniel Noboa, ingresando en la Embajada de México, ha confirmado la peligrosa actitud de una camada de nuevos políticos, ignorantes del derecho internacional más básico. La inmunidad de las embajadas es algo esencial en las relaciones internacionales y consta de un conjunto de privilegios y exenciones legales que disfrutan las embajadas y consulados. El objetivo de esas reglas es permitir que los diplomáticos realicen sus funciones sin interferencia del Estado anfitrión, protegiendo la integridad y la independencia de la misión diplomática.
Uno de los más elementales es la inviolabilidad de los predios de las embajadas. Los edificios y la residencia de los embajadores no pueden ser invadidos por las autoridades locales sin el consentimiento del jefe de la misión diplomática. La policía, las fuerzas armadas o cualquier otro elemento de la seguridad del Estado, no pueden acceder para efectuar búsquedas, arrestos o cualquier otra actividad sin permiso. La propia Justicia del país anfitrión debe respetar esas normas, y hacerlas respetar por los agentes mencionados.
De igual manera, los diplomáticos y sus familias disfrutan de inmunidad de la jurisdicción penal y en algunos casos de la jurisdicción civil. Por ese motivo que no pueden ser procesados por las leyes locales, con la excepción de delitos graves. Es deber de las autoridades locales garantizar la seguridad y protección de las instalaciones de la misión diplomática contra cualquier intrusión o daño, evitando la perturbación de la paz de la misión o la dignidad de la misma.
Estos principios han sido establecidos en la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas en el año 1961, que es el tratado internacional que establece las reglas de las relaciones diplomáticas entre los Estados.
Las razones tienen que ver con el objetivo de crear canales de diálogo que permitan mantener relaciones y comunicaciones necesarias. Pueden ser “Cada embajada tiene un único propósito: servir como espacio diplomático con el objetivo de fortalecer las relaciones entre países”, como expresó el gobierno ecuatoriano, o simplemente para tener comunicaciones en situaciones de tensión. La URSS y los Estados Unidos, aun en plena Guerra Fría, mantuvieron estos canales abiertos porque así era necesario, y nunca invadieron las representaciones diplomáticas bajo ninguna excusa.
Esto tiene que ver con un sentido más amplio de las relaciones entre los Estados, que pueden ser positivas o no, pero sí son necesarias. Hay un trasfondo histórico que Noboa debería releer, debido a que el origen de las embajadas se remonta a las antiguas civilizaciones. La práctica de enviar mensajeros o representantes a otros Estados para negociar acuerdos, formar alianzas, o simplemente para comunicar mensajes, es tan antigua como la organización política de la humanidad.
En las civilizaciones antiguas como Egipto, Mesopotamia, Grecia y Roma ya encontramos antecedentes de prácticas de intercambio diplomático. Los mensajeros y los emisarios eran enviados con mensajes o regalos para reyes y gobernantes de otros territorios. Y ya en esos tiempos, estos representantes gozaban de un cierto grado de inmunidad, basado en la reciprocidad y el respeto mutuo, aunque no existía codificación legal como las mencionadas en la actualidad.
Durante la Edad Media, las ciudades-estado italianas como Venecia y Génova desarrollaron sistemas más sofisticados de diplomacia, incluyendo el establecimiento de embajadas permanentes en ciudades extranjeras importantes para sus intereses comerciales.
Durante el Renacimiento comenzamos a ver el concepto moderno de embajada. “El Príncipe”, la obra de Nicolás Maquiavelo, que data del año 1513, menciona la importancia de la diplomacia y los embajadores en la actividad política. Se fue afianzando la idea de misiones más permanentes, con representantes y personal viviendo en el extranjero por largos periodos.
A partir de la Paz de Westfalia en 1648, que marcó el fin de la Guerra de los Treinta Años en Europa, podemos observar el nacimiento del sistema de Estados soberanos y la diplomacia moderna como base de lo que hoy conocemos. En ese tratado se estableció el principio de soberanía nacional y sentó las bases para las relaciones internacionales reguladas a través de embajadas y diplomáticos.
Más recientemente, en el Congreso de Viena en 1815 y luego en la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961 se terminaron por formalizar las reglas y convenciones de la diplomacia moderna, incluyendo el estatus, los privilegios, e inmunidades de las embajadas y los diplomáticos.
Hoy ha aparecido un gobierno como el de Noboa que no comprende la historia y las razones y antepone una cuestión personal como es la acusación del vicepresidente de Rafael Correa, Jorge Glass. Simplemente, hay que comprender que no interesa quién es Glass y si tiene razón la Justicia ecuatoriana o si es una causa política.
La realidad es que hay bases del derecho que deben ser respetadas si no queremos entrar en un mundo sin regla alguna y que se rija por la ley de la selva en la cual el Estado más poderoso imponga su lógica.
Esto podría parecer simplemente un exabrupto de un presidente centroamericano, si no fuera por el conjunto de señales preocupantes que comienzan a verse en la actualidad. En primer lugar, debemos establecer un marco analítico dentro de un contexto del enfrentamiento entre el Occidente capitaneado por el mundo anglosajón y el mundo multipolar con eje en Rusia y sus aliados.
Occidente, que empieza a ver el ocaso de su poder debido a que es superado en todos los órdenes: financiero, económico, industrial, tecnológico, militar, etc., comienza a romper las reglas establecidas por sí mismo cuando eso era suficiente para el control global.
El mundo anglosajón instaló reglas que lo favorecían en todos los planos, sin embargo, países como China lo enfrentaron con esas mismas reglas, las del librecambio, por ejemplo, y comenzó a volcar la balanza en su favor.
