Por Ricardo Vicente López
Como quedó dicho en la nota anterior la revolución capitalista había comenzado a mostrar su capacidad destructiva del orden social comunitario para dar cabida al modo de producción industrial. Los primeros resultados lesivos que atacaron la organización social imperante hasta el siglo XVIII fue el comienzo de una gran pauperización. Esta llegó acompañada por niveles muy importantes de mano de obra desocupada, que mostraba cantidades crecientes de personas sin trabajo (Un ejército industrial de reserva [[1]]). Este panorama que, en la segunda parte del siglo XIX mostraba ya ribetes trágicos, conmovió la sensibilidad cristiana del papa León XIII (1810-1903) quien publicó la encíclica «Rerum Novarum» 1891 –(“De las cosas nuevas” o “De los cambios políticos”)– que fue la primera gran encíclica social:
«Es la primera encíclica social de la Iglesia católica. Fue una carta abierta dirigida a todos los obispos y catedráticos, que versaba sobre las condiciones de las clases trabajadoras. En ella, el papa dejaba patente su apoyo al derecho laboral de «formar uniones o sindicatos», pero también se reafirmaba en su apoyo al derecho de la propiedad privada (aunque no en su versión liberal de propiedad privada absoluta). Además, discutía sobre las relaciones entre el gobierno, las empresas, los trabajadores y la Iglesia, proponiendo una organización socioeconómica que más tarde da lugar a la carta de fundación de la Democracia Cristiana. Fue una pieza clave de la Doctrina Social de la Iglesia».
El Doctor en Trabajo Social, Manuel W Mallardi [[2]] en un largo artículo que publicó en la Revista de Trabajo Social – FCH – UNCPBA con el título La cuestión social en el pensamiento católico: revisión de cien años de encíclicas papales (1891-1991) planteaba sus conclusiones sobre el papel de la Iglesia en el desarrollo del pensamiento cristiano respecto de la situación del trabajo en la sociedad industrial:
«La preocupación de la Iglesia católica por las características que adquiere la “cuestión social” a partir del siglo XIX, tanto en su dimensión objetiva como subjetiva, presenta una larga tradición, y es posible reconocer en las encíclicas papales los principales posicionamientos que los sucesivos pontífices han tenido al respecto. La capacidad de incidir en la esfera política de distintos países, principalmente de occidente, ha hecho de la Iglesia católica un actor político fundamental del pensamiento moderno, capaz de intervenir en el desarrollo institucional de los Estados, sean democráticos o dictatoriales, como así también en la vida cotidiana de distintos sectores sociales».
Respecto a toda esta problemática no podemos olvidar el importante hecho político-ideológico que significo el Concilio Vaticano II:
«El Concilio Vaticano II fue un encuentro ecuménico de la Iglesia católica convocado por el papa Juan XXIII, quien lo anunció el 25-1-1959, uno de los eventos históricos que marcaron el siglo XX. Comparativamente, fue el Concilio que contó con mayor y más diversa representación de lenguas y etnias, con una media de asistencia de unos dos mil padres conciliares procedentes de todas las partes del mundo. Asistieron, además, miembros de otras confesiones religiosas cristianas».
Es interesante prestar atención a los manejos políticos del papa Juan XXIII y de sus peculiares rasgos de personalidad. A diferencia de la larga lista de papas anteriores este no era miembro de la aristocracia italiana, procedía de un hogar campesino pobre. Se caracterizó por un notable sentido del humor, por ello en Italia se lo recuerda con el cariñoso apelativo de Il Papa Buono («el papa bueno»). Ello no debe ocultar la sagacidad y la inteligencia política que demostró en el manejo de sus relaciones con los cardenales. La expresión “el discursito” tenía toda la intención de restar importancia a la reunión, para evitar entramparse en las discusiones que él ya conocía y no compartía. Los cardenales estaban preparados para abrir largos discursos argumentativos, llenos de citas bíblicas, al que se aferraban para evitar los cambios. Estos, para plantearle sus ideas, habían solicitado una entrevista con el papa Juan. Un invierno muy frío azotaba a Roma. El papa hizo abrir varias ventanas. En el transcurso del encuentro un cardenal le pidió cerrarlas, y contestó a ello: el Vaticano necesita ventilarse un poco. Hay una expresión del papa, ofrecida a los periodistas cuando respondió a qué había sucedido en el encuentro, que demuestra todo esto: «Quise abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior».
El Doctor Pablo Ponza [[3]] sostiene que:
«El Concilio Vaticano II y el ethos revolucionario en la Argentina de los sesenta-setenta hicieron especial hincapié en el valor comunitario y humanista que debía adoptar dicha praxis religiosa. Influenciadas por otros movimientos intelectuales y políticos que tenían lugar en ese momento de la historia de América. En buena medida, el Concilio recogió los avances promovidos por la llamada Doctrina Social, una especie de sociología evangélica nacida en el interior de la Iglesia a tono con los últimos desarrollos metodológicos y enfoques de las modernas Ciencias Sociales».
La Doctora Virginia Dominella presentó una ponencia para la VII Jornadas de Sociología de la Universidad Nacional de La Plata, cuyo título es “Argentina en el escenario latinoamericano actual: debates desde las ciencias sociales”. En ella dice:
«A partir de esta matriz integral y de los cambios que supuso el aggiornamento eclesial en la concepción de la Iglesia y de su relación con el mundo, muchos cristianos “liberacionistas” abrazaron la idea de “compromiso” y asumieron diversas formas de intervención pública y de militancia social y política con la intención de participar en la transformación de la realidad, en un contexto histórico marcado por la efervescencia social. En este marco, el peronismo se constituyó en una opción “natural” de buena parte de los militantes católicos. Si “ir al pueblo” y “estar con los pobres” significaba en otros países latinoamericanos “encontrarse con el socialismo y el comunismo”, en Argentina se trataba de relacionarse con el movimiento peronista».
Reflexión final: La intención que motivó escribir estas tres notas fue este clima de menosprecio por la filosofía política, más aún el alejamiento de la lectura y el abandono de una reflexión comprometida. Ello debería alertarnos ante esta etapa en la que los valores humanos han casi desaparecido de los ámbitos públicos, y de las conversaciones entre los ciudadanos de a pie. Estos espacios han sido invadidos por la palabra cínica, alejada de todo respeto por la verdad. Ese lenguaje grosero, desfachatado, insensible, se ha convertido en los modos dominantes de la comunicación social: todo se puede decir, todo se puede afirmar con aires de certeza, sin la menor exigencia de saber de qué se está hablando. Todo ello está presente en los medios públicos de información. Esta etapa de nuestra historia puede ser comparada con la década de los años treinta, etapa que un gran poeta porteño, fue compositor, músico, dramaturgo y cineasta, Enrique S. Discépolo (1901-1951) lo describió con estas palabras:
«Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador; todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor… hoy ya murió el criterio: vale Jesús lo mismo que el ladrón».
[1] Ejército industrial de reserva es un concepto desarrollado por Karl Marx en su obra El Capital que se refiere a la existencia estructural del desempleo, en las sociedades cuyo modo de producción es el capitalista,
[2] Egresado de la Universidad Nacional del Centro y por la Universidad Nacional de La Plata, y Profesor Adjunto en el Licenciatura en Trabajo Social y Director de la Maestría en Trabajo Social, ambas de la FCH-UNICEN.
[3] Investigador del CONICET, Instituto de Estudios de América y del Caribe de la Universidad de Buenos Aires (Argentina) Doctor en Historia de América, Universidad de Barcelona.
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