La economía argentina. Etapa Virreinal. Europa y el Mercantilismo. Parte I

Por Ignacio Drubich

Nueva forma de poder, nueva economía. Las distintas formas de organización económica que la historia humana alumbró siempre guardaron una estrecha relación con la naturaleza de las instituciones que emergieron en los diversos períodos de nuestro largo devenir. En la etapa que nos proponemos estudiar, que va desde el siglo XV al XVII, asistiremos a la formación de los Estados-Nacionales modernos, que progresivamente irán reemplazando al Régimen Feudal, afincado jurídicamente en un esquema de disgregación territorial y política, con muchos pequeños reinados que asumieron diferentes estilos de gobernanza, pero unificados económicamente en la producción primaria proveniente del mundo agrario. El Estado-Nacional moderno implicará una modificación sustancial en cuanto a tamaño y extensión: se pasará de unidades políticas “pequeñas” a formaciones políticas “medianas” (en comparación con estructuras más grandes, como lo fue el Imperio Romano). Este cambio en la dimensión espacial y en el tamaño de la organización política –sumado a los efectos producidos por la Revolución Comercial que se dio en la Baja Edad Media- supuso una ruptura en la organización económica europea. Un nuevo Estado, una nueva forma de poder, más ambiciosa y concentrada, implicaría en los hechos otra praxis económica. Nos referimos a la aparición del Mercantilismo, que constituirá el modo de ejercer la práctica económica durante toda la época. Históricamente, será el surgimiento de la Revolución Industrial y el sistema capitalista basado en la gran industria manufacturera (1760-1850) lo que irá erosionando las bases y los fundamentos de la aventura mercantilista.

Los orígenes de una asociación. Retomando la tesis inicial del artículo, diremos que Estado-Nación y Economía son consubstanciales: sin las condiciones adecuadas creadas por las monarquías europeas, el capitalismo comercial no hubiese podido ampliar sus fronteras de producción, explotación y rentabilidad. En relación inversa, sin la expansión económica de tipo mercantilista, los Estados-Nacionales no lograrían sustentar sus estructuras impositivas, sus ejércitos, su funcionamiento general y su expansión territorial. Esta relación simbiótica es denunciada con especial énfasis por Adam Smith, en su abierta crítica al mercantilismo, apuntando al tamaño y a las funciones del Estado y, fundamentalmente, a la formación de grandes monopolios que impedían la competencia y el florecimiento de empresas e industrias basadas en la innovación y en la creación de bienes de mayor calidad y menor precio. Esa asociación era para Smith el principal obstáculo que impedía el correcto desarrollo de la sociedad en su conjunto. En este sentido, vale recordar lo que el filósofo y economista escocés afirmó respecto al sistema económico de su época, aduciendo que el mercantilismo era “una economía al servicio del Príncipe”. Así nace la Escuela Clásica de Economía, como reacción intelectual y filosófica, aduciendo entre otras cosas que “el interés de los mercaderes y de los manufactureros es directamente contrario al interés general”.

Nacimiento del Mercantilismo

Con orígenes difusos en las postrimerías de la Edad Media, el mercantilismo fue la consecuencia natural de un tipo de capitalismo comercial, ligado principalmente a la cada vez más predominante figura del mercader y a los descubrimientos de nuevos territorios, que permitieron ampliar ostensiblemente las fronteras espaciales e incorporar nuevas mercancías, nuevas tierras y especialmente una inmensa cantidad de mano de obra barata para las diversas explotaciones y actividades económicas que irán surgiendo a lo largo de todo el período. El mercantilismo buscará esbozar teorías y fundamentos para explicar y justificar las bondades del comercio internacional, principalmente a través del enfoque de la balanza de pagos y la balanza comercial, pero no llega a constituir un cuerpo homogéneo de pensamiento. Es decir, no es una escuela de pensamiento económico. Son una serie de prácticas y políticas muy dispares que asumieron distintos modos en los diferentes países en los que se aplicó. Cada Estado, en virtud de sus propias estructuras económicas y tendencias políticas, realizó un tipo de mercantilismo muy diferente al resto. Se pueden distinguir al menos tres tipos de prácticas mercantiles: el metalista en España, el industrial-colbertista en Francia y el comercial en Inglaterra.

Algunas políticas mercantilistas y el nuevo rol de Europa. Teniendo en cuenta que la base de la economía europea estaba centrada en la agricultura, los Estados fomentaron la actividad del sector primario. Las medidas fueron la regulación de los precios y la no liberalización, por lo cual no resultaron del todo eficientes. Como se dijo más arriba, el objetivo principal se centraba en el mantenimiento de una balanza comercial favorable, lo que llevó a que se establezcan aranceles a la importación; se protegían las manufacturas nacionales, se prohibió la importación de determinadas mercancías y se favoreció con subsidios a las exportaciones. En Inglaterra y en Holanda se le dio un gran apoyo a la marina mercante, estimulando a su vez la formación de grandes compañías de navegación comercial que contaban con grandes privilegios. El fin principal era la construcción del poder político a través de las alianzas con estas empresas, que detentaban el monopolio de la comercialización de determinados productos. El ejemplo más claro es la relación entre la Corona Inglesa y la Compañía Inglesa de las Indias Orientales. Otro elemento que se despliega a lo largo de estos tres siglos de historia será el lugar que Europa comenzará a ocupar en el conjunto de la economía mundial. El continente pasará a ser el “intercambiador comercial del mundo”. Es en el marco de este nuevo impulso al comercio, en el que comenzaremos a observar el surgimiento de diversos procesos, elementos, normas, políticas y decisiones que van a permitir impulsar los procesos de industrialización que eclosionarán al final de la etapa. El surgimiento de la máquina de vapor, inventada en 1765 por James Watt y el del telar mecánico, realizado por el clérigo inglés Edmund Cartwright en 1784, serán los emblemas, la punta de lanza de un espectacular salto técnico y productivo que socavará no solamente los fundamentos económicos de la Europa Moderna, sino del mundo entero.

Secularización de la ciencia y proto-industria. Como epílogo de esta primera parte, debemos aclarar que, junto al proceso de surgimiento de los Estados Nacionales modernos y el mercantilismo, asistiremos a transformaciones de carácter social, psicológico y cultural, que tienen como fundamento la secularización del conocimiento y la técnica. Serán los siglos en los que la ciencia comenzará a imponerse a la visión religiosa del mundo. El conocimiento, la ciencia, la técnica, el crecimiento de la economía y las nuevas invenciones irán proporcionando otro marco para observar la realidad. Renacimiento, Siglo de las Luces e Iluminismo son distintas formas de nombrar y periodizar al giro hacia el antropocentrismo racionalista. Finalmente, diremos que las formaciones capitalistas de la época seguirán siendo de base “proto-industrial”, de manufacturas con escaso agregado de valor y que en una sociedad que seguía siendo eminentemente rural y agrícola, el predominio del capital se va a dar solamente en las ciudades más importantes de Europa y en esferas muy específicas de la actividad económica.

Es en este marco en el que se va a desplegar la dinámica de la economía argentina en el período colonial, tema que se desarrollará en la próxima entrega.

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