La fuerza militar para establecer quién tiene razón, es otro de los principios que favoreció a Occidente hasta que Rusia comenzó a producirle derrota tras derrota, en primer lugar frenó el caos en Medio Oriente, sosteniendo a Bashar al Assad y frenando la anarquía que se impulsaba. En Ucrania la OTAN está viéndose derrotada y la pérdida no solo afectará sus planes de expansión contra Rusia, sino que mina el prestigio de la organización como brazo armado disciplinador.
Josep Borrell no ha vacilado en decir que la guerra en Ucrania no es por solidaridad con el pueblo ucraniano, sino con la necesidad de mantener a EE. UU. como líder mundial indiscutido.
En este contexto, podemos observar con intranquilidad como presidentes como el argentino Milei se lanzan a confrontar con otros países, muchas veces vecinos, por cuestiones ideológicas. La presencia de la general de 4 estrellas Laura Richardson, jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, lo ha llevado a detener las obras del reactor nuclear financiado por China y, entre muchas otras cosas, entregar una base naval en el extremo sur argentino a los EE. UU.
Sin embargo, tal vez lo más preocupante son las acusaciones hacia otros mandatarios de la región de países históricamente amigos, desconociendo el principio de no injerencia en asuntos internos. En una anticuada campaña contra el comunismo, Milei colabora en aumentar las tensiones regionales. Tensiones, que, por otra parte, amenazan una región generalmente pacífica. La cuestión de Venezuela y Guyana con el Esequibo, con la presencia de un buque de guerra británico en el medio, y la llegada de Macron a Brasil, presionando por el Amazonas, señalan cada vez con más fuerza que la geopolítica ha llegado a la región.
El conflicto global mencionado comienza a hacerse sentir en todas partes, desde África pasando por Medio Oriente hasta Asia Pacífico, Iberoamérica no tardaría en ser parte de él. Ya vemos los primeros pasos, que se dan dentro de un modelo de desconocimiento de las normas más básicas de la diplomacia.
Netanyahu acaba de bombardear un consulado iraní en un tercer país como Siria, Francia envía tropas a Ucrania, la UE sigue aumentando sus entregas de armas y tropas escondidas como mercenarias. Canadá toma un papel activo interviniendo en conflictos muy lejos de su frontera y así podríamos seguir mucho tiempo.
El presidente argentino, Javier Milei, coquetea con el peligro, señalando que su Ministro de Defensa, Luis Petri, está analizando con las autoridades ucranianas, si va a haber colaboración militar argentina. Esto lo hace pasando por encima a la potestad del Congreso de definir la salida de tropas e inclusive en involucrarse en un acontecimiento bélico.
En una primera lectura podríamos asegurar que EE. UU. ha dado luz verde para que cada líder de cada país se sienta con derechos a actuar, desconociendo principios básicos que en otros momentos serían denunciados como injerencias intolerables, cuando no como simples actos de guerra. Pero las circunstancias hoy tan especiales en donde se juega el fin del predominio histórico de un bloque, hacen que estas cosas pasen desapercibidas. Más aún, estamos bastante acostumbrados a que EE. UU. y la OTAN decidan ataques violatorios con el derecho internacional con excusas triviales o simples falsedades. Hoy, no obstante, la situación va más allá y no se toman el trabajo, y el tiempo, necesario para crear al menos una argumentación plausible.
La premura es una de las causas, no hay tiempo para dilaciones ante el avance de sus enemigos, pero no es lo único. Empezamos a ver que el peso de EE. UU. como único juez autorizado a decidir a quién se castiga y cómo, empezó a ceder. Esto sucede extrañamente no por parte de sus enemigos mencionados, Irán, Corea del Norte, Rusia, China, países predecibles y pacientes en sus políticas, sino por arte de sus propios amigos.
Zelensky es un caso a considerar, cuando amparado por un sector radical occidental, ha imaginado ofensivas imposibles y ha destruido sus capacidades militares y en el proceso, buena parte de las de la OTAN. Occidente le ha encomendado la guerra contra Rusia, pero no de esta manera, por lo menos. Alguna facción más dura le ha dado el respaldo, eso es imposible de desconocer, pero los poderes más formales han quedado desconcertados e impotentes.
Más clara se ve esta situación con Israel y Netanyahu, donde el ataque a Gaza simplemente ha dinamitado la imagen del país en el mundo, y pocos gobiernos, excepto el de Milei casi en soledad, le han dado luz verde.
A medida que pasa el tiempo, la situación se torna más insostenible, pero Netanyahu no vacila en aumentar la apuesta. Biden ha decidido mantener conversaciones con autoridades iraníes para aclarar que el primer ministro israelí en esto está solo. Si Teherán decide una represalia como es de esperarse y no ataca objetivos estadounidenses, limitándose a los israelíes, Washington asegura que no intervendrá.
Un doble mensaje, EE. UU. ya no es dueño de las decisiones y hasta los amigos más cercanos toman acciones inconsultas, en una evidente muestra de debilidad que está llevando a la anarquía.
El otro punto es notar como la aparición de una nueva clase política, irresponsable e ignorante, nos lleva a una situación peligrosa. Líderes del pasado, algunos con sus claroscuros, tenían una responsabilidad mucho mayor. Sabían la importancia de mantener las bases de la diplomacia, no emitiendo acusaciones a mansalvas, no atacando representaciones diplomáticas, no enviando armas abiertamente.
Hoy comenzamos a ver una combinación de ignorancia, irresponsabilidad y anarquía que nos acerca peligrosamente a una guerra global.
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