La libertad según Díaz Ayuso
Por Juan Manuel de Prada
Isabel Díaz Ayuso, aunque se cree la Dulcinea de la derecha, es tan sólo su Aldonza Lorenzo; o sea, una moza de chapa y de pelo en pecho, con mucho rejo y mucha voz. Pero todo lo que sale por su boquita tiene un fondo basto, caótico y fanfarrón, que acaba cansando a cualquier persona que no tenga pelos en el alma, pues revela un zurriburri mental importante, trufado de conceptos políticos nefastos (que, sin embargo, la derecha más engorilada aplaude efusivamente). Así ocurre, por ejemplo, con las sandeces que soltó en una entrevista radiofónica reciente, donde defendió que las menores abortasen porque «no puedes obligar a nadie a llevar una vida contraria a la que ha deseado», a la vez que denunció la elaboración de «listas negras» que incluyan a los médicos que se niegan a perpetrar abortos. «Todo es bueno para el convento», decía el fraile; y llevaba una puta al hombro.
Estas declaraciones grotescas de Ayuso nos sirven para entender la noción turulata de ‘libertad’ que profesa. Al defender a la vez el aborto que permite a las menores cumplir con sus deseos vitales y la objeción de conciencia, Ayuso nos muestra que defiende la libertad como poder absoluto de autodeterminarse, la actuación sin reglas –plenamente soberana– de la individualidad, entendida como mera voluntad subjetiva. Es la ‘libertad del querer’ hegeliana, que no se guía por el discernimiento racional que determina lo que está bien y lo que está mal, sino por el puro deseo personal. No hay bien ni mal que pueda determinarse racionalmente, todo es opinable. Las pretensiones u opiniones ideológicas de cada quisque se convierten así en fundamento de la ley; y, por lo tanto, el derecho debe ampararlas a todas, sin enjuiciar su naturaleza, para no ejercer violencia sobre la libertad individual. En otras palabras, para Isabel Díaz Ayuso cada individuo tiene la capacidad de ser ley de sí mismo; y el Derecho se convierte en un mero instrumento para la plena realización de esa voluntad individual.
La ‘libertad’ ayusona consistiría, en fin, en poder realizar cualquier pretensión sin ‘responder’ ante nadie. Y la función del Estado consistiría en atender servicialmente la voluntad soberana de cada individuo, que podrá afirmarla siempre, salvo algunos límites (muy elásticos y brumosos) impuestos por la convivencia. De este modo, el ordenamiento jurídico no tendría como fin ordenar la vida en la polis según la justicia, sino permitir a todos y a cada uno realizar sus proyectos, sus deseos, sus aspiraciones… sin determinar si son justos o inicuos. Evidentemente, un Derecho convertido en garante de esta ‘libertad’ fundada en las decisiones puramente voluntaristas de cada persona se convierte en un instrumento que conduce al nihilismo, instaurando una sórdida disociedad. Y es, precisamente, en esa disociedad donde –por puro mecanismo reactivo– siempre acaba imponiéndose el comunismo. Por eso la disyuntiva ‘comunismo o libertad’, puesta en la boquita de Isabel Díaz Ayuso, es una burda tautología.
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