La estrategia tras las sombras: Ucrania, Siria y los conflictos del mundo multipolar – Por Marcelo Ramírez

Por Marcelo Ramírez

Entender lo que ocurre en el tablero geopolítico global no es sencillo. No se trata solo de contar noticias o comentarlas. Lo verdaderamente difícil es interpretarlas y conectarlas, descubrir las relaciones entre hechos que, en apariencia, no tienen nexos. La geopolítica exige una mirada clínica, una visión integral que supere la simple narración de eventos. Cuando uno se aventura a analizar las tendencias, también está jugando un poco a adivinar el futuro, un ejercicio arriesgado dado el sinfín de variables en juego. Pero algunas cosas se pueden prever, como que los movimientos actuales en Siria son una consecuencia directa de las prioridades que Rusia y la OTAN han establecido en Ucrania.

Occidente propone una “paz” a Rusia que, en los hechos, no es más que una capitulación disfrazada. Hablan de detener las hostilidades, pero sin devolverle a Moscú los 300.000 millones de dólares incautados ni permitirle consolidar su control territorial. El objetivo es mantener el régimen de Kiev, aunque Zelenski tenga ya el boleto picado. Lo que proponen no es una paz real, sino una pausa para rearmar a Ucrania, un remake de lo que vimos con los acuerdos de Minsk, cuya verdadera intención nunca fue cumplirlos, sino ganar tiempo para preparar a Ucrania para la guerra actual. Lo confirmaron figuras como Angela Merkel y Petro Poroshenko sin el menor rubor.

La clave para Rusia está en garantizar su seguridad a largo plazo, algo que pasa inevitablemente por controlar el Mar Negro. Sin acceso al mar, lo que quede de Ucrania sería un país inofensivo. Occidente sabe esto y, por ello, se opone a cualquier solución que desmilitarice al país o limite su capacidad militar. En este contexto, Rusia no tiene ningún incentivo para firmar acuerdos que simplemente postergarían una guerra inevitable.

En paralelo, observamos una campaña psicológica en Europa para preparar a la población para una guerra prolongada. Vemos aumentos masivos en presupuestos militares, pero también hay que recordar que no se construyen ejércitos en 24 horas. Esto le da a Rusia un “período ventana” en el cual trabajar sin enfrentar una fuerza renovada de la OTAN.

Rusia ha priorizado su operación en el sur de Ucrania, buscando controlar territorios rusoparlantes y cerrar la salida al Mar Negro. Esto explica por qué no ha mordido el anzuelo de desviar tropas hacia el norte ante las provocaciones ucranianas. En cambio, ha reforzado sus posiciones con tropas frescas y sigue avanzando en ambos frentes. Sin embargo, al no lograr distraer a Rusia en Ucrania, la OTAN y sus aliados han abierto un tercer frente: Siria.

Israel, Turquía y Estados Unidos tienen intereses cruzados en Siria. Israel busca controlar territorios estratégicos y cortar los suministros a Hezbolá. Turquía, con su sueño neo-otomano, quiere expandir su influencia en el mundo islámico. Estados Unidos, por su parte, intenta incendiar el tablero para complicar a Rusia y dejarle un mundo en caos a Donald Trump, quien ha prometido reducir la presencia militar estadounidense en el extranjero.

En Siria, los jihadistas del Partido Islámico del Turquestán y otros grupos afines han recibido entrenamiento y apoyo directo de Ucrania, según denuncias que incluso provienen de fuentes jihadistas. Estos grupos están usando drones ucranianos y recibiendo entrenamiento avanzado en tecnología de navegación no tripulada. Esta relación entre Siria y Ucrania no es casualidad. Es parte de un conflicto unificado, impulsado por el “occidente colectivo” para distraer y desgastar a Rusia.

Rusia enfrenta una disyuntiva compleja. Su capacidad logística, aunque impresionante, no se compara con la de Estados Unidos y la OTAN. Atender simultáneamente las demandas en Siria y Ucrania pone a prueba sus recursos. Irán podría intervenir directamente en Siria, pero esto genera tensiones en la alianza debido a la desconfianza histórica entre rusos e iraníes.

Mientras tanto, Turquía juega a dos bandas. Por un lado, coquetea con el BRICS y Rusia; por el otro, apoya a los jihadistas en Siria. Esta ambigüedad también es observable en otros actores, como Israel, que mantiene relaciones con Rusia pese a ser aliado de Estados Unidos. Estas alianzas cruzadas complican aún más el tablero.

Occidente juega con ventaja en el campo de la propaganda y la influencia interna. La capacidad de Estados Unidos y sus aliados para penetrar en las estructuras políticas y mediáticas de sus rivales supera con creces cualquier esfuerzo similar de Rusia, Irán o incluso China. Ejemplos sobran: desde el manejo de la narrativa en torno al conflicto sirio hasta el procesamiento judicial de Cristina Kirchner en Argentina por un memorándum con Irán que nunca tuvo posibilidades de implementarse.

En este contexto, la estrategia de Occidente se centra en profundizar las grietas dentro del frente multipolar. Rusia, Irán y China, aunque superiores en capacidad económica e industrial, están a la defensiva ante un enemigo cohesionado y decidido. La debilidad de Occidente radica en su decadencia estructural, pero su fortaleza es su agresividad y claridad de objetivos. Mientras tanto, el mundo multipolar, aunque más poderoso en teoría, sigue buscando la manera de coordinar sus intereses dispares.

Lo que estamos viendo en Siria es un ejemplo claro de cómo estas tensiones se desarrollan en tiempo real. La decisión de Rusia de priorizar Ucrania ha dejado a Siria vulnerable, y Occidente está aprovechando esta debilidad. Pero las acciones de Rusia también reflejan una realidad ineludible: este conflicto es una partida de ajedrez de varias dimensiones, donde cada movimiento está cargado de riesgos y consecuencias imprevisibles. El tiempo dirá si las potencias multipolares logran superar sus desconfianzas internas y consolidarse frente a un Occidente que, aunque tambaleante, sigue siendo un maestro en el arte de dividir y conquistar.

Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=7KLpc25Fe7o&ab_channel=HumoyEspejos

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