Impostura y titulitis – Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada

El lastimoso episodio protagonizado por una jamona pepera ha servido para que sepamos (o recordemos) que infinidad de politiquillos en activo se tunean el currículum, añadiéndole doctorados y licenciaturas que no poseen, o aderezándolo con cursillos ínfimos que hacen pasar por titulaciones de ringorrango. Algún día, el Régimen del 78 será recordado como una piscifactoría de truhanes dedicados al trinque, el mangui, la remanguillé y la cuchipanda, con el aderezo pintoresco de una fauna de tunantes con titulitis, que se tunean el currículum como las putillas de Instagram se tunean la jeta con fotochop.

Los impostores siempre han despertado en mí una irreprimible fascinación. De ahí que haya dedicado media vida a desentrañar las imposturas de mi amada Ana María Martínez Sagi, que logró ejercer como profesora en una universidad americana sin haber cursado estudios y se inventó un pasado heroico en la Resistencia francesa, para tapar los episodios más escabrosos de su biografía. Me fascinan los impostores literarios, desde el Barón de Münchhausen, jinete sobre una bala de cañón y pionero del turismo selenita, hasta el Ripley de Patricia Highsmith, estafador carismático y trepa inescrupuloso. Allá por la época de entreguerras, Europa se llenó de impostores: delincuentes que se hacían pasar por refugiados políticos, descendientes apócrifos del zar Nicolás II, cortesanas con ínfulas de princesas… Todos aquellos impostores, literarios o verídicos, eran auténticos artistas, llenos de audacia e ingenio, más exigentes y abnegados que cualquier actor, pues sus interpretaciones duraban una vida entera. Nada importa que el motor de estas imposturas fuese la megalomanía, el afán de lucro o la esquizofrenia; lo que de verdad importa es el deseo de ser otro, de reinventarse a uno mismo, haciendo de la vida una obra de arte del fingimiento.

Ninguna fascinación nos despierta, en cambio, esta plaga de truhanes con titulitis que infesta el Régimen del 78, desde el doctor Sánchez a la jamona pepera, pasando por la jarca de ministrillos y diputadetes que se tunean el currículum. En ellos sólo descubrimos, en primer lugar, desprecio hacia los pobres ilusos que los votan. Y, junto a este desprecio, encontramos el patético trauma propio del mindundi, del mandria, del piernas, del robaperas, del vago redomado, del inútil integral que aspira a disfrazar su inanidad manifiesta, su ignorancia supina, su pertenencia a la hez social, con títulos universitarios apócrifos (¡como si los títulos que expiden la mayoría de universidades españolas tuviesen más valor que las etiquetas de Anís del Mono!). Esta apestosa mezcla de desprecio y complejo de inferioridad sólo admite una explicación patológica: estamos gobernados por chusma que convive con la conciencia de su insignificancia a la vez que se pavonea ante los focos, haciéndose pasar por eminencias. Es entre este tipo de chusma donde florecen los resentidos más peligrosos y turbios.

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