Latidos fetales
Por Juan Manuel de Prada
Explicaremos por qué la ‘oferta’ de una prueba de latido fetal a la embarazada no nos parece un instrumento adecuado para combatir el crimen del aborto. Mediante dicha prueba, se pretende ofrecer información a la embarazada que desea abortar, que así podrá ‘decidir’ con más elementos de juicio (aceptando que ese juicio no está por completo nublado, que es mucho aceptar). Pero la prueba del latido fetal, al pretender cambiar ‘in extremis’ la ‘opinión’ de la embarazada, no hace sino postular la ‘privatización de la verdad’, según la profesión de fe del Vicario Saboyano de Rousseau: «Todo lo que siento que es el bien es el bien y todo lo que siento que es el mal es el mal». Por un lado, se ofrece una evidencia a la embarazada de que porta una vida latente en sus entrañas; pero, por otro, esa evidencia se supedita a su opinión subjetiva, que es la que determina si esa vida merece seguir latiendo o no. De este modo, se consolida la idea demente de que las ‘opiniones’ (o sea, el puro subjetivismo) deben ser protegidas por la ley, cuya misión sería garantizar el bien particular de cada quisque. O sea, nauseabunda política liberal; pues la política auténtica se funda en juicios éticos objetivos y en la defensa del bien común.
No se nos escapa que la política, aunque nunca debe perder de vista los fines, a veces tiene que emplear medios no idóneos que recomienda la razón práctica, sobre todo cuando tiene que desarrollarse en una sociedad por completo pervertida que ha invertido las categorías morales. Pero si se recurre a medios que no son idóneos con el propósito de reconducir a esa sociedad pervertida se debe obrar con sagacidad y cautela, para evitar que la Bestia despierte y el efecto sea contrario al deseado, como en esta ocasión ha ocurrido (si es que en verdad se deseaba el bien común y no un navajeo en el seno de la derecha). Pero lo que este penoso episodio ha demostrado es que tanto la derechita cobarde como la derechita valiente se hallan atrapadas en lo que Marcuse denominaba «dimensión única de pensamiento», que es la dictada por la política liberal. La derechita cobarde lo hace al modo más indigno, siempre fiel a su designio de felpudo de la izquierda, asumiendo sus falsos dogmas con temor y temblor. La derechita valiente proponiendo instrumentos de privatización de la verdad (como ya hizo antes con el pin parental) que a la postre azuzan la rabia biliosa de la Bestia.
El derecho es determinación de lo que es justo, no protección de todas las opiniones. Quien desee combatir el aborto con inteligencia práctica debe primero conquistar el poder (recurriendo, incluso, a la disciplina del arcano) y después promulgar leyes que sean ordenaciones racionales dirigidas al bien común; o sea, que señalen la naturaleza criminal del aborto y arbitren medidas que sanen paulatinamente a una sociedad pervertida. Todo lo demás son ‘verduras de las eras’ que sólo sirven para que la iniquidad de la Bestia se muestre más orgullosa y rampante.
